Por Fernando Pichardo | Noviembre, 2020
La Preparatoria Popular «Mártires de Tlatelolco», ubicada en la colonia Atlampa de la Ciudad de México, se ha forjado una reputación en la capital por el modelo libertario que enarboló en sus inicios. La escuela —también conocida como Prepa Fresno— fue fundada en 1968 como respuesta a la incapacidad de la UNAM para ofrecer educación superior a los miles de aspirantes que año con año eran rechazados de su sistema. Durante décadas el plantel operó como un vínculo entre la docencia y las clases trabajadoras, en abierta oposición a las estructuras hegemónicas que estaban vigentes en esa época.
En 1997, el proyecto libertario promovido desde sus instalaciones se vulneró por el rompimiento de relaciones con la universidad. Ese mismo año, Prepa Fresno tuvo que convertirse en una escuela particular, por lo que se implementaron estrategias para defender los principios de autodeterminación y crítica que la sustentaban. A estos eventos se ha sumado la creciente plusvalía que ha adquirido la zona adyacente, que desde el terremoto de 2017 se ha vuelto un foco de especulación para desarrolladores inmobiliarios e industriales.
Como parte del apoyo que históricamente esta escuela ha dado a estudiantes y activistas que promueven pedagogías alternativas, en 2015 Francisco Villa —dueño del plantel— rentó un salón del tercer piso a Marcos González «Foreman». En ese entonces, el artista concluía su participación en el colectivo Los Hámsters y buscaba un espacio de creación en las inmediaciones de Santa María la Ribera.
Durante algunos años Foreman fue el único ocupante de este piso. Las aulas permanecieron en un estado de abandono hasta 2018, cuando una de ellas se acondicionó para recibir un taller de serigrafía que actualmente es manejado por Aztlán, iniciativa cuyo objetivo es ofrecer fuentes de empleo a migrantes deportados. A mediados de 2019, Francisco «Taka» Fernández estableció su taller en uno de los salones, y fue a partir de su ingreso que se propuso la posibilidad de acondicionar los demás espacios de la planta alta para recibir a más artistas. De esta manera surgió Talleres Fresno 301.
La renta de los antiguos salones de clase a precios accesibles detonó una dinámica solidaria donde, por un lado, la escuela proporciona la infraestructura que permite a los artistas la concreción de procesos creativos, a cambio de que ellos otorguen fondos que posibilitan su mantenimiento. Fresno 301 es un sitio de encuentro, experimentación y convivencia para creadores con enfoques diversos. Es un lugar que opera con independencia al proyecto académico del plantel, por lo que no tiene la intención de imponer un programa cultural entre los miembros de esa comunidad.
Existen distintas percepciones entre los participantes sobre si es pertinente aproximarse a la tradición de resistencia del plantel y cómo hacerlo. Algunos miembros señalan que el carácter legendario de la Preparatoria Popular resulta estimulante a la hora de visualizar la educación desde narrativas diferentes. Pero para otros el proceso de producción no va necesariamente ligado con la reputación que enarbola. De acuerdo con Foreman:
«(…) existe una relación de amistad y respeto, pero no pretendemos colonizar. La intención es únicamente que nos dejen trabajar en la parte de arriba. Sería bueno que se lleguen a dar vinculaciones, pero no es algo inherente».
Para algunos de los integrantes, Fresno 301 fue la primera oportunidad para establecer lugares de trabajo independientes de su casa, en ocasiones tras años de buscar sin éxito entre la inflación que distingue a la ciudad. Por otro lado, tanto la vocación didáctica como la carga histórica que tienen las aulas se han recuperado para ser aplicadas en la producción de nuevos imaginarios plásticos. Desde el interior de su estudio y rodeado por selecciones de tezontle y fibras naturales, Morelos León comentó:
«Me dijeron que estos eran espacios escolares, y pensé que al ser maestro un salón de clases sería adecuado para montar un taller. Me vine para acá [desde Huajuapan de León] con la idea de aportar algo a la historia de resistencia de la prepa; de subsistir a pesar de muchas cosas».
Las dimensiones de las aulas —que en algunos casos resultan similares a las de una nave o bodega— hacen que las obras se desarrollen en gran formato, ya sea que estén colgadas en muros o dispuestas en el suelo. Se trata de lienzos o pliegos de papel donde cada autor recurre a su propio cuerpo para intervenirlos. Los textiles con geometrías orgánicas de Andrea Bores, las exploraciones del inconsciente en los paisajes de Taka, y los pendones con hojas doradas de Raúl Cadena, son algunos de los trabajos resultado de la interacción con el espacio.
Al platicar con Alejandro Palomino sobre el impacto que han tenido los talleres en su propio trabajo, comentó:
«(…) en Fresno he hecho los dibujos más grandes que se me han ocurrido. Este espacio condiciona un montón de posibilidades. Regresar a todo esto, a la mesa de madera, al bastidor, al carbón… para mí ha sido un retorno al período de prueba y error que viví en la escuela».
