Arte

¿Podemos hablar de un filme?


Por Abel Cervantes

En “¿Se puede hablar de un filme?”, conferencia de 1994 incluida en el libro Imágenes y palabras. Escritos sobre cine y teatro, Alain Badiou describe tres formas de abordar un trabajo cinematográfico. La primera es el juicio indistinto —el que cualquier aficionado puede emitir— y se refiere a la opinión acotada por un criterio emotivo: “Me gustó”, “No me gustó”. La segunda consideración, denominada juicio diacrítico, pertenece a la voz de los especialistas. En ella los intereses estéticos y autorales predominan en la opinión. Finalmente, la actitud axiomática utiliza la descripción de las formas como base para analizar las consecuencias de las imágenes que se proyectan en la pantalla: “Las consideraciones […] sobre el corte, el plano, el movimiento global o local, el color, los actantes corporales, el sonido, etc. no deben citarse sino en la medida que contribuyen al ‘toque’ de la idea y a la captura de su impureza nativa”.

¿En cuál de estas categorías se inscribe la crítica que se escribe en México? Podría suponerse que, cuando menos, en la del juicio diacrítico. Las evidencias, sin embargo, arrojan resultados diferentes. La mayoría de los medios impresos del país dedica un lugar importante a las reseñas cinematográficas. No obstante, son casi inexistentes las publicaciones que abordan la disciplina con el potencial  que Gilles Deleuze anunció en La imagen-movimiento. Estudios sobre cine 1: los grandes cineastas pueden “ser comparados no sólo con pintores, arquitectos, músicos, sino también con pensadores”. Por el contrario, presionan a sus comentaristas para tratar cintas comercialmente atractivas o, en el mejor de los casos, películas de festivales que carecen de la seriedad que la disciplina requiere.

Los medios del país han producido críticos displicentes y en buena medida mediocres, que con mucho esfuerzo superan las exigencias mínimas del periodismo informativo. Salvo escasas excepciones, nuestros “analistas” son capaces de glosar las historias narradas en las películas y, en algún caso, establecer vínculos con cintas relacionadas, pero muestran serias limitaciones a la hora de estudiar las formas cinematográficas, ya no digamos de desmontar el discurso ideológico implícito en ellas. Sus opiniones se restringen al juicio indistinto, ubicando al cine como mera mercancía, un producto de entretenimiento, la veta más pobre de la disciplina. “¿Qué nivel de discusión existe en México?” se reduce a “¿Existe discusión sobre el cine en México?”. Otras dudas surgen: ¿cuántos libros — y de qué calidad—  producen nuestros críticos? Las respuestas, por obvias, resultan alarmantes.