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Rumbo al III Conversatorio | La crítica de lo político frente a la crítica moral, por Sandra Sánchez


Por Sandra Sánchez / @phiopsia | Junio, 2015

Hay un par de demandas recurrentes del arte contemporáneo sobre sí mismo, —por arte entiendo el circuito integrado por objetos, piezas, discursos, artistas, curadores, espectadores y todos aquellos miembros que conforman una comunidad reunida alrededor de esta práctica específica—. Estas dos demandas, que generalmente se circunscriben al campo de la moral, consisten en la capacidad que “debe” tener el arte contemporáneo para generar crítica sobre la sociedad, al tiempo en que busca alejarse lo más posible de prácticas de intercambio en el mercado. La consecuencia es un arte heroico; su rol es salvaguardar a la comunidad del enemigo que la habita: su propio modo de producción visto como exterior. En estas notas dejaré de lado el complejo tema de la inserción en el mercado voraz, tanto de la practica artística como intelectual, para generar distancia entre una crítica moral y una crítica de lo político.

I

En su libro Agonistics. Thinking the world politically, Chantal Mouffe acota el rol del arte, que ya no le es posible generar una crítica radical; su acción política radica en la posibilidad que tiene para proponer nuevas prácticas y nuevas subjetividades, ayudando así, a subvertir la configuración existente del poder. La dimensión política de una práctica agonal del arte consiste en rechazar su heroicidad, es decir, desafiar la idea de que actuar políticamente consiste en una crítica que rompe totalmente con el actual estado de las cosas, que sólo consiste en manifestaciones de rechazo o que condena moralmente.

El pensamiento de Mouffe está inscrito en una tradición en donde “las cuestiones propiamente políticas siempre implican decisiones que requieren que optemos entre alternativas en conflicto”, piensa en antagonismo, no en una comunidad que lleva al consenso: en el paraíso no hay política. El problema de generar una “crítica moral” desde la propia práctica artística o desde la escritura posterior, es que anula cualquier tipo de disenso, pues al llevar los juicios a polarizaciones de bondad y maldad, lo que se desplaza es la posibilidad misma de confrontación que derivaría —no necesariamente mediante el diálogo pacífico— en un reajuste de los modos en que operamos frente al capitalismo.

La palabra utopía tiene múltiples interpretaciones, me interesa particularmente cuando se la trata como una zona de desgaste, donde lo que importa es el campo que se abre para imaginar otros mundos posibles. La utopía aquí es un binomio de la moral; encuentro en la propuesta utópica la confrontación necesaria con aquello de lo que se busca escapar, en la utopía hay política en cuanto confrontación con el orden imperante. Por otro lado, una propuesta moral del arte sólo se limita a desmarcarse de lo que está mal y a alabar lo que está bien, generando una práctica policial en donde se defiende un sólo modo de generar orden, el cual constantemente está basado en una supuesta “buena voluntad” que no se cuestiona. Pero de buenas voluntades también está hecho el fascismo. La utopía imagina otro orden posible, la moral impone el suyo como único y verdadero.

II

Recuerdo la participación de Mariana Botey en la última edición del SITAC “Arte, justamente”, lleno de aplausos a proyectos buenos; en su ponencia la investigadora preguntaba por las posibilidades que tenía la justicia para aparecer desde el arte contemporáneo. En realidad su cuestionamiento iba más allá del juicio, inmediatamente traducido a bondad, de prácticas comunitarias como la que presentó Maria Theresa Alvez. La pregunta de Mariana era por la crítica misma, es decir, por las condiciones de posibilidad que tiene el arte contemporáneo de dialogar o llevar a práctica la justicia. Su cuestionamiento pasó un poco de largo, lo cual es una pena, pues lo que traía a discusión era la forma en que naturalizamos lo que la justicia implica, su comentario abría la posibilidad de problematizar por qué entendemos tal o cual práctica como justa.

Parece que hablar de una “crítica moral” es un oximoron, pues algo que pregunta por las condiciones de posibilidad de un fenómeno, no puede tener como antecedente de la pregunta misma un juicio sobre lo bueno y lo malo. Es entonces cuando vislumbramos que por crítica se entienden muchas cosas, desde el criticismo hasta un espacio donde cada quien tiene el derecho de decir lo que quiera, equiparando crítica a escritura; estoy pensando en espacios recientes como el Blog de Crítica de Alumnos 47, el cual dice de sí que “no es una publicación con una línea editorial que determine contenidos. No tiene un consejo editorial y son los mismos autores los que seleccionan a los siguientes”. En espacios como éste, queda a discreción de cada participante, el hacer o no aparecer la crítica, como sea que se la entienda.

