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#capítulo3000: reclamo que no se mide en sueldos, por Brenda J. Caro Cocotle


Abril, 2018

No, porque no es la primera vez que una dependencia gubernamental del sector cultural deja sin paga a sus trabajadores durante meses.

No, porque el asunto no se limita a los sueldos impagados por parte del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) hacia los trabajadores contratados bajo Capítulo 3000, situación que ha llevado a un paro de labores en varios museos y recintos, y una cobertura mediática amplia.

No, porque el reclamo no son sólo los sueldos, no.

En un texto recién publicado, Irving Domínguez,[1] realiza una crónica breve y desde su experiencia personal sobre las crisis que han tenido que sortear los trabajadores de la cultura del 2006 a la fecha. Es necesario llevar el ejercicio de observación más atrás y a mayor profundidad. Las principales adecuaciones a la estructura laboral del INBA, entendiendo por éstas las acciones emprendidas desde el propio instituto, tuvieron lugar en 1988, el año 2000 y en 2017-2018.

La primera estuvo en relación directa con el surgimiento del ahora extinto Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), que obligó al INBA a adscribirse de facto a este último, aunque jurídicamente estuvieran al mismo nivel jerárquico. Así, el INBA entró en un esquema en el que su dependencia para con la Secretaría de Educación Pública se vio mediatizada por una entidad que permaneció en una suerte de limbo jurídico durante sus 28 años de existencia.

El segundo momento fue consecuencia de la renovación del Museo Nacional de Arte (MUNAL),[2] que implicó tanto la desaparición como el surgimiento de recintos —la Pinacoteca Virreinal, en el primer caso; el Laboratorio de Arte Alameda y Ex-Teresa, respecto a lo segundo—, lo que supuso no sólo la reasignación de custodia de las colecciones y el ajuste de perfiles institucionales, sino la oferta de plazas y la revisión de los organigramas y plantilla laboral del conjunto total de los museos y galerías del instituto. Era evidente que no sólo se necesitaba más personal; también, realizar ajustes ante un cambio en los modos de producción artística[3] y en el rol atribuido a los museos, que ya debían concebirse como garante de un patrimonio artístico y fungir a la vez como foro, centro cultural, enlace comunitario, enroque del mercado del arte y programa sexenal.

Hay pocos o insuficientes registros públicos sobre la forma en que el Instituto abordó la adecuación de su estructura laboral. Se puede rastrear a lo más, el patrón de organigramas por recinto y los cambios (aprobados) en la redacción del Manual de Organización del INBA.

Es de suponer que la transformación del Conaculta a Secretaría de Cultura implicaría por fuerza volver a revisar los organigramas y plantillas de trabajo. Lo que se sabe, a la fecha, es lo que deja ver la Ley General de Cultura y su correspondiente Reglamento, los cuales dicen nada y todo.

La reciente crisis que atraviesa el INBA lleva a preguntar porque razón el instituto sigue apostando por un esquema de contratación por honorarios como lo es el del Capítulo 3000, que le supone una erogación fuerte de recursos al tener que contratar una lista larga de profesionales externos, en vez de dotar a las diversas dependencias del personal de base y estructura necesarios y suficientes para operar al nivel que se le exige. Un juicio poco cuidadoso terminaría por concluir que o bien en el INBA son tontos, o bien, que es un aparato tan grande que ya no sabe dónde le termina el pie izquierdo y con qué dedo se rasca la cabeza.

Pero no, aquí no hay tontería alguna y la cabeza sabe muy bien con qué dedo le rascan. Por favor, no imagine esto como la acción de un ente amorfo, conspirador y malvado, situado en el absoluto. Se trata de una lógica económica, bajo la cual se ha ido perfilando una serie de parámetros dinámicos, en los que el sector y clase cultural han sido origen. El traslado en extenso del tipo de contratación y relación laboral del ámbito creativo hacia otras ramas económicas puede rastrearse desde mediados de los noventa, aparejado al surgimiento de categorías tales como “clase creativa”, “mercado del conocimiento”, “industria cultural e industria creativa”, “gentrificación” y ha encontrado nuevas formas discursivas tales como “free-lance”, “flexibilización laboral”, “trabajo remoto”, “staff /crew creativo” y “trabajador/ espacio independiente”.[4]

¿Qué es lo que podemos observar en el caso específico de las instituciones culturales en México? El escenario laboral dibuja un espectro que comprende, por una parte, a los trabajadores que se incorporan a la plantilla de estructura vía el rubro de personal de confianza, y por la otra, aquellos que son contratados bajo la partida de Capítulo 3000; en medio de ambos, queda un rango de trabajadores, cada vez más reducido, que están o bien basificados —principalmente, personal administrativo o correspondiente a servicios generales (intendencia, mantenimiento)—, o bien aún detentan una plaza de honorarios asimilados al salario —una figura de transición que aún permanece como rareza institucional en algunos casos—.

