Por Fernando Pichardo | Agosto, 2022
Durante el mes de julio, Proyectos Monclova inauguró The Zone, la nueva entrega de la investigación que Raúl Ortega Ayala (Ciudad de México, 1973) realizó en la zona de exclusión de Chernóbil, Ucrania, entre 2013 y 2018. La muestra da continuidad a la línea de investigación que el artista exhibió hace dos años en Aotearoa, Nueva Zelanda, presentando un cuerpo de obra inédito que, sorpresivamente, se resignificó ante la invasión que el territorio ucraniano ha enfrentado en los últimos meses.
Al ingresar a la nave principal de la galería, el público espectador es recibido por una imagen mural que evoca la monumentalidad de los espacios vistos por el artista. A los costados, se muestra una serie de fotografías que en conjunto se nombran como Field-Notes (Notas de Campo), las cuales dan cuenta de las cotidianidades que se desarrollaron en el sitio, y que se interrumpieron de súbito el 26 de abril de 1986, cuando la explosión de un reactor en la central nuclear de Chernóbil bañó de radiación a un área total de 5,200 kilómetros cuadrados. En el espacio contiguo, se proyecta el video titulado The Zone, from the series From the Pit of Et Cetera, que recupera los testimonios de cuatro antiguos residentes, tanto el día del accidente como de las semanas, meses y años subsecuentes.
Desde un plano geopolítico, el cuerpo de obra se inserta dentro de las discusiones sobre las dinámicas de poder causadas por la energía, en un momento donde Rusia ejerce presión sobre Europa por el suministro de gas natural que recibe. En el ámbito creativo, Ortega Ayala sugiere una examinación de la memoria colectiva para reflexionar sobre los eventos que las sociedades deciden recordar u olvidar. Para ello, tomó como punto de partida las narraciones difundidas por los medios de comunicación durante casi cuatro décadas, evidenciando una distribución desigual y políticamente dirigida de los hechos.
Ante la escasez de una historiografía que aborde los efectos del accidente nuclear en la población, Ortega Ayala propuso una serie de imágenes que constituyen una alegoría de la percepción del socialismo utópico en nuestro presente. Estas fotografías también nos enseñan las maneras en que los elementos domesticados por la modernidad —como la maleza, la luz, el agua y el viento— se vuelcan hacia nosotros para apropiarse de las infraestructuras y tecnologías desde donde desarrollamos nuestras vidas. Este proyecto no se enfoca en los vestigios de las civilizaciones remotas, sino más bien en los residuos que va dejando nuestro tiempo histórico:
«Estar en un lugar tan reconocible, totalmente abandonado, era como ver mi realidad pero en ruinas. Fue muy impresionante percatarme cómo el entorno va tomando los espacios por completo. Porque la naturaleza no tiene un orden racional, no respeta las estructuras, sino que se va moviendo orgánicamente y va carcomiendo los espacios de manera diferente».
Los cinco años que abarcó el trabajo de campo permitieron al artista reconocer los cambios que Chernóbil experimenta en el día a día. Incluso logró identificar las variaciones que el silencio y el paisaje presentan con la transición de las estaciones. Frente a estas apreciaciones, surgió el planteamiento de cómo transmitir la escala de la desolación que ahí se experimenta. La solución fue la obra Field Note 24-03-14-120 mm 156 (Wallpaper, Pripyat, Chernobyl), con una escala que supera los siete metros de largo y los cinco de altura, y que fue colocada sobre el muro principal de la galería para generar una acción inmersiva entre las personas visitantes. Al enfocarse en la desolación y los escombros de estos ambientes domésticos y urbanos, Ortega Ayala paradójicamente evidencia la esencia humana que los posibilitó:
«Me interesaba que las fotografías tuvieran una conexión directa con los habitantes, con esas personas. Y que los espacios vacíos no fueran enclaves abandonados, sino que fueran lugares que señalen su pertenencia a alguien; que estuvieron enlazados con una persona».
Si el fotomural de la nave se convierte en un eje de la exposición por su escala, la película lo hace por su profusión. The Zone muestra en poco más de 36 minutos las impresiones de cuatro ex residentes de Chernóbil. Desde este recurso, el autor logra una aproximación mucho más íntima del suceso, que difiere con el tono aséptico que los hechos han cobrado a través de las décadas: «Podríamos hablar que en esta obra existen cinco personajes: las cuatro personas y la ciudad. La ciudad es una presencia silente que va revelando su degradación a través del tiempo y a través del desuso».
Con una voz en off y mediante descripciones solemnes y cargadas de emoción, los protagonistas rememoran la incertidumbre de los primeros días de la evacuación, la expectativa por regresar, la decepción al no hacerlo, las muertes, las secuelas de la radiación, y la pérdida de la fe en el sistema ideológico que les fue concedido.
Entre los argumentos recopilados por la secuencia, uno de los más poderosos fue mencionado por Natalya Panteleevna, quien para 1986 era madre de un recién nacido. La mujer recorre los edificios donde vivió, se rió y se enamoró, mientras cuenta cómo en el inconsciente colectivo de sus habitantes, Chernóbil era una ciudad llena de flores, niños, y gente feliz: «Si la ciudad tuviera un corazón, estaría roto». Por su parte, Vladimir Tarasov, un profesor de educación física, evoca las canchas de juego y las bancas que fueron escenario del fin abrupto de las infancias en esa ciudad, pero también del optimismo que el régimen comunista había construido. También menciona cómo existe una tendencia por olvidar el pasado, por más violento y traumático que sea: «Ya no siento la misma nostalgia».
La modernidad en ruinas propuesta por Ortega Ayala arroja un imaginario que se caracteriza por representar la revancha de las fuerzas que la modernidad subordinó, así como el florecimiento de una naturaleza marcada por la radiación. En otras palabras, es un paisaje del antropoceno. Al mismo tiempo, hace énfasis en el historial de migración forzada que ha marcado a la sociedad ucraniana: desde los pogromos hasta la diáspora que incluso ha alcanzado nuestras fronteras, derivado de la actual invasión rusa.
Desde los carruseles, los mosaicos colapsados, los muros raídos y los muebles deteriorados, Ortega Ayala nos muestra que todos los órdenes políticos caen en crisis y se acaban, independientemente de la robustez y longevidad que puedan alcanzar. En un momento marcado por la inconformidad, la desigualdad, la descomposición social y el desprestigio de las instituciones, quizá la pregunta que debemos formular no es si nuestro estado de las cosas va a caer, sino cuándo:
«Chernóbil me hizo reconocer lo efímero que pueden ser los sistemas de poder. Un sistema [como el soviético] que parecía infalible, que parecía que nada lo podía tirar, de un día para otro dejó de serlo. […] Me hizo darme cuenta que todas estas estructuras tienen fecha de caducidad, y los dispositivos que aparentemente son la solución a nuestros problemas también son falibles. Comprendí que quizás no deberíamos poner toda nuestra fe en la tecnología. Es una herramienta, más no el fin para resolver nuestros problemas».
Actualmente, Ortega Ayala continúa su trabajo desde el formato de la nota de campo, con el fin de indagar cómo reaccionan los medios físicos y sus habitantes a contextos de catástrofe, exilio o abandono inminente. Las locaciones abarcan diferentes latitudes e idiosincracias: desde el norte africano, hasta las islas del Caribe y el Occidente de México.
Fotos: Cortesía Proyectos Monclova.
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