Por Tania Puente | Marzo, 2018
Carolina me recibe en su taller una soleada mañana de invierno. En el luminoso departamento de la colonia Cuauhtémoc, artesanías mexicanas y objetos utilitarios cotidianos ensamblan atípica y armónicamente la decoración, que acompaña sendos libreros y obras, tanto de colegas como de su autoría. Toda la disposición se mira encantadora, pero no sólo eso, sino que hay un profundo interés por recuperar, indagar y contravenir los usos y preconcepciones que hay sobre ciertos objetos. Así, una serie de piezas para hornear buñuelos se convierte en un centro de mesa, y unos aplastapapas se refuncionalizan como coloridas flores plásticas. Su modo de habitar se revela como indicio de su práctica artística.
De manera enérgica y paciente, la obra de Carolina Magis Weinberg (Ciudad de México, 1990) le presta atención a ciertos objetos y gestos cuyo protagonismo es breve y perecedero. Se acerca a ellos y los disecta, les dedica tiempo, los observa, los agota y los subvierte. Hay en su práctica una reincidente postura de desafío y una insubordinación a los términos dados: nada será usado acorde al instructivo que acompaña a los artículos industriales que constituyen su materia prima. Así, la producción de Carolina se reafirma en cada variante como opositora de la prescripción, una potencia que se oxigena gracias al halo juguetón y la crómatica estridente de los materiales que elige.
Después de haber estudiado la carrera de Artes Plásticas y Visuales en La Esmeralda, Magis Weinberg fue aceptada en el California College of the Arts, en donde realizó dos maestrías, una en Artes Plásticas (MFA) y otra en Estudios Críticos y Visuales (MA). Aunque ya había trabajado previamente con el imaginario material de la fiesta en México, fue a partir de esta posición de extranjería que las decoraciones y mercaderías de celebración cobraron nuevas dimensiones semánticas.
Serpentinas y confettïs se convirtieron en motivos recurrentes dentro de su práctica como elementos constituyentes de piezas textiles, murales e instalaciones. A través de ellas adoptó posturas críticas y políticas en torno a la disciplina pictórica y a cuestiones identitarias. En una ocasión, al estar clasificando confettï, Carolina se percató de la similitud de su actividad con aquello que hacía Henri Matisse al componer sus cut-outs: «Muchas veces mi uso del confettï se ha vuelto un comentario sobre la pintura: con éste niego el gesto brillante de la forma, puesto que la forma ya está preestablecida. También el de la composición, porque o la vuelvo totalmente aleatoria o muy racional. Así como niego la composición y la forma, también lo hago con el color. Es muy de pintor tener una sutileza visual para ver y hacer los colores propios. Contrario al gesto de hacer mis colores, me gusta pensar que yo los compro y como los seleccionó la máquina yo los voy a usar, el color se vuelve una característica dada de la forma».
Además, el color en su obra se constituyó como una oposición frente al discurso hegemónico: «si desde una noción espacial lo blanco está relacionado con Occidente, con Europa, con lo maduro y con lo sensato, el color, por el contrario, se asocia con lo otro, lo infantil, lo irracional, incluso lo femenino o la resistencia». Hay una intención clara de provocar y de incomodarlo todo: las definiciones, los espacios y las concepciones. Nunca ceñirse a lo que definen los términos artísticos.
El tejido tiene un ritmo específico, es una actividad que vas haciendo con los pies y con las manos. Hay una coreografía de direcciones y acomodos, así como de números y tiempos. «Es muy simple, pero también puedes complicarte la vida», me dice Carolina cuando me explica los pasos del proceso, «lo bonito es que yo me compliqué la vida con lo que tejí». Magis se refiere a la serpentina de papel, la cual no cae de manera recta, sino curva. En la trama y urdimbre este movimiento queda atrapado, se encapsula su dinamismo. Carolina me confirma que esta operación busca «aburrir la serpentina». Pero, además de aburrirla, ¿por qué otro motivo teje serpentinas, plásticos con colores metálicos y envolturas de aluminio? «Para verlos. Empecé a tejer para dedicarle tiempo visual a algo que sólo se desecha, o sea, que sucede, cae y se va. Quería tejer y luego pensar».
