Por Pamela Ballesteros | Agosto, 2019
Llegué por la tarde a la Preparatoria Popular Mártires de Tlatelolco, a orillas de la colonia Santa María la Ribera. Antonio Monroy (Toluca, 1984) me recibe y entramos a uno de los salones acondicionados como estudio, recientemente en proceso de mudanza. De visita también me encuentro con Daniel Garza Usabiaga y me siento a escuchar su conversación interrumpida por mi llegada.
Además de compartir espacio de trabajo con los artistas Balam Bartolomé (Chiapas, 1975) y Alejandro Palomino (México, 1986), estos salones al interior del plantel han sido destinados para el desarrollo de distintos proyectos culturales. Recién desempacados, reconozco algunos objetos fragmentos de las piezas de Antonio, si bien el dibujo fue su primera salida creativa, su producción se ha desdoblado en instalación, performance, fotografía y actualmente en video.
Abrimos la conversación sobre su reciente participación en el proyecto Ghost Days: Making Art for Spirit, parte del programa de residencias del Banff Centre for Arts and Creativity, Canadá, cuya pauta creativa fue el vínculo personal de cada artista con el concepto de espíritu. Lo que de entrada, sugería el acercamiento o colaboración con la comunidad nativa norteamericana.
Para Antonio, este ejercicio implicó abrir una nueva lectura de lo referido como cosmogonía y desde su condición foránea presentó Resist to exit (2019), video de seis minutos que muestra a tres protagonistas en relación con el culto al agua: Primero, la voz en off de Maxine Weaselfat, mujer guardiana que acompañó los procesos de trabajo y quien ahora eleva una plegaria en blackfoot, lengua nativa de la tribu Pies Negros (o Siksika) en la provincia canadiense de Alberta.
Se escucha correr el río, la voz femenina cesa y aparece Seth Dodginghorse —artista visual y danzante— en caminata hacia una cima de la montaña que rodea la escena, se detiene e inicia una danza, sus movimientos son sutiles, apenas si levanta los pies. En el mismo cuadro, la pantalla también muestra a Kevin Wesaquate —integrante de la Sociedad de Poetas Indígenas— con una máscara de venado, su personaje no danza, su comunicación es verbal. Ambos movimientos suceden en sincronía en la cumbre de Sleeping Buffalo, montaña considerada sagrada por las comunidades indígenas canadienses.
Antonio comenta sobre su intercambio con el grupo de colaboradores en aquel contexto, en donde las políticas coloniales, discriminatorias, trauma y post-trauma siguen siendo ejercidas por la sociedad y el gobierno. Cabe señalar que las mineras canadienses y sus dinámicas de fragmentación territorial y social son causa latente de grandes daños en Latinoamérica.
«La acción que propuse se enmarca en un contexto más global: en las luchas por la defensa de la vida y de lo sagrado. Territorio de fuerte interés por su biodiversidad para el desarrollo del capital global. Pensando más específico sobre la pieza, la referencia al movimiento Idle No More1 permitió conectar de manera más puntual nuestros intereses».
Antonio Monroy parte de subjetividades para contar historias. Es en la ritualidad del acto natural y humano que apunta hacia fenómenos espirituales o chamánicos para enunciar otros valores simbólicos de realidad.
«Trabajar con espíritus es trabajar con energías, como en cualquier otra actividad. Y eso me intimida: el no saber cómo plantear esta praxis a agentes institucionales que tienden a ser más racionales».
«A lo largo de su historia, el arte contemporáneo ha sido dirigido por la academia y filosofía occidental, mucha teoría decolonial viene de aquellos centros europeos. Entonces, ¿qué es más efectivo para abordar temas de decolonización, esa serie de teorías o este tipo de ejercicios? Para mí, sería lo segundo», opina Daniel respecto a la pieza que miramos.
Desde hace tiempo, Antonio encuentra afinidad personal con el Camino Rojo, corriente espiritual de ideología derivada de enseñanzas amerindias en encuentro con prácticas tradicionales mexicanas, sincretismo que ha trasladado también a su reflexión artística. En su quehacer privado ha acumulado un buen bagaje de referencias y experiencias sobre el tema que hemos intercambiado en distintos momentos, lo sesudo, ha sido encontrarle salida formal desde el lenguaje artístico contemporáneo.
Durante la plática Antonio menciona a Fernando Palma como uno de los pocos artistas actuales que han roto la tendencia folclorista del arte indígena, centrándose en mantener viva la cosmogonía originaria a través de su actualización estética. En este tono continuamos hablando de los estereotipos generacionales, e incluso comerciales, que condicionan la estética del arte popular, sobre todo, contenida en los objetos.
Desde la intención por esquivar producir desde este acartonamiento objetual, los actos tradicionales en movimiento como las danzas, festividades o ceremonias han sido para Antonio gestos más nobles de hilar a través del leguaje artístico.
Con un grado de formalidad, el ritual puede referirse al aspecto expresivo de toda actividad humana.2 Bajo esta idea y a manera de performance, Antonio dispone escenarios para recrear sesiones o acciones dirigidas a ejecutarse por terceras personas, muchas veces abierto a que los eventos sucedan fortuitamente.
Para Modos de Ver, quinta edición del Programa Bancomer-MACG, Antonio presentó Idolatría y hechicería. Primera acción para defender el territorio (2017), videoinstalación que protagoniza un grupo de hombres identificados localmente como graniceros: chamanes del rayo, elegidos con el don de controlar fenómenos meteorológicos. Aquí, Antonio los convoca no para hacer llover de manera aislada, sino para una invocación colectiva que llame al diluvio dirigido a inundar el lago de Texcoco y así, darle la vuelta al despojo territorial.
La acción une, metafóricamente, el oriente y el poniente del Estado de México desde dos comunidades en resistencia ante proyectos neoliberales progresistas: Cerro Gordo, en San Martín de las Pirámides, y El bosque de Agua, en San Francisco Xochicuautla, municipios atravesados por la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional Ciudad de México, en Texcoco y la Autopista Toluca-Naucalpán, respectivamente.
El video a tres canales abre con un círculo de hombres sentados alrededor del fuego, intercambian palabra, mencionan la piedra Tláloc, en Coatlinchán, Texcoco. Posteriormente, se observa una fila de personas representantes de la ceremonia en ascenso al cerro, guiadas por el sonido del atecocolli y el copal consumiéndose colectivamente en los sahumerios de barro, el humo blanco se eleva hasta cubrir las pantallas de la bruma que diluye el arriba y el abajo. Sus oraciones son discretas, inaudibles, hasta que la escena se torna a noche y el sonido se envuelve en fuertes truenos.
Encaminar las nubes a las zonas lacustres, hacer llover como gesto comunitario de resiliencia. La defensa desde lo sagrado, desde el recurso milagroso e inmediato para restituir simbólicamente lo que les fue expropiado; la necesidad de no ser parte del sistema que violenta la dignidad aunque el agua no inunde, el lago no brote o la Chalchiuhtlicue no se manifieste.
«La autodefensa no es un estado de pasividad, sino de actividad creativa y ritual; en ella se da la participación decidida, la movilización, la puesta en escena de un mundo distinto. Con el ritual el hombre experimenta su pertenecía y solidaridad comunitaria».3 Idolatría y hechicería no solo destaca el ritual vivo, sino su implicación en la resistencia territorial.
«Aunque el espacio de lo susceptible o de las sensibilidades pareciera ser cercano al arte a veces no lo está, sobre todo, en términos de producción porque suele caer en la romantización».
La línea paterna de Antonio es mazahua, originaria de la comunidad San Miguel Tenochtitlán, municipio de Jocotitlán, Edo. de México. Así que, desde pequeño, el trabajo rural le es familiar. Nos platica una anécdota: «Mi papá sembraba maíz y en aquel tiempo me enseñó algunas labores de campo como deshierbar o hacer surcos en la tierra. En una ocasión, llegó mi tío, uno de los primeros en mudarse a la ciudad, se aproximó y me pidió que detuviera mis actividades, que ese trabajo no era para mí: ‘nosotros ya sufrimos mucho, tú no tienes porque hacerlo’”.
Esa interrupción por continuar aprendiendo del legado familiar llevó a Antonio a entender el despojo no solo en sentido territorial, sino también como negación identitaria al preguntarse, por ejemplo, por qué su padre nunca le enseñó su lengua indígena.
«Encuentro mucha dificultad al relacionar estos contextos con el arte que, desde un punto de vista occidental, está asociado con la generación de capital, auspiciado por la hegemonía, contrario a la perspectiva artística indígena».
Daniel lanza un par de preguntas:
¿Qué piensas de la incorporación de objetos prehispánicos en el arte contemporáneo?
«Creo que son imágenes u objetos que obedecen a un tiempo o comunicación específicos e introducirlos a este campo los descontextualiza, los despoja. Diría que me provocan un vacío», comenta Antonio.
¿Lo considerarías un acto apropiacionista?
«Hay obras muy bien hechas. Encuentro eco, por ejemplo, con el trabajo de Naomi Rincón Gallardo quien justo reinterpreta estos elementos sin integrarlos de manera literal. Eso me interesa, retomar estos elementos para pensar nuestro contexto cotidiano contemporáneo pero desde una distancia crítica», finaliza.
La tarde en el estudio transcurre y Daniel se despide, continúo la conversación con Antonio. Conozco la asociación y amistad que mantiene con grupos y calpullis de tradición en la Ciudad de México e insisto en preguntar por la intersección de su interés personal con el desarrollo de su obra artística, ¿en qué punto se atraviesan? «En el punto de la defensa del territorio es donde encuentro el eco para unir ambos intereses», comenta.
La predilección de Antonio por el video es reciente, en parte por su deseo de acompañar y reproducir el movimiento. En esta transición de soportes, me platica de sus inicios en la fotografía durante las sesiones del colectivo interdisciplinario Contrafoto, además de trabajar también con maquetas que le sirvieron de modelo para representar la resistencia de lo estático bajo el proceso del tiempo.
«En ese momento comenzaba a pensar la relación que tenemos como seres occidentalizados con la naturaleza, entendiéndola como algo ajeno, como un obstáculo que hay que erradicar y formalmente las maquetas están construidas para proponer soluciones a un territorio».
La exploración de Antonio a la virtud ritual ha sucedido también en actos cotidianos y con distintos sujetos. Como ejemplo reproduce en su monitor Polvareda (2015), video en donde una excavadora avanza en línea recta frente a la cámara, retrocede y avanza levantando una nube de polvo en cada movimiento, la máquina regresa cada vez más cerca hacia la cámara hasta que su aproximación es incómoda, ensordecedora.
La acción sucede en el estacionamiento de maquinaria dentro del terreno de construcción del Tren Interurbano México-Toluca y es una de las primeras acciones que Antonio planteó para ser ejecutada por alguien más, en este caso el operador. Una vez más la repetición como ritual y la resistencia ante el progreso pero, esta vez, desde el lenguaje máquina.
Otros trabajos referentes de Antonio son sus piezas en torno al boxeo. Me platica que durante sus estudios en la Escuela de Artes de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMex) —ahora Facultad de Artes en donde es docente desde hace cuatro años— entrenó box como actividad optativa, tomándola además como línea de investigación para su producción de aquel entonces. Así, desarrolló una serie de piezas en foto, gráfica digital y performance que enmarcan la defensa del territorio dentro del cuadrilatero y la resistencia frente al oponente.
Esta serie de obras, a veces titulada Azul vs Rojo o El Artista, está en constante complemento y activación. El momento más reciente fue dentro de la exposición Autorreconstrucción: detritus, de Abraham Cruzvillegas, en el MUCA Ciudad Universitaria.
Actualmente, junto con Balam Bartolomé, Antonio reactiva Tlatelolco Central (TC), —espacio de reflexión y residencia artística— con la Bienal Tlatelolca. Se trata de un formato independiente de producción para conectar el espacio físico, cultural y simbólico de Tlatelolco a través de una serie de residencias artísticas de investigación-producción que derivarán en una exposición colectiva en 2021.
«Una fila de costales de maíz con gorgojo
Una tonelada de frijol moreno con gorgojo
Una tonelada de maíz con gorgojo, al centro de la sala de un museo
Una tonelada de maíz con gorgojo, frente a una tonelada de maíz transgénico».
Al mismo tiempo, Antonio ha estado trabajando en guiones cortos, haikus para video que continúan su indagación sobre el rito al agua, esta vez, desde la asociación a la figura de Tláloc, me muestra una libreta negra que reúne esta serie de micro textos, nombrados Acciones para El Temporal y que planea documentar en video. Además, Antonio es parte del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) Estado de México con el proyecto La materia se rebela.
Son casi las 7pm, se escucha al cielo tronar, apresuramos la conversación y despedida, no sin antes cerciorarme de que la grabadora registró la sesión, pienso en que ojalá los graniceros, Tláloc o las probabilidades de precipitación me permitan regresar a casa sin contratiempos.
Portada: Foto de estudio por Alejandro Palomino.
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1 Idel No More es un movimiento indígena de protesta activo desde el 2012. Para consulta aquí.
2 Montalvo Martínez Carlos, Política como religión II Rituales de rebelión y autodefensa [México].
3 Ibídem
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