Arte

Opinión | Horas de museo, de Gabriel Sierra


Por Fernando Pichardo | Noviembre, 2019

A mediados de octubre finalizó Horas de museo, la segunda exposición individual de Gabriel Sierra (San Juan Nepomuceno, 1975) en kurimanzutto. La muestra se alejó del foco de interés que ha predominado la obra del artista en los últimos años. Prescindió de la discusión en torno a las dinámicas derivadas de la convivencia entre personas, objetos y espacios, para enfocarse en los elementos o situaciones que detonan nuevos cambios de pensamiento, así como en la manera en que las ficciones impactan al momento de configurar nuevas realidades.

El título parte del cuestionamiento que el artista ha generado en torno a lo eterno, y cómo el aparato cultural concede el privilegio de la trascendencia a los creadores, bajo el argumento de que tanto sus obras como sus pensamientos son inmarcesibles. Para la ejecución de la muestra, la nave de la galería reunió una serie de pinturas —como las manchas a ras del suelo que recuerdan a las hechas por la artista Severine Merle—, fotografías producidas por una ceramista llamada Haru Setsuko, trajes de colores que ayudaban a reconocer el paso del tiempo y muebles que emularon a la exposición montada en 1975 por un colectivo de artistas e intelectuales conocido Sunday Carpenters Club.

Algunas de estas piezas se centraron en la vida del arquitecto Ferdinando Cortina y su esposa, la artista Roma Cortina. De igual manea, se evidenciaron las estrategias que el matrimonio concibió a lo largo de los años para combatir una extraña enfermedad neurológica que Ferdinando padeció durante gran parte de su vida.

Sierra optó por fusionar estos antecedentes con un sueño que tuvo, en el que todos los objetos de la exposición tenían un doble. Al querer corroborar esta particularidad, uno de sus colegas le comentó que solo era posible ver un objeto de cada uno. Tras esta confusión, el artista escuchó entre el público asistente que solo las personas nacidas en 1975 eran capaces de percibir el fenómeno.

Derivado de lo anterior, en la sala de exposiciones se montaron obras cuyos dobles imitaban el suceso de su origen: dos sillas inspiradas en la Slatted Chair de Marcel Breuer y adaptadas al contexto latinoamericano; dos cúmulos de ramas cuyo carácter orgánico contrastaban con el aspecto aséptico de la exposición y que recuerdan a las escobas que los barrenderos ocupan en muchas ciudades mexicanas; dos mesas negras de café inspiradas en los diseños de Alvar Aalto, y así sucesivamente.

Solo después de familiarizarse con esta narrativa, el público espectador descubría que la muestra era un simulacro. Ni Ferdinando, ni Roma, ni su grupo de amistades fueron reales, sino que forman parte del universo de Siete Cavernas, novela que Sierra aún desarrolla en vías de concretar. El artista optó por entremezclar hechos y producciones de la historia del arte del siglo XX con elementos de su propia imaginación, para fabricar un programa que revelara la maleabilidad que se ejerce sobre el pasado por parte de factores económicos, políticos y sociales.

Desde su punto de vista, hace relativamente poco que el mundo poscolonial se percató que su proceso de autoconocimiento se ha gestado desde el exterior, por lo que es necesario tomar en cuenta a la duda y a la sospecha al momento de articular nuevas discusiones:

«No sé si me interese el tema de la política per se. Obviamente pienso que en el fondo todo es político, […] pero lo que me interesa es el asunto de la historia: cómo construimos la realidad a partir del pasado, o cómo percibimos el presente desde el pasado, y cómo la historia cambia a partir de la manipulación de los medios. Cómo los medios de comunicación están mutando, perdiendo su poder como autonomía, y su facultad de productores de realidad».1 

La exposición podría limitarse a ser una evocación del inconsciente de Sierra que se manifestó a través de objetos artísticos y de citas a los orígenes del diseño industrial. No obstante, el artista instaló una obra que se distinguió del resto, en tanto logró que el proyecto se insertara en un marco más amplio y complejo. Se trata del grupo de letras en papel de lija que ocuparon la parte superior de los muros del cubo blanco.

A primera vista pareciera que las piezas fueron posicionadas de manera aleatoria. Sin embargo, si uno se detenía a examinarlas se trataban de un anagrama:

ALL OF THEM WITCHES
COMES WITH THE FALL,
ELF SHOT LAME WITCH,
HOW IS HELL FACT ME.

