Studio Visit

Studio visit | Daniel Monroy Cuevas


Por Adriana Melchor | Agosto, 2017

Hay una foto de Buster Keaton arrodillado sobre la playa y una cámara de cine manipulada por un mono, uno chiquito y vestido de marinero, que apunta hacia al actor. Sobre ellos una mancha de tinta negra muy redonda y, casi al centro del encuadre, otra más que de tan circular simula un astro oscuro e invasor.

Llegué a la casa-estudio de Daniel Monroy esquivando un aguacero. Nuestra plática empezó por el final. Primero hablamos largamente sobre uno de sus últimos proyectos, una investigación que aborda un desastre incendiario que explorará el tiempo de la imagen-movimiento, sus soportes, el texto, su dimensión aural y la memoria. De cómo lo que recordamos es una suerte de gran colección de imágenes que oscilan entre el hecho y la invención; somos seres poblados de todo tipo de fantasmagorías. Y quisiera contarles más al respecto, pero les arruinaría la sorpresa.

Para no hacerlo, no se me ocurre nada mejor que detenerme en una laminilla de vidrio pegada en la esquina inferior de la ventana. Un cuadrángulo cuya superficie ardió para producir una sombra de hollín y unas grietas alarmadas que escapan del centro. Este objeto que yace ahí como accidente, permite acordarme de una serie de reflexiones sobre los modos de visión mediados por la pantalla, no sólo en el cine o en el arte contemporáneo, sino en nuestras relaciones con la cultura mediática del día a día ¿Qué tipo de subjetividad producen todos esos marcos por los que ahora miramos? Preguntaría Kate Mondloch.

Visita a estudio Daniel Mornoy

Luego recuerdo Samalayuca de 2016, una pieza a dos canales de video que proyectaba dos espacios cinematográficos, entonces le pregunto a Daniel si hay una preocupación por reflexionar sobre el soporte físico de la imagen proyectada, responde que sí. La pantalla también ha sido una de las inquietudes que aborda la producción del artista y de ello da cuenta New Frontier (2015).

Nos movemos a la sala para ver sobre el muro del comedor este proyecto que filmó en un autocinema abandonado en Colorado, Estados Unidos, territorio que alguna vez fuera la frontera con México. Una pieza que está llena de exploraciones sobre los límites territoriales, sus problemas geopolíticos y la construcción de éstos, pero también, sobre la mirada y el sitio en donde se “enciende” la imagen en movimiento. La silver screen permanece como un personaje, uno en soledad.

Mientras Daniel preparaba el proyector, miré hacia arriba y encontré un reloj de pulsera pegado al techo. Anclado desde el cristal, las manecillas permanecen ocultas y sólo veo las correas sueltas colgantes. El tiempo es otra de las búsquedas que atraviesa el cuerpo de obra de Monroy. En Espectador en el vacío (2015), la cinta electromagnética de casetes como el VHS, formatos Hi8 y DV es reunida en varias piezas esféricas de distintos tamaños; tiras y tiras de tiempo y luz sobreexpuesta componen la materialidad de estas obras. El resultado, una serie de objetos de un negro profundo y lustroso, un espacio fílmico de cualidad escultórica. Una reflexión que nos habla no sólo de sus cualidades matéricas, sino de la experimentación de sus componentes, que más que traducciones entre lenguajes plásticos, son traslaciones entre espacios.

Uno de los cuestionamientos que accionan estas piezas es la duración de la imagen y su relación con el espectador ¿Cómo percibimos 300 horas de grabación sobre un pedestal y no frente al televisor, o 18 000 minutos de música en nuestras computadoras?

Sobre su mesa de trabajo se asoman dos fotogramas. Uno de ellos pertenece al filme de Buster Keaton The Cameraman de 1928 y, el otro, a Duck Soup de los Hermanos Marx de 1933. Daniel me cuenta que, desde muy temprano, el cine mudo ya reflexionaba sobre su quehacer y hacía evidente el proceso cinematográfico. La imagen de Keaton, que ha sido víctima de alguno de los experimentos con tinta, me ha obligado a mirar la película con detenimiento.

Hay una escena muy particular en donde el personaje de Keaton, en su intento por enamorar a la hermosa Sally, decide cambiar su oficio de fotógrafo callejero de instantáneas a camarógrafo de noticias. Para conseguir el puesto necesita realizar una serie de tomas que den cuenta de su habilidad para captar el momento oportuno de los hechos. Lo que lleva ante el jefe de Sally y a su competencia, es un material que juega con el montaje, el tiempo y la superposición de espacios y la división del encuadre para proyectar múltiples imágenes en movimiento. Experimentación que para la audiencia del cine de masas de aquella época se trataba de una falla, de un glitch. Pero esta película es coetánea de la cinta Ghost Before Breakfast (1927) de Hans Richter y esto nos permite especular las relaciones sobre la exploración de la imagen producida en un sistema visual particular —pero esto será para otro momento.

Ese astro oscuro e invasor sobre la cámara de cine y el sujeto que filma al actor, nos recuerda ese tiempo siniestro e inasible que produce la luz en movimiento sobre un soporte estático, de aquello que aún falta por deconstruir el fenómeno cinematográfico en relación a la subjetividad contemporánea en la era de la multipantalla. Pesquisa escurridiza que la obra de Daniel Monroy Cuevas intenta capturar desbordando distintos espacios narrativos.

Fotos: Cortesía del artista.

Imágenes: Daniel Monroy Cuevas