Por Alejandra Bolaños | Octubre, 2018
Abril nació en Veracruz, como yo.
No empezaría el texto de esta manera de no ser importante, y es que el lugar natal de Abril Hernández (Xalapa, 1991) ha definido su práctica artística.
Este último año el tener un estudio ha significado para Abril producir en cualquier espacio que se le presente, casi casi el lugar que «se agarre», pues su producción sucede en un constante tránsito entre Xalapa, Veracruz y la Ciudad de México, donde se ha mudado en varias ocasiones (como nos pasa a todos los que hemos llegado a vivir aquí), migrando sus cosas personales y herramientas de trabajo por diferentes zonas. Así, su estudio a veces es una habitación, un comedor, algún escritorio compartido o cualquier mesa en la que se siente a trabajar.
El desplazamiento constante la ha orillado a trabajar incluso durante los tiempos de traslado, como el que pasa en el transporte público o en el autobús entre Veracruz y Ciudad de México, donde aprovecha para leer; siempre trae un par de libros para ese momento. Cuando tienes 10 horas de viaje sabes que puedes terminar un libro en el trayecto.
Cada vez que hablamos de su producción artística en ese estudio móvil mi visita se transforma una y otra vez en una narración sobre un sitio lejano: el barrio llamado El Dique, en Xalapa. Ahí nació, estudió la universidad y ahora gestiona —junto a sus amigos más queridos— el taller que más ha significado en su quehacer.
Es difícil hablar del contexto que envuelve el trabajo de Abril, porque es hablar en voz de una generación que vivió la crisis posterior a 2006 y que fue parte de los movimientos estudiantiles y periodísticos que —entre el 2012 y 2015— enfrentaron el régimen del exgobernador priísta Javier Duarte, en Veracruz. Muchos de quienes compartimos esa época nos fuimos, nos instalamos en otras ciudades o países, como gran parte de la población del sureste mexicano. La falta de oportunidades laborales más la inseguridad de los últimos tiempos en el estado es la causa por la que muchos jóvenes nos desplacemos en busca de «oportunidades», aunque esto signifique vivir con una nostalgia perenne por el lugar de origen.
Sin embargo, por ahí del 2015, un grupo de egresados se mantuvo en Xalapa continuando iniciativas culturales y artísticas, entre ellos Abril. Este acto de resistencia siempre me ha recordado aquella frase de Mercedes Sosa que se cantaba a manera de consigna durante las manifestaciones: “no todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón”.
Junto a Rulo y Mario, Abril fundó Roto Ediciones en El Dique, un coworking que se renta entre varias personas. En el taller hay una mesa grande al centro, hecha de una tarima de zapateado jarocho que la maderería de enfrente iba a tirar. “El chavo” que adaptó el lugar le puso patas a la mesa y alrededor de este mueble se ubicaron cubículos individuales. Aquí Abril tenía un módulo fijo que ahora ha ido cambiando porque tuvo que rentarlo durante su ausencia.
«Mi espacio de trabajo se transforma en ‘las cosas que caben en mi mochila’ cuando tengo que moverme a mi domicilio en turno”.
En 2017 Abril vino a la Ciudad de México a estudiar dos años, aunque siempre mantuvo un pie en Xalapa, a donde piensa regresar cuando termine. Está segura que es allá en donde se debe trabajar, por eso del centralismo, y me comenta sobre las potencias de producir desde la periferia de su barrio, en donde trabaja en colectivo, cerca de su familia y donde puede permitirse habitar un estudio compartido sin pagar rentas caras.
Pese a las dificultades que significan la precaria economía local y el hecho de que en Xalapa la cultura está dominada por estructuras estatales como los Institutos de Cultura y la Universidad Veracruzana, coincidimos en que la falta de un mercado de arte permite producir sin presiones «capitalistas». En este sentido, no existen calendarios estrictos de producción como en la Ciudad de México y los proyectos artísticos pueden andar y detenerse de acuerdo a las posibilidades materiales. Además, es más accesible exponer en espacios estatales o independientes y la comunidad responde positivamente a los eventos culturales, difícilmente falta público. Lo complejo es organizarse y traer proyectos de otros lugares que permitan nutrir la escena local. A veces Xalapa hace arte para Xalapa.
Esto último es una de las grietas que más le interesan a Abril. Bajo esa idea, actualmente forma parte Ediciones Estridentes, colectivo editorial que gestiona Contracorriente, un encuentro anual de autopublicación y edición independiente, además de organizar distintas actividades a lo largo del año.
Recortar libros o revistas para intervenir los hechos y personajes es una práctica continua de Abril, el collage es una de sus principales técnicas creativas de la mano con la fotografía, el video y las publicaciones. Tiene revistas en todos sus lugares de trabajo, algunas las carga en su mochila, junto con su tabla de corte, una maletita negra para los pinceles, acrílico blanco y negro, un retablo de madera para mezclar la pintura, su cutter y algunas tijeras.
En 2015 Abril comenzó la Enciclopedia de la Superstición, a partir de reencontrar las enciclopedias universales que su tía le regaló hace tiempo. Como casi todos los objetos que se dejan a su voluntad en Xalapa, estaban arrumbadas y olvidadas, llenas de moho. Utilizó entonces los tomos que ilustraban la Primera y Segunda Guerra Mundial, recortó e intervino las fotografías que retrataban grandes multitudes y borró todos los rostros como gesto para cuestionar: ¿por qué no sabemos quiénes son todas estas personas?, ¿por qué en los conflictos bélicos sólo conocemos los rostros de los políticos y militares?
La Enciclopedia de la Superstición concluyó como publicación impresa en la risografía de Roto Ediciones. Un poco como Aby Warburg cuando creyó que había generado la Primera Guerra Mundial por atesorar y estudiar tanto las imágenes, Abril estaba abriendo el diálogo con las fotografías de la enciclopedia abandonada de otras guerras que no le significaban. Tan lejana era la imagen que era más fácil cuestionar a los seres de esas fotografías que a la neblina que envolvía su propio contexto local.
«Una forma de intervenir las imágenes a manera de brujería o ejercicio de reapropiación de la historia oficial para tratar de invertir su significado».
Para su proyecto más reciente Made in La Charca, trabajó con la familia de su padre a través de videos y fanzines. Esta vez lejos de La Enciclopedia de la Superstición, le da un giro a la distancia documental para exponer lo más cercano que tiene, ya no desde lo material, sino desde lo afectivo. El proyecto se encuentra en proceso y trata de la historia de migración familiar tanto en el territorio nacional como hacia los Estados Unidos, a la vez que ilustra el paisaje de un pueblo dedicado a la cosecha de caña en uno de los lugares más calurosos del estado de Veracruz.
Abril nació en Veracruz, como yo. Pero se quedó un tiempo más y yo me fui en cuanto pude. Como ella, yo tampoco puedo dejar de hacer narraciones sobre mi lugar de origen. Ambas nos hemos encontrado en distintos escenarios y a partir del año pasado coincidimos en la Ciudad de México.
Para conocer más del trabajo de Abril Hernández aquí.
Imágenes de obra: Cortesía de la artista.
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