Por Aline Hernández / @AlineHnndz | Marzo, 2015
Éramos dos esperando a que llegaran. Éramos dos pensando que veían con dos horas de retraso. Insistieron en organizar este evento en la Cooperativa, evento que sería, de acuerdo con ellos, una “lectura infinita a Mario Santiago Papasquiaro”. Finalmente llegaron, empezaron a montar las mesas con el material de Niño Down Editorial que iban a vender y poco a poco, los cuartos se fueron llenando de más zombies que bajo la promesa de aguas locas y poesía, decidieron estar ahí.
Al principio no pude evitar recordar aquella presentación de la antología donde se incluían algunas voces del infrarrealismo en el Museo Universitario del Chopo donde entre lecturas, una tocada, proyecciones y conversaciones, se presentó esta memoria realizada por Rubén Medina. Entre algo de emoción, mezclada con los recuerdos que trae el infrarrealismo consigo, asistí con un amigo y apenas he logrado librarme del mal recuerdo que dejó en mí aquella tarde. ¿Se supone que tenía que imaginarme que ahora serían todos unos adultos sumidos en dinámicas laborales, cotidianas cuando no familiares? Que sí, efectivamente, siguen escribiendo pero que pareciera, que aquel sabor de continúo desencanto, de anécdotas de niños pérdidos, de fiestas y de búsquedas sin sentido tendría que acabar en eso?. De un encuentro hecho para conmemorar, terminé en un encuentro de fantasmas lamentándose por más fantasmas, me encontré en un evento donde para hablar de lo que fueron, tuvieron que borrar momentáneamente el presente, negar lo que ahora eran y así despertar el recuerdo de lo que juntos, fueron. Y supongo que eso fue para mí, tal vez para mí y para algunos otros que rondan mi edad. Para esos cuantos que de algún modo u otro, nos vimos envueltos en las imágenes que lograron crear.
La primera vez que escuché de ellos fue hace ya varios años y apenas he logrado librarme de ese día, no tanto debido al recuerdo sino a todo lo que ese primer encuentro desató. Los detectives salvajes, esa novela llena de referencias a ese grupo que deambulaba por la Ciudad de México, sus encuentros y desencuentros, esas historias de huérfanos que entraban y salían, esas búsquedas cuasi detectivescas por el único poema de Cesárea, por Archimboldi, misterios que nunca terminan por resolverse del todo. Aventuras de las que muchos nos hemos apropiado, recuerdos ajenas que se han vuelto anécdotas y referencias para muchos de nososotros y no diría una generación, ya que creo que cada quien lo ha vivido en su propio mod sin embargo, nosotros permanecimos cercanos y los recuerdos han degenerado, mutado, para volverse otros, nuevos recuerdos que hoy usurpan los otros. Las compilaciones de poesía de Mario Santiago Papasquiaro que han caído en mis manos, unas llegado a mí gracias a un conocido chileno que se dedicaba a robar libros en las librerías de nuestra ciudad monstruo. Y atreviéndome a dejar a muchos otros autores de lado, evocó a aquel manifiesto, que al modo de Caicedo o José Agustín, dejó tantas marcas en nosotros. Y fue bajo este estado que llegué a aquella presentación, llena de expectativas pero quién se iba a imaginar que aquellos desestabilizadores, irritadores terminarían siendo unos cuantos que no sin lo que pareciera un lastre de lo que fueron, vinieron a emitir vocablos que producían en mi algo así como una nostalgia de eventos que ni siquiera viví.
Creo que los dos salimos de aquel lugar compartiendo un cierto estado de ánimo. Una mezcla entre desolación y desencantó, desencato por lo que presente aportaba a aquel pasado. Y nos pusimos a hablar afuera de aquel auditorio, yo por lo menos sintiendo que estaba tratando sólo de improvisar para no decir lo que sentía. Canas, vidas estables, viajes, cursos; cada uno seguramente se las habia tenido que apañar para encontrar formas de sobrevivir. Son contados los casos cuando la escritura da para ello. Tuvé que guardar mis manos y asentir mientras mi amigo que hablaba de Efraín Huerta.
Y frente a la pesadez de esos recuerdos, el sábado pasado volví a recordar esas punzantes imágenes llenas de complicidad que trae siempre consigo la lectura de aquellos deambuladores. No es que todo lo que se leyó haya abierto aquella brecha de sensaciones pero mientras los turnos para leer pasaban y unos a otros se interrumpían, advertimos que eso que nos llevó a juntarnos, a maravillarnos no estaba tan lejos. También esa noche hubo gritos. En cierto momento dos de ellos, al parece pareja, empezaron a discutir. Pronto, él tomó una botella de cerveza y varios vimos cómo atravesaba el pasillo hasta estrellarse en el concreto afuera ya de la casa. La chica seguía gritando y él, prefiguraba con la mirada lo que era el inicio de otro desencuentro más de amor.
Tal vez sea la edad aquel momento para vivir esas vidas que no nos pertenecen. Todos, embebidos en esos desensos, alcanzamos un lugar común. Al final hubo que sacarlos a todos el evento terminó no sin unos cuantos gritos de inconformidad, eso no fue lectura infinita, terminó entrando la madrugada.
Poema de Mario Santiago Papasquiaro
EME ESE PE
Los muelles del universo
se están quemando.
Moriré sorbiendo pulque de ajo
haciendo piruetas de cirquera
en la Hija de los Apaches
del buen Pifas
Bajo la bendición
de las imágenes
sagradas / inmortales
del Kid / el Chango /
el Battling / el Púas /
Ultiminio / el Ratón
(sacerdotes del placer
del cloroformo)
Qué más que
saber salir de las cuerdas
& fajarse la madre en el centro del ring
La vida es 1 madriza sorda
Alucine de Efe Zeta
Película de Juan Orol
Mejor largarse así
sin decir semen va o enchílame la otra
garabateando la posición de feto
pero ahora sí
definitivamente
& al revés
(3-1-1998)
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Aline Hernández (México, 1988), es curadora y escritora independiente. Ha publicado diversos cuentos como Demencia parafílica, Le Merlebleu Azuré y La Ventana, entre otros en medios como Revista Cartucho y el Periódico El Espectador. Asimismo ha participado en proyectos colaborativos como Pan para todos y Chicatanas. Su trabajo escrito explora temas como el neoliberalismo y el arte, crítica de arte, procesos de resistencia y comunitarios.
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