Arte

Opinión | ¿Quién escribe? Una curaduría de Jo Ying Peng


Por Sandra Sánchez | Octubre, 2019

Who writes? ¿Quién escribe?, la pregunta es seductora y abre un montón de problemas que van de la muerte del autor a la agencia política de la voz propia. No hace falta pelearse internamente para dilucidar de qué lado se ve uno mejor. Algunas veces la muerte del autor —el nacimiento del lector— es imprescindible, otras el testimonio —acompañado del yo subjetivo— es insustituible. No hay contradicción.

«¿Quién escribe? ¿Para quién es que la escritura se realiza? ¿Bajo qué circunstancias?» son preguntas que plantea Edward Said para abrir un diálogo sobre la interpretación. Eso que se cuestiona Said, no solo compete a los escritores de oficio, también a cualquier persona, en tanto que todas realizamos escrituras sobre nuestros cuerpos, nuestros deseos y nuestras relaciones interpersonales. Who writes? Recuerdo que en una clase sobre Sigmund Freud escuché: ¿quién habla por ustedes cuando hablan?, ¿su madre?, ¿su abuela?, ¿su padre?, ¿sus problemas?, ¿la poesía?, ¿la norma?, ¿quién? Desde entonces, cada vez que algo quiere hablar a través de mis labios antepongo un silencio: una decisión.

La primera vez que leí la pregunta —en el boletín de prensa— pensé en la cuarta transformación y en lo que está escribiendo: sus imágenes, sus leyes, sus mitos, sus metáforas y los modos en que tensa la supuesta novedad con la tradición. Ahora, como siempre, la pregunta es pertinente por su carne y por su sangre, por lo que nos jugamos individual y colectivamente desde ahí. Who writes? es una exposición curada por Jo Ying Peng (Taiwán, 1982)  para la galería OMR.

Libros, Vernacular Institute

Estoy en Vernacular Institute, el espacio de producción y residencias artísticas que Jo tiene en la colonia Escandón. Después de tomar un té oolong, subimos a un cuarto que la curadora destina a sus libros. Vemos al gato de Jo en la ventana del vecino, mirándonos. Una premonición: ¿acaso los textos y las obras de arte no son, también, ojos y umbrales que nos regresan algo de nosotras mismas?

Sobre una mesa amplia, en la esquina derecha, hay varios libros apilados. Estoy a punto de presenciar una performática de lectura, quizá involuntaria. A lo largo de nuestra conversación, Jo tomará un libro en sus manos y narrará qué diálogos estableció con la autora y cómo se sirvió de ellos —cual brújulas— para su curaduría.

Parece que cada libro le transmite algo al tacto: la memoria se activa. Me dice, por ejemplo, que ella no siente una profunda empatía por las ideas de Edward Zaid; la cita que está en la hoja de sala —y al inicio de este texto— la leyó en un artículo escrito por Sarah Pierce, titulado «A politics of interpretation». Aquí hay una clave de su proceso curatorial: no se puede escribir sin leer, es decir, todo acto de escritura es un acto de lectura.

Cuando Jo viajó a México trajo unos cuantos libros, los indispensables. «Es muy difícil la relación que una tiene con los libros cuando viaja y no sabe cuánto tiempo se va a quedar. Aún así, ¡mira!, aquí ya está lleno de libros», me dice. Antes de partir hacia este país, sabía que en una caja había quedado un libro importante, pero desistió en traerlo consigo, no por falta de deseo, sino porque era muy desgastante volver a abrir las cajas. Cuando comenzó a pensar la curaduría sabía que necesitaba ese libro, pensó en pedirle a su familia que se lo enviara, pero terminó comprando uno nuevo, