Studio Visit

Studio visit | Claudia Luna


Por Elena Piedra | Junio, 2019

Detrás de una reja negra, típica de las fachadas de la colonia San Rafael, apareció Claudia Luna (México, 1988). Caminamos el largo del pasillo platicando de su llegada a esta zona. Antes vivió en Mixcoac, Xochimilco y, en su infancia, Iztapalapa. Como si hubiera sido un ritual necesario antes de encontrarme con su obra, anduvimos unos 20 metros hasta el fondo, en medio de un túnel de geometrías naranja, con ventanas y puertas de herrería que sobresalían de las paredes.

«Es mi casa. Vivo con mi hermana pequeña y su compañera de universidad, pero yo me apoderé de la sala para trabajar». El espacio es abierto. Un continuo de sala-comedor, cortados por el pasillo que lleva a la cocina, del lado derecho y, unos metros adelante a la izquierda, a las recámaras. Cuadros y colores que ya reconozco de ella están dispersos por todos lados.

Foto: Zaickz Moz

Luego de una plática de reconocimiento entro en materia con la pregunta más obvia. Su padre es geólogo y Claudia consideró seguir esa línea, pero en el último año de su paso por el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) encontró otro modo de experimentar con el espacio y los materiales. De la antes Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP), ahora Facultad de Artes y Diseño, tiene una serie de experiencias desarticuladas que podrían haber quedado en el aire de no haber sido por La Colmena, taller interdisciplinario al que tanto estudiantes como docentes asistían por gusto. Ahí entró en contacto con quien señala como su gran profesor, José Miguel González Casanova.

«A José Miguel no le molesta compartir sus conocimientos y es de los pocos profesores que fomenta la investigación de arte por parte de los mismos artistas».

Foto: Zaickz Moz

Desde sus primeros trabajos el tema fue la arquitectura, la arquitectura como la intervención del hombre sobre el espacio. Claudia inició con el grabado en metal, una serie de planos de edificios sobre los que «quería ver la impresión del tiempo, la repercusión de la luz en la materia». Después, resultado de largas horas de observación —y tráfico— por la ciudad, se enfocó en la deconstrucción.

Con impresión sobre cartón y acrílico, Claudia daba forma a una estructura para luego ir pelando partes de ella y jugar con las capas de material: «Como dice Matta-Clark, una pared es más interesante que una pintura por todo lo que integra». En aquella etapa consideraba al dibujo como el esqueleto de la pintura, «el dibujo, las varillas; la pintura, el acabado», me cuenta.

Levantamiento (2012), Claudia Luna.

De un momento a otro sus formas se volvieron menos figurativas. En sus «estructuras» la representación perdió foco y la tomó el juego de las capas. Óleo, acrílico, cinta y perforación para erigir esqueletos de edificios en el vacío, para abrir un hueco sobre el suelo y revelar su circulación en tuberías y cables. 

Hay una calma en la voz de Claudia que podría hacerla sonar pasiva, pero el entusiasmo de sus manos por mostrarme sus piezas y la vigorosidad con que su pensamiento salta de una idea a otra explicándose, me intriga. Va del «Edificio Pato» de Robert Venturi, a la plástica de Carlos Bunga y lo abstracto de Richard Dibenkorn para volver a caer en su propia obra.

Material de Obstrucción (2016), Claudia Luna.

A Claudia le gusta pintar con todo el cuerpo, su instrumento favorito es una escuadra de plástico que usa a modo de espátula. Prefiere trabajar sobre el soporte que frente a él, por eso se siente más libre con papel o cartón que con el bastidor. Le pregunto entonces sobre una pintura en bastidor que tiene recargada en la pared: «Esa me costó mucho trabajo. Sentía los colores muy planos. Me gusta que las texturas den cuenta del desgaste del tiempo y de la porosidad que resulta del uso y del contacto. Pero ahí no lo veo», me dice. Tiene razón, el cuadro me hace pensar en un tiempo suspendido, en esa quietud extraña de obras como Bigger Splash, de David Hockney.

A la animación llegó al entrar como docente en una escuela de medios digitales. Nos acercamos a la computadora para ver sus piezas y encuentro que el orden de sus archivos es impecable. Claudia me muestra varios videos pero no logro decidir si son definiciones geométricas o metáforas gráficas; todos de palabras en torno a la construcción: apilar, desplomar y sobreponer. Una espera que gira en sombra alrededor de un cubo me conmueve sobremanera.

Palabras en torno a la construcción, animación de Claudia Luna.

Mientras tanto, Claudia continúa contándome su trayectoria artística y llega a un punto importante, su residencia en Banff Centre for Arts and Creativity, en Canadá. Con sus propios medios y por primera vez fuera del país, voló a la provincia de Alberta para pasar un mes dedicada a su obra. Ahí, dejó de observar las estructuras de gran escala y centró su atención a los fragmentos de arquitectura que se van encontrando en el camino. Tanto su mesa de trabajo como el escritorio frente a la ventana en el estudio son estructuras así.

«Piezas más efímeras que se forman temporalmente con una función y luego son desarmadas o abandonadas cuando ya no se necesitan», describe.

Durante la maestría conoció al pintor mexicano Javier Anzures, quien entendiendo que Claudia ya dominaba su propia técnica la empujó fuera de ahí: «Le agradezco muchísimo porque fue quien me metió en crisis». Por un lado, Claudia comenzó a integrar en sus representaciones la sensación del momento; la relación cambió, ya no eran objetos de ciudad recogidos o registrados como piezas arqueológicas, sino impresiones evocadas desde la memoria. Por otro lado, tras señalarle lo escultórico de sus pinturas, Anzures la retó a explorar con la tercera dimensión, a intentar con aquello que ella ha nombrado como objeto-pintura.

Foto: Zaickz Moz

Sobre la mesa de trabajo —en orden también— observo diferentes fases del proceso. En un extremo, sus botes de acrílico y pintura. Claudia me cuenta que no le gusta la planificación, «se gana con lo espontáneo», y por eso se siente más cómoda con el papel, «sobre la hoja no se retrabaja». «El primer color que aplico es el que me dice cuál será el siguiente», sin embargo, la paleta es una, siempre colores pastel, claros, con un dejo gris que remite al cemento de la ciudad. Intuyo esos colores conocidos y, como si me leyera la mente, me explica su gusto por las naturalezas de Giorgio Morandi.

Al centro de la mesa un cuaderno y dos torres de hojas de papel. En principio las pinturas dan la idea de ser exploraciones de la textura y el color, luego de mirarlas de cerca, es claro que resulta más que eso. Claudia busca la geometría en el entorno, la real —con función e historia— y la abstrae para fijar su impresión en el papel. Ahora, tiene la fijación del mantra: dibuja por largas jornadas, todo lo que puede, sin detenerse, como buscando soltar cualquier atadura, llegar a algún punto, insistir y desbordarse para quebrar en algo más.

Objeto-pintura, Claudia Luna | Instagram: @claudia_lunaf

Al extremo opuesto, del lado de la ventana, como si las dos dimensiones del papel se hubieran extraído en volumen tangible, sus objetos-pintura esculpen trozos de ciudad. «Puedes tomarlos, sin problema». Levanto cuidadosamente uno de ellos y pienso en sus palabras sobre pintar con todo el cuerpo, de representar la acción del tiempo y la huella del contacto. Claudia tiene un trato desenfadado con sus propias piezas. «Esta es mi favorita. Armo como las mismas formas me van dictando, pero a veces no logro cuadrar un borde con el otro y debo encontrar una manera. Aquí, por ejemplo, tuve que meter una cuña para cerrar», me muestra.

Hay algo profundamente humano en la obra de Claudia Luna. En la superficie flotan los objetos y la arquitectura de la ciudad, pero es la acción de las personas —en su constante error e imperfección— y la repercusión del tiempo lo que verdaderamente parece fascinarla.

En sus últimas animaciones ha iniciado un trabajo más narrativo donde la figura humana ya es representada. De su proyecto Gestos contra la aceleración del mundo, Claudia me muestra un video en el que un par de manos apenas se acomodan. Un mes de trabajo para dibujar 720 cuadros, «me tomó muchísimas horas dibujar el no hacer nada». El proyecto surge de una idea que ha trabajado con Verónica Gerber Bicecci durante el Seminario de Producción Fotográfica (SPF2018) en Centro de la Imagen.

«Quería hablar de esa prohibición al aburrimiento, de no hacer nada. Hoy todos ven mal el tiempo no productivo».

Foto: Zaickz Moz

Y así es, la era de la aceleración del tiempo, en la que nos apremia la urgencia de no parar, pero esa misma preocupación es la que nos tiene dando vueltas sobre el mismo sitio sin llegar a ningún lado. Pienso en la trayectoria de Claudia, aguda como una flecha: cursos, talleres, intercambios, becas, pasos acompañados de referencias y un profundo proceso de investigación.

Hace referencia a La escuela del aburrimiento, de Luigi Amara. A lo largo de la plática me he dado cuenta de que los libros toman un lugar importante en el desarrollo de su trabajo y al preguntarle abro un barril sin fondo: El artesano y Carne y piedra, de Richard Sennet; Manual de operación, de Ricardo Rendón; Sombras de Ciudad, de Iria Candela; Walkscapes, de Francesco Careri; Materialismos, de Hélio Oiticica; La construcción del habitar, de Antonio Zirión Pérez; Planeta de ciudades miseria, de Mike Davis; El complejo arte arquitectura, de Hal Foster y podría seguir.

Señalo una ilustración enmarcada en la pared: una mujer deja caer el torso, los brazos y el cabello hacia el suelo, no se le ve el rostro. «No, ese no es mío, es de Iurhi Peña. Estoy contenta porque he ido formando mi propia colección. Estos son de Pamela Zeferino, allá tengo de Javier Aceves también», me muestra. A la lista se suman Néstor Jiménez, Omar Ocampo, Mónica Figueroa y un intercambio con Franco Aceves, con quien, de alguna manera, comparte una amargura crítica.

Instagram: claudia_lunaf

«Siento que no soy una artista muy visible o mediática, pero no me molesta. Creo que mi camino se trata de buscar el lado formativo del arte, desde ahí, me han invitado a proyectos y exposiciones».

Claudia dice no estar muy en contacto con la escena de arte, sin embargo, ha expuesto individual y colectivamente a lo largo del país y en ferias de arte como Salón ACME y Arte Diez. Su intención ahora es trabajar la cerámica para ampliar el camino de sus objetos-pinturas. Además, movida por la obra del costarricense Federico Herrero, quiere empezar a intervenir directamente sobre la pared. Quizá en esta nueva etapa, la artista tome más que la sala para trabajar.

El tiempo apremia y de un tema a otro han caído las horas. Caminamos nuevamente el túnel de geometrías y Claudia me despide sonriente desde la puerta. La luz de la tarde brilla distinta sobre los colores de la calle, noto algo distinto. Los edificios son prismas que emergen del suelo, capas sobrepuestas, piezas armadas; yo, una consciencia inquieta que ha de aprender a contemplar.

Fotos de estudio: Zaickz Moz

Imagen de portada: Via (2017), de Claudia Luna.

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