Por Fernando Pichardo | Octubre, 2017
Caminé diez minutos desde el metro Centro Médico hasta llegar a una calle tranquila con árboles viejos y autos estacionados a ambos lados del pavimento. Me detuve afuera de una casa construida a finales de los años treinta. Un cubo con ventanas cuadriculadas pero con detalles de herrería y talavera demuestra que el edificio se levantó en un período de transición donde la arquitectura de la ciudad abandonaba el estilo neocolonial para desarrollar viviendas de tipo funcionalista.
La estructura de la casa ha sido preservada, pero Yoshua Okón (México, 1970) acondicionó los espacios para convertirlos en su lugar de trabajo. Ingresé al vestíbulo, un área muy amplia con muros blancos y accesos negros donde sólo había una escalinata con barandal de herrería y un candil que colgaba del techo. Se trata de un área que sirve para cumplir tareas específicas durante la producción de las instalaciones: desde hacer pruebas a escala de las piezas hasta servir de prototipo de los espacios de exhibición.
En la planta alta, Okón removió las puertas para unificar las habitaciones y montar una oficina con un archivo, así también un cuarto de edición para los videos que produce. Al otro lado y junto a una ventana que filtraba la luz del exterior se encuentra la sala. El artista dispuso tres sillas de plástico y una caja de madera con un vidrio a manera de mesa. El objetivo del estudio es generar un sitio abierto, donde él y su equipo puedan conceptualizar nuevas propuestas, proyectarlas a través de maquetas y planear cómo serán efectuadas: “Normalmente todo se construye en el mismo espacio de exhibición. Aquí hago planos, es un proceso más parecido al de un arquitecto”, comenta.
Conocí el estudio tres días después de la inauguración de Colateral, en el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC). Los rincones guardan objetos que de una u otra manera se vinculan con las obras presentes en la exposición: un collage en la pared con stills de sus imágenes-movimiento, un souvenir del Indio de Skowhegan y modelos a escala para la realización de Salò Island (2013). Okón también me enseñó el grupo de figuras de resina que modeló para acompañar esta obra y que al final optó por no incluir. El espacio me resultó interesante por ser una conjunción de los momentos que componen una trayectoria profesional de veinte años, pero también, porque pude ver los cambios, errores y excedentes que Okón ha dejado al hacerse de un discurso.
Un elemento común en los cuartos es la presencia de objetos desechables. Apilados en el piso o sobre las superficies de los embalajes, vi latas de pintura, tubos de PVC, cartones de comida procesada y empaques de plástico. Entre las funciones que el espacio desempeña también se encuentra la de ser bodega. No obstante, el hecho de que estos artefactos formen parte de un sistema de producción industrial desarrollado por corporaciones y auspiciado por el Estado, convierte a todo lo que hay en el estudio en medios de reflexión que Okón incorpora en sus producciones:
“Para mí la relación arte-vida es fundamental. Es un proceso que tiene un inicio muy intuitivo y visceral. Tiene que ver con experiencias de vivir, de habitar este mundo y este sistema; de cosas que me pasan, que veo y que me mueven. A partir de eso investigo, conceptualizo y estructuro las obras”.
A juzgar por los objetos, el área de trabajo del artista podría localizarse en cualquier ciudad del mundo: Los Ángeles, Santiago de Chile o Tel-Aviv. Sin embargo, existen detalles entre las piezas y materiales que le confieren un carácter regional. Distinguí el logo de Sabritas en una caja, un bote de Danone y una bolsa de mandado como las que hay en los tianguis y me resultó curioso cómo de manera inconsciente asocio estos logos o elementos con «lo mexicano», como si la tropicalización de la economía de mercado fuera ahora lo que dicta mis nociones de nación e identidad.
Es precisamente el impacto de las fuerzas globales en las relaciones políticas, culturales y afectivas de los ciudadanos en el siglo XXI lo que a Okón le ha interesado plasmar. Si es posible hacer una diferenciación entre el arte que produjo en los noventa y el que hace ahora, se debe a que esa comparación puede extrapolarse a su propia historia de vida. El artista pertenece a la última generación que recordará cómo era la vida antes de la era de la información, misma que a través de Internet y las pantallas nos ha conectado como nunca en la historia de la humanidad, pero también nos ha vuelto más dependientes. Somos beneficiarios y víctimas, señaló, de un sistema que comemos, vestimos y habitamos. Es la base de explotación y la pervivencia del colonialismo lo que Yoshua Okón ha subrayado desde que inició su carrera en La Panadería.
Mientras escribo esto recuerdo el close-up de Chocorrol (1997), que muestra los traseros de un xoloitzcuintle y una poodle, pegado en uno de los muros del estudio. Si la obra de Okón tiene un aire cómico como apuntan sus críticos, quizá es porque ese absurdo ya está inserto dentro de nuestra cultura de consumo. Vivimos en una época donde el hedonismo se ha convertido en herramienta de empresarios y gobernantes para ejercer un control sobre la población:
“La dinámica de la cultura de consumo, de todo este aparato que se ha construido y del constante bombardeo publicitario, nos crea ilusiones de libertad y de justicia, dándole así invisibilidad a un trasfondo de violencia y explotación”.
Pero el lenguaje visual de Okón no sólo enfatiza los abusos ejercidos por las redes de poder, sino que también refleja la indiferencia colectiva ante la necesidad de demandar y establecer métodos de consumo más responsables. Frente a realidades como la contratación de obreros bajo condiciones cercanas a la esclavitud en la industria textil, la devastación del medio ambiente o la tortura de animales para satisfacer la creciente demanda de carne en el mundo, el artista reconoce que vivimos el resultado de décadas de enajenación, de cerrar los ojos ante ciertas realidades y ocultar temas para fingir que no existen. Vivir de forma mecánica es la opción más cómoda, pero para Okón una de las funciones del arte es quebrar las narrativas dominantes y abrir nuevas perspectivas desde donde podamos analizar nuestro lugar en el mundo:
“Es importante no confundir el arte con el activismo. El efecto del arte en la sociedad no es ni calculable ni cuantificable. Sin embargo, creo que a través del arte podemos expandir nuestra conciencia y romper con el estado de alienación de la cultura dominante. El arte puede ayudar a entendernos como parte del problema; como parte de un ecosistema global dentro del cual participamos, para así tener más conciencia del lugar que ocupamos y de nuestras responsabilidades”.
Los gráficos y aproximaciones del estudio de Okón encierran contenidos que al interpretarse dan cuenta de la tragedia contemporánea de reconocernos incapaces de frenar un modelo político y económico que cada día está más cerca del colapso. Sin embargo, creo que ante el estado de alienación que el neoliberalismo ha impuesto, el artista aboga por el reconocimiento de la diversidad y detección de contradicciones como un arma de renovación política. Okón genera narrativas que nos empoderan como ciudadanos, consumidores y seres humanos, recordándonos que fomentar el fortalecimiento de estructuras locales no genera cambios satisfactorios si la globalización continúa su desarrollo bajo patrones de desigualdad y abuso.
Tras cerca de una hora de conversar en la sala del espacio detuve la grabadora, di una última vuelta con Joaquín, quién nos apoyó con el levantamiento de imágenes, y nos despedimos. “Una disculpa por el desorden. Ahora que inauguró lo del MUAC aprovechamos para hacer una limpieza”, me dijo Yoshua cuando ya estaba bajando por la escalinata. “Está bien, no sería un estudio verdadero si estuviera acomodado», respondí.
Fotos: GASTV
Imágenes: Yoshuaokon.cm
Suscríbete a nuestro
NEWSLETTER