Carolina piensa el confettï como algo muy cercano a la basura, a tan sólo un paso de ser residuo. Es un material que se vende en colectivo; es decir, en cantidad es mucho y muy barato, fácil de conseguir y colorido. Como entidad singular no existe, pero «cuando le dedicas tiempo al detalle, hay muchas maravillas». La atención de la artista no sólo está en su forma, sino en su significado: «me intriga que nos acompañe en los momentos más expresivos y festivos, es un signo de puntuación para la felicidad». Para Magis, el confettï ocurre como una explosión, pero en la memoria parece suspenderse en cámara lenta.
Para ejemplificar su aseveración, me muestra el tríptico que realizó para la exhibición de su MFA en 2016, Made in China, Bought in San Francisco; Made in Mexico, Bought in LA y Made in Mexico, Bought in Mexico. Tres pendones de plástico autoadherible aprisionan la caída de tres variedades de confettï diferentes, enunciadas en un marco de importación-exportación por lugar de origen y de adquisición. A través de esta suspensión, el confettï no tocaría jamás el suelo. Su vuelo sería tanto eterno como obligado. Controlado y aburrido. Como la serpentina, el confettï también se aburre.
Una vez que terminó la muestra, el desmontaje se convirtió en un reto. Ante la incapacidad material de conservar las piezas elongadas, Carolina optó por desarrollar un libro de cada una de ellas. Así, preserva piezas y exposiciones como documento. A través del formato editorial, la instalación deriva en una nueva construcción en el espacio. Le pregunto en qué cambia el vuelo del confettï ahora que es un libro. «Ahora es posible verlo con mayor proximidad, leer la fiesta». Carolina me señala los cambios de color en el confettï, «ya es menos vivaracho de lo que era. Se ve como dorado y raro». Su estadío ha mutado, pero la hora de convertirse parece alejarse cada vez más.
Probablemente los lectores atentos ya han caído en la cuenta de que la palabra confettï a lo largo de este texto se consigna con una diéresis. Su aparición bajo esta forma no es gratuita. Acerca del problema del lenguaje, Magis tiene un repertorio de piezas en las que increpa la ortografía normada de confeti. Envió una petición de cambio a los lexicólogos de la RAE y del Oxford Dictionary para que le agregaran una diéresis a la letra «i». Así, el «confettï» se tornaría ícono y se «enriquecería la visualidad de ambos idiomas».
La ortografía del confettï es sólo el principio de las reflexiones alrededor del lenguaje que trabaja Magis. Después de su estancia en Estados Unidos, el acento se convirtió en un pensamiento recurrente: «se volvió muy pesado saber que siempre vas a estar siendo leída a través de tu extranjería. El extranjero tiene esas funciones con un grupo de gente local: es una incomodidad continua. Y creo que así fue mi manera de estar ahí. Lo asumí como un rol, como una función específica, pero también como el tema de mi obra».
De esta forma, la potencia del acento discurre en su obra desde lo formal, lo estridente, lo colorido. Ser consciente de la mirada de la hegemonía sobre los grupos minoritarios es una poderosa herramienta. Para Magis, el acento es poder: «hablar una lengua con acento implica que dominas otro idioma, y eso es poder. Y también indica la capacidad de hablar con dos mundos, traducir de uno a otro, volverse puente. El tema del acento me interesó en mi tesis, pero tiene que ver con mi propia obra. Cuando comunicas un mensaje, pero hablas con acento, terminas por comunicar tanto el mensaje como tu acento. Constantemente estás declarando ‘esto es lo que estoy diciendo y también ésta soy yo’; es algo involuntario».
Tras regresar a trabajar en México, Carolina sabe que se enfrenta a otro reto creativo. En estos momentos, es más identificable el punto de enunciación y el espacio de habla desde la minoría, pero, ¿qué sucede cuando te tienes que pensar desde el privilegio? «Ese es el tema: allá no era privilegiada, y aquí lo soy. Entonces, hablar desde el privilegio y hacerlo consciente tiene también un alto nivel de complejidad, puesto que es más difícil determinar sus límites».
Sus últimas exploraciones tienen que ver con una búsqueda comunicativa universal, en la que no haya forma en que se cuele el acento. «Estaba pensando en las formas que son signos. Éstas son signos de exclamación, me parece muy interesante que contienen una cosa, un mensaje. Las formas que son mensajes sin un mensaje». Con estas oscilaciones entre movilidad e inmovilidad, da comienzo un juego con los tiempos y con la posición que se tiene asignada en el tablero. La conciencia y la acción imbricadas dentro de su práctica artística, más allá del lado de la frontera en el que se encuentre, busca tensionar toda certidumbre y traicionar toda apariencia.
Fotos: Tania Puente para GASTV.
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