Al recorrer los talleres, es posible darse cuenta que los artistas han imprimido sus identidades en los interiores. Algunas paredes se han habilitado como extensiones de los vocabularios que aquí han habilitado; otros como anaqueles, aparadores o repositorios. En el caso de quienes operan en una misma aula junto con otros integrantes, se observa que existen afinidades en las maneras individuales para explorar un formato específico.
Los salones concentran diferentes expresiones que van del arte conceptual y el grabado en linóleo, al collage o el videoarte. Sin embargo, uno de los ejes que mayor presencia tienen en el plantel es el de la pintura figurativa.
Desde su ingreso a la preparatoria popular, gran parte de sus miembros se han ocupado en explorar nuevos significados y revitalizar este medio, que hace diez o quince años era considerado obsoleto. Está presente en la serie de manglares inspirados en Manialtepec que Taka desarrolló durante los primeros meses de la cuarentena y en seguimiento a una línea de paisaje que ha trabajado desde hace años; en los rostros de tinta china que Alejandra España ejecutó para darle materialidad a las emociones que experimentó durante el confinamiento; y en las series de dibujo de Anais Vasconcelos a los que se refiere como bocetos de vida.
Ante la duda sobre por qué en los talleres existe una valoración tan fuerte de la figuración y el óleo, surgieron distintas opiniones. Taka cree que se debe al factor de incertidumbre que yace en la pintura, así como a la posibilidad de proyectar la subjetividad de formas que no permite el hiperrealismo o la fotografía. Por su parte, Foreman considera que en la pintura radican muchas pinturas, y que el proceso de preparación para el soporte y los pigmentos es equiparable al de la alquimia. Al respecto, Gonzalo García pinta bouquets y escenas que citan la novela Al filo del agua (1947), de Agustín Yáñez, para reivindicar el argumento sobre que trabajar con óleo es anacrónico. Para él, la figuración es un vehículo que permite la fabricación de estéticas que complementen la virtualidad:
«Estamos tratando de encontrar silencio en todo este asunto de cómo consumimos imágenes, y la pintura figurativa es una gran oferta para eso. Creo que la gente está más abierta a tener experiencias menos literales con la imagen. Está dispuesta a preguntarse cosas que no están dadas por sentado, además tiene un asunto sobre que es muy sexy con las redes. La figuración cuenta una historia y este asunto de lo digital nos ayuda mucho«.
La crisis sanitaria alteró la dinámica inicial de este conjunto de talleres. Dos de sus miembros eran extranjeros y tuvieron que salir de México tras la oficialización de la pandemia, y varios de los integrantes que recién se habían unido tuvieron que ausentarse durante meses. A lo largo del período más incierto solo Taka y Foreman permanecieron en el plantel. A pesar de este cambio, la soledad permitió la concreción de varios proyectos. En el caso de Foreman:
«El silencio permitió que se amarraran [las obras]. Durante cuatro años estuve solo, entonces te acostumbras a tenerlo. Todo esto desató una crisis y un cuestionamiento sobre qué pasaría si mañana te mueres. Hay que chambear y esperar a que pase algo».
Es importante señalar si este silencio, que difícilmente se obtendrá una vez que la presencia de personas se restablezca, será prescindible entre los usuarios del plantel, o si ello detonará la circulación de los artistas a mediano y largo plazo.
Esta visita a la Preparatoria Popular posibilitó que todos los miembros se reunieran en un mismo lugar por primera vez. Al finalizar las conversaciones los artistas se tomaron una foto grupal, gesto que afianza una organización de trabajo que al apoyarse en la solidaridad, protección y el conocimiento, recuerda a la tradición de los anteriores gremios que existieron en la capital.
Fresno 301 es un espacio con una carga histórica relevante que reúne voces, experiencias y temáticas heterogéneas sin llegar a ser un colectivo, algo que quizá garantice su supervivencia a largo plazo. Un sitio que ofrece las condiciones necesarias para que quienes lo ocupan puedan retomar proyectos que frecuentemente eran suspendidos a falta de espacios más amplios o de liquidez.
Al configurarse como un lugar de experimentación que se mantiene al margen de la presión que el medio artístico ejerce de manera constante para producir obras al mayoreo, los talleres de la Preparatoria Popular se han convertido en un nicho que permite a sus usuarios habilitar directrices más íntimas. Es un sitio cuyos bocetos, apuntes y prototipos favorecen la gestión de imágenes más confesionales, y que posicionan al juego y la contemplación como motores para detonar discursos.
Fresno 301 se integra por Marcos González «Foreman», Francisco «Taka» Fernández, Morelos León Celis, Luis Hampshire, Katia Tirado, Jan Machacek, Noé Vásquez, Alejandra España, Andrea Bores, Antonio Monroy, Alejandro Palomino, Balam Bartolomé, Anais Vasconcelos, Gonzalo García, Raúl Cadena Rosas y Taller de serigrafía Aztlán.
Fotos: Elic Herrera.
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