Los extremos del espectro comparten más de lo que parece: ambos están dentro de condiciones de precariedad. Usted me dirá que de precarios no tienen nada y que para precariedades la de los trabajadores del campo, los de la maquila o los de los empleados del Oxxo. No le falta razón si no mira las sutilezas que, en materia laboral, se han venido instalando desde el sexenio de Salinas y acelerado durante el gobierno de Calderón y el actual de Peña Nieto.

El empleado de confianza, dentro del sector cultura, quizá goce de un mejor sueldo que el personal de base —en un índice que va de los 7,000 a los 19,000 pesos—[5] y prestaciones de Ley; sin embargo, no posee estabilidad en el empleo (debe presentar por protocolo su renuncia con cada cambio de jefe), su trabajo no se limita a un área o departamento y no tiene jornada fija, por lo que su horario de trabajo puede prolongarse de 8 a 10 h, 13 o 15 horas, de lunes a lunes y buena suerte si no se colapsa en el camino.

Por su parte, los trabajadores contratados bajo Capítulo 3000, están contratados bajo honorarios, es decir, no forman parte de la estructura, sino se incorporan gracias a un proyecto particular; al menos en teoría, porque en los hechos, están cubriendo el trabajo de áreas sustantivas (de estructura) dentro de las dependencias en las que laboran, sin prestación alguna y con un salario que puede ir de los 4,000 a los 14,000 pesos máximo (y rogándole al santo patrón del ya-que-baje-el-recurso para que pueda devengar su sueldo).

El trabajador de confianza y el de Capítulo 3000 no pueden enfermarse, no pueden sindicalizarse, no pueden reclamar el pago de horas extra o doble jornada o respeto a su día de descanso. El primero, tiene seguro; el segundo, no.

Eso sí, el primero aún es personal del instituto; el segundo es un prestador de servicios, un colaborador, un proveedor.

El cambio de nomenclatura, si bien en apariencia inocuo, toma toda su contundencia cuando se observa en papel, por escrito, como contrato: usted ya no es un asalariado, usted es similar a un ente mercantil, con el que se establece un convenio en el cual se deslindan objeto, responsabilidades y compromisos, pero, permanece como persona física, por lo que, no puede demandar el mismo trato que una persona moral a la hora de demandar lo estipulado. Es hilado fino, maestro: trabaje como mi personal sin serlo; así, yo no tengo que observar las obligaciones que debiera si lo fuese.

Vuelvo al punto de origen de este texto: El reclamo de los trabajadores de Capítulo 3000 es algo más que un problema de sueldos retrasados. Se trata de estar dentro de un margen muy estrecho, inequitativo y harto creativo de explotación laboral, de prácticas poco éticas dentro de la institución Arte, al que se contribuye también a instaurar. Porque al final, en eso concluye. No es un problema de un museo, ni de un grupo de trabajadores rijosos “que ponen en riesgo el prestigio del INBA”. No… No es un problema de los que están ahí, adentro, y por eso qué listos los que estamos fuera dizque en la periferia o en la independencia. No… No es un problema de los burócratas culturales, “godínez hípster”, que los creadores nos cocinamos aparte. No… Es un problema para y del conjunto de todos los actores que participan y dan sentido al campo artístico y cultural. Me encantaría ver a alguno de los directores de los museos del INBA dando batalla y la cara por sus equipos. Sé que las probabilidades de que eso suceda son ínfimas en este momento. Si algo visibiliza la denuncia arriesgada y valiente que han hecho curadores, museógrafos, restauradores, mediadores, promotores, diseñadores, editores, redactores, community managers, vestuaristas, escenógrafos, es la de una coyuntura a punto de explotar, en un momento de transición política gubernamental, en extremo delicada. Y el problema no es que se hunda el barco, sino que estamos parados encima del mismo.

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[1] “Recuento de crisis laborales”, publicado en Tabula Rasa 2.0, 28 de marzo 2018, blog personal. Disponible aquí.

[2] Conocido como Plan MUNAL 2000.

[3] En los que las obras “no cabían” dentro de los esquemas disciplinares “convencionales”: Pintura, dibujo, escultura, grabado y fotografía.

[4] Estoy en deuda con muchos autores aquí y reconozco que no hago justicia a la profundidad, nivel y claridad de argumentación de sus ideas, puntos contrapuestos y debates entre los mismos. De antemano, una disculpa a ellos, a quienes señalo a continuación, y a quien lee este texto: George Yúdice, Marina Vishmidt, Yaiza Hernández, Pilar Villela, Andrés López, Edgar Rivas. Recomiendo seguir en Facebook la página La empresa soy yo, no sólo por calidad de los textos y enlaces que encontrará, sino por el ojo crítico de quien selecciona el contenido (Villela), y la nueva iniciativa editorial de Rivas Jerónimomx, una de cuyas líneas principales es la de la precarización laboral.

[5] Dejo fuera, de manera intencional, a los directores de los museos y Coordinaciones nacionales, que si bien también caen dentro del rubro de personal de confianza, su rango de directivos les confiere otra serie de atributos.

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Brenda J. Caro Cocotle es Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas y Maestra en Museos. Es Doctora en Estudios en Museos por la University of Leicester, Leicester, Inglaterra.