Mayo, 2017
“Al ser llamado con un nombre insultante, uno es menospreciado y degradado. Pero el nombre ofrece también otra posibilidad: al ser llamado por un nombre se le ofrece a uno también, paradójicamente, una cierta posibilidad de existencia social, se le inicia a uno en la vida temporal del lenguaje, una vida que excede los propósitos previos que animaban ese nombre. Por lo tanto, puede parecer que la alocución insultante fija o paraliza a aquel al que se dirige, pero también puede producir una respuesta inesperada que abre posibilidades.”
Judith Butler
Un hecho ocurrido el 3 de mayo en la UNAM agitó las redes sociales. El cuerpo de Lesvy Berlín Osorio Martínez fue encontrado en las instalaciones de Ciudad Universitaria. Las primeras declaraciones de la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México hacían parecer a Lesvy como responsable de su propia muerte. Alcohólica. Drogadicta. Así es como la institución encargada de esclarecer su muerte la adjetivaba.
El enojo que se produjo no sólo fue por el asesinato de Lesvy. Las afirmaciones que publicó la PGJCDMX en su cuenta oficial de Twitter fueron interpeladas a través del hashtag #SiMeMatan. En un acto de escritura performativa, miles de mujeres compartieron cómo serían estigmatizadas por el sistema —reflejo de una política nacional encargada de culpabilizar a las víctimas— si fuesen un caso más de feminicidio.
La víctima siempre es femenina
Ahora más que nunca es pertinente la reflexión que hace Cristina Rivera Garza sobre la palabra víctima que, irónicamente en español, es femenina. Las implicaciones de habitar en el Estado de México y ser mujer son, entre otras cosas, las de asumirse como una víctima potencial y atenerse a las consecuencias de lo que pueda pasar en caso de salir sola, de noche o vestida de manera “provocativa”.
La investigación artística de Sonia Madrigal (Ciudad Nezahualcóyotl, 1978) gira en torno a la violencia de género. Sus procesos, con la calle como escenario, problematizan sobre las dinámicas socioculturales que se desarrollan en la periferia de la Ciudad de México. A través de imágenes fotográficas y acciones in situ, Madrigal potencia la información que está latente en el espacio público.
El proyecto Te (2016), desarrollado en el marco del Seminario de Producción Fotográfica del Centro de la Imagen, registra pintas de declaraciones amorosas realizadas en bardas de los municipios mexiquenses de Chimalhuacán y Ciudad Nezahualcóyotl. “Te amo” es la frase que aparece recurrentemente en las calles donde han sido halladas mujeres asesinadas. Es inevitable no pensar en la relación que existe entre la cuestionable muestra de amor romántico de pintar un muro y el alto índice de feminicidios cometidos en manos de personas que tienen un vínculo emocional con la víctima, en la mayoría de los casos, ser sus parejas sentimentales.
Las imágenes que a primera vista parecen inocentes muestras de afecto, son acompañadas al reverso por datos extraídos del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicido: “De acuerdo con información de la Procuraduría General de Justicia del Estado de México, de enero de 2015 a junio de 2016, al menos 550 mujeres fueron asesinadas de manera violenta. Durante ese mismo periodo desaparecieron 2043 mujeres, más del 60% de ellas tenía entre 10 y 17 años.” El borramiento de las frases por el paso del tiempo o la superposición de otros grafitis, se equipara a la invisibilidad y el olvido a los que están condenadas las miles de mujeres asesinadas en esta entidad.
El Estado de México ocupa el primer lugar en feminicidios del país. En los últimos años hemos visto en las redes sociales el aumento de notas, casos y denuncias relacionadas a este tema. Familiares y amigos exigen, con los pocos medios que tienen a su alcance, obtener respuestas. En La muerte sale por el oriente (2016), Sonia Madrigal registra una iniciativa de Irinea Buendía, madre de Mariana, joven asesinada en Chimalhuacán en 2010. Su labor consistía en emplazar cruces, de cinco metros de altura y pintadas de color rosa, en el Canal de la Compañía, con la intención de evidenciar la impunidad en los feminicidios y tratar de hacerle justicia a Mariana. Además de hacer la documentación, Madrigal colaboró en la convocatoria y recaudación de fondos para su fabricación.
La colocación de las cruces inmediatamente generó descontento entre las autoridades de Chimalhuacán. La alcaldesa mandó retirarlas y fueron abandonadas a la orilla del canal. Se convocó a una segunda plantación de cruces y en esta ocasión, se sumaron a la protesta mujeres de los municipios de Ecatepec y Nezahualcóyotl. El proyecto sigue en pie, actualmente se tiene contemplado instalar más cruces e invitar a la comunidad artística a participar con acciones e intervenciones en el sitio.
En un estado con elecciones en puerta, llama la atención la ausencia de propuestas por parte de los candidatos mexiquenses en relación a la violencia de género. Da la impresión de que las estadísticas, protestas y el hartazgo no llegan a sus oídos. Se les olvida que de los 11.3 millones de electores, 5.9 son mujeres. Evitar los feminicidios requiere de voluntad política y concientización. La violencia está tan normalizada en el Estado de México y en todo el país, que es más fácil resignarse que actuar.
Pero, ¿cómo está reaccionando el circuito del arte contemporáneo ante esta situación? En un entorno que permite operar bajo cierta protección y benevolencia —en contraste con otras disciplinas como el periodismo— la visibilidad que tienen las producciones artísticas ligadas al feminicidio es mínima.
Es verdad que existen espacios, artistas e iniciativas problematizado el tema. Varias instituciones culturales que tienen como misión sensibilizar a los públicos y construir comunidad por medio del cruce entre las prácticas artísticas contemporáneas y las problemáticas sociales, se ocupan de manera casi nula a la discusión sobre violencia de género. No quiero pensar que una de las razones de ese desinterés se deba a que la mayoría de las voces en el circuito provienen de agentes masculinos (artistas, curadores, galeristas, funcionarios, etc.) o quizá sea porque hay asuntos más importantes de los cuales hablar…
La violencia ejercida hacia las mujeres en todas las esferas de la vida es innegable. Sin embargo, las operaciones que realizan artistas como Sonia Madrigal sirven para concientizar a la gente. El ejercicio que hace al apropiarse de la calle, un espacio de acción que hasta hace poco se creía exclusivo de los hombres, es una forma de resistencia. A través de sus bitácoras y fotografías, Madrigal da rostro y nombre a todos esos cuerpos objetivizados. Y a su vez, nos muestra lo que las instituciones no están dispuestas a encarar.
Foto: La muerte sale por el oriente | Cortesía de la artista.
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Paola Eguiluz (Ecatepec, 1986) es artista, curadora e historiadora del arte. Estudió Artes Visuales en la Universidad Autónoma de Querétaro y la maestría en Historia del Arte (Estudios Curatoriales), UNAM. Actualmente es coordinadora de exposiciones y actividades de formación en Local 21. Espacios Alternativos de Arte.
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