Digresiones, regresemos. Un ejemplo de “crítica moral” popular es la escrita por Avelina Lésper. El problema no es si le gustan o no prácticas que rebasan su entusiasmo por la pintura, sino que nunca hace explícito por qué juzga esa práctica como “mejor” que la otra, o por qué condena a los objetos abstractos frente a las representaciones miméticas. Su criterio de gusto es un lujo que no se puede conceder alguien que este pensando en actuar desde una “crítica de lo político”, es decir, desde las condiciones de posibilidad que llevan a la confrontación antagónica con el orden preestablecido; “nuevas prácticas y nuevas subjetividades”, diría Mouffe. Aquí habría que detenernos y ver hasta qué punto operamos sólo defendiendo nuestros propios criterios de gusto, como lo hace la Lésper y cuándo lo hacemos teniendo en mente una confrontación con los modos de producción imperantes, asumiendo que cualquier antagonismo requiere una escucha mínima a las demandas y posturas del otro con quien se mantiene el disenso; casi toda la discusión que derivó en la cancelación de la exposición de Hermann Nitsch en el Museo Jumex se desarrolló desde la estrategia de Lésper, así como, posteriormente, la crítica a la institución misma.

III

En este punto parece conveniente aclarar por qué es importante hablar de “crítica de lo político” y no de crítica política. Lo que se busca es evitar confusiones temáticas, es decir, una crítica de lo político puede operar sin necesariamente tener a la política, es decir al gobierno, al capitalismo y al mercado, como tema de la discusión. La crítica de lo político se da en todos los campos en donde lo “humano” aparece, pues tendemos a hacer metafísica de nuestra vida cotidiana, a fijar origen y futuro, por lo que es necesario hacer pausas para confrontar lo que naturalizamos.

Pienso en Cuauhtémoc Medina y los párrafos que escribió para la exposición de Francis Alÿs. Independientemente de que se pueda o no estar de acuerdo con la forma en que Medina está justificando la pintura de Alÿs —bocetos de un todo más grande que culmina en acciones-video—, lo que es innegable es que la curaduría presenta una “confrontación antagónica” con la forma en que se ha entendido a la pintura: como representación mimética, gestual o hipostática. Ante el viejo orden, se presenta otro modo de experiencia.

En la batalla no es necesario que haya sangre derramada.

A veces la confrontación consiste en la forma en que se mira.

Recuerdo una entrevista a Helena Chávez McGregor sobre la exposición Teoría del Color, en ella decía que el objetivo de la curaduría no era señalar al sujeto racista, tampoco a la “víctima del racismo”, sino trabajar sobre la mirada racial. Hablaba de 2013, donde a partir de las manifestaciones del SNTE, comenzaron a aparecer muchos comentarios racistas sobre los profesores, haciendo evidente cómo en México cada vez que se presenta el problema social, regresa el insulto racial. A partir de esa irrupción fue que el equipo de investigación decidió indagar sobre qué estaban trabajando los artistas mexicanos al respecto, a partir de ahí vieron que había muy pocos tratando el tema, entonces se abrió la investigación a otras latitudes.

Helena cuenta que no fueron ellos quienes escogieron el tono discrusivo, sino que a partir del tono presente en las piezas fue que se generó un orden, visible en un diagrama presentado al final de la exposición. Las obras expuestas parten del año 2000, con la intención de confrontar la idea de una supuesta superación de los ordenes raciales, presente en el discurso posracial de EUA. Aunque las piezas eran de varias partes del mundo, lo que les interesaba era trabajar localmente: en México hay una negación del problema racial. Finalmente, para poder abrir el campo a la discusión, tenían que trabajar con representaciones que generan un conflicto sobre esa mirada.

Bajo este paradigma, la “crítica de lo político” no busca la paz, su tarea no es la de generar restitución del orden público, tampoco la de buscar víctimas y verdugos, no es mesiánica, más bien trabaja sobre las condiciones de posibilidad para que aparezca el disenso mismo, como un cartógrafo que analiza y propone los límites del territorio donde se llevará a cabo la batalla.

*Con el fin de enriquecer la discusión del Conversatorio III: «La posibilidad de lo político en el arte contemporáneo» se sugiere leer:

La forma y el contenido, por Pilar Villela

Entrevista a Gustavo Luna / Sobre arte, política y estética 

¿Arte fuera de la politica? por Aline Hernández

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Sandra Sánchez escribe desde 2011 sobre procesos artísticos en revistas como CódigoPortavoz GASTV. Su práctica se enfoca en la gestión cultural y la docencia; impartió el Seminario Libre Moderno ≠ Contemporáneo en la Galería Autónoma de la FAD (UNAM). Es co-fundadora del centro cultural Zona de Desgaste, enfocado en procesos de refle-xión sobre el fenómeno del arte contemporáneo.