Arte

URGENCIA: SHIGERU BAN, PRITZKER 2014


Por Rodrigo Bonillas 

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Shigeru Ban (Tokio, 1957) es el tercer japonés en ganar el premio Pritzker de arquitectura a lo largo del último lustro.

En este lustro se inauguró el nuevo centro Pompidou de Metz (2010), en Francia, una de las obras que mejor subliman la estética de Ban.

Pues eso es el Pompidou de Metz: la esencia más destilada de una arquitectura que, por otra parte, no rechaza la llaneza estética cuando es necesario, pero que en este caso conjuga las curvas de las formas elementales (el arquitecto confiesa que se basó en un sombrero chino de bambú), casi orgánicas, exquisitas, con volúmenes rectangulares de cristal y concreto.

Por las noches este edificio hechiza casi tanto como una medusa en suspensión.

Fuera de las luces de ese edificio, Ban han actuado de manera sensata y cordial al ofrecer a los damnificados por desastres en Japón, Turquía o Haití, protección con materiales accesibles, fáciles de armar, funcionales, que arrostran con ingenio la emergencia, en pugna con el enemigo que incita a edificar: la intemperie.

Pero refugiar de la intemperie no es el único propósito de esta urgente arquitectura. Cuando un terremoto destruyó zonas de Kobe, Japón, en 1995, Ban proyectó un domo de papel, edificio que durante su interinato se convirtió en el Templo de Takatori. Esa estructura, sostenida en una planta ovalada de pilares de cartón y rodeada por un cuadrángulo, puede ser ocupada por decenas de personas.

Y cuando otro terremoto, pero en L’Aquila (Abruzos, Italia), hizo escombros la sala de conciertos, Ban volvió a recurrir a los armazones de papel para construir otra sala, el Paper Concert Hall (2011), a fin de satisfacer la necesidad musical de L’Aquila. No se puede decir de esta sala que el ingenio con que se resolvió sea espectacular. Pero sí posee, por otra parte, una sólida decencia, que, para no olvidar la elegancia de los italianos, se coordina con una cortina ovalada, de un rojo Valentino.

El gusto por el papel —material asequible y reciclable— lleva la obra de Ban a una aparente paradoja. Esas formas y esos elementos humildes que han cobijado a gente sin un quinto en la India o en Ruanda aparecen, de pronto, en un pabellón para Louis Vuitton, en los Campos Elíseos, o en otro pabellón para Hermès, o en uno más para Camper, lo cuales son ahijados del dinero, no de la urgencia.

La arquitectura de papel de este creador a veces alcanza lo monumental: la Cardboad Cathedral de Christchurch (2013), en Nueva Zelanda, otro templo interino ante otro terremoto, eleva su perfil de triángulo equilátero, cuyos vértices laterales son, de nuevo, tubos de papel. En un aguzado guiño, el crucifijo que preside el altar es, con una reiteración de sí mismo hasta la ironía, dos tubos de papel, de diferente grosor y longitud, perpendiculares.

He saltado muchas piezas de la arquitectura de Ban: grandes obras, ilustres a su manera, como el Paper Bridge (2007) o el Paper Theater de Amsterdam y Utrecht (2003). Tampoco he hablado del rostro más sofisticado de este autor en lo estético y lo conceptual, como su Curtain Wall House de Tokio (1995) o su radical Naked House (2000), un gran cobertizo traslúcido que alberga en su interior los peculiares cuartos: cajones enormes que se pueden rodar libremente gracias a las ruedas sobre las que descansan.

Acaso su cúspide creativa con la técnica de cartón fue el Pabellón Japonés de la exposición de Hannover del año 2000. Era entonces la edificación de papel más grande del mundo. Efímero arte el que elevó este gran domo traslúcido, arraigado en el alma japonesa, con el que, a partir de inteligencia y tecnología parca (low-tech califica a su propio modo de construir), Shigeru Ban desafió la arquitectura encarnizada y descarnada que domina poderosa nuestro tiempo.