Este texto es parte de un libro ficticio que aparece en Rosemary’s Baby (1968), película dirigida por Roman Polanski que la crítica suele interpretar como una visibilización del lado perverso que radicó dentro de la contracultura y clase media norteamericanas de los años sesenta. El pseudobiblion, que durante la secuencia es entregado a Mia Farrow en el papel de Rosemary Woodhouse, marca una transición en la historia al ser un indicador de que la protagonista fue usada para alimentar un culto satánico.

Las cuatro frases del anagrama, que Rosemary configura más tarde con la ayuda de fichas de Scrabble, abstraen en buena medida al argumento del filme. Pero en Horas de museo, Sierra las utilizó para emitir una opinión respecto al panorama distópico que presentan las sociedades de la información:

«De cierta forma funciona como una metáfora de lo que está pasando en el mundo; del marco de desconfianza en el que nos situamos. Vivimos en tiempos oscuros donde sospechamos de los vecinos, de los amigos. Estamos rodeados por la desinformación, pero también por la duda y el miedo. Todo eso me parece muy interesante».

Ante una época donde los métodos de explotación y control se han vuelto más sofisticados, Horas de museo sucedió como un ejercicio que pone de manifiesto las diferentes formas en que la ficción se materializa en hechos históricos reales. Pero también se convirtió en un aviso del impacto que el panóptico digital ejercerá a mediano y largo plazo sobre la manera en que socializamos y experimentamos al mundo.

Es un trabajo que al extrapolarlo establece una retrospectiva sobre los hechos más significativos de los últimos años, como el auge de la ultraderecha y las manipulaciones económicas, para generar una discusión en torno a un aparato económico y cultural que se encuentra en vías de colapsar.

Desde finales del siglo pasado, Internet y las vías de hipercomunicación fueron promovidos como una herramienta que permitiría a la ciudadanía del mundo compartir conocimientos en tiempo real. La apertura de gobiernos, ciudadanía e ideas a través de la tecnología lograría su emancipación, y permitiría a las personas construir modelos de convivencia más justos.

Sin embargo, en los últimos años se ha denunciado cómo las redes sociales y los dispositivos móviles se han convertido en agentes que estimulan las necesidades de pertenencia y consumo para favorecer el desnudamiento voluntario de los usuarios. El régimen de las pantallas ha alcanzado un poder sin precedentes, al grado que ha puesto en crisis a las instituciones que sostuvieron a Occidente durante siglos, como la democracia, la justicia y el Estado: «Pensamos que éramos maduros, y no lo éramos. Y ya estamos envejeciendo, dándonos cuenta de eso», en palabras de Sierra.

Hemos alcanzando un momento de la historia en donde las nubes de datos nos conocen mejor que nosotros mismos. Las emociones, acciones y sentimientos que nos constituyen son ahora predecibles y cuantificables en una forma de dominación que, de acuerdo a Byung Chul Han, permite  la reproducción del capital desde un nivel prerreflexivo y a beneficio de las cúpulas de poder.

Estamos en la era de la psicopolítica y Sierra está consciente de ello: «Creo en la libertad de expresión, pero también creo que no hay nada más peligroso que la libertad. […] Es como una película de terror. Siento que va a acabar como Terminator; que las máquinas al final van a apoderarse de todo».

Tras reconocernos como participantes de un teatro que frecuentemente rebasa nuestra capacidad de entendimiento, ¿qué nos queda por hacer? Quizá el primer paso sea reconocernos como seres radicales y no consecuentes, cuyo poder político, económico y cultural sí ejerce una diferencia sobre nuestras circunstancias. Lejos de haberse extinto, los métodos de cohesión se han vuelto más finos, por lo que Sierra utiliza el concepto de transición para reafirmar cómo la adaptación a este nuevo orden resulta tan imperativa como la urgencia por resistirla y combatirla:

«A pesar de todo lo raro, hay que sobrevivir, y para sobrevivir hay que evolucionar; abrirse. No podemos entender las cosas como las solíamos entender, por lo que debemos percibirlas de otra forma. Hay que tratar de ser optimistas, en el fondo todo se ve muy mal, pero debemos aprender a seguir siendo seres humanos aun con esta sobreinformación».

Horas de museo se presentó hasta el 13 de octubre de 2019 en kurimanzutto.

Foto: kurimanzutto.

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1 En conversación con Gabriel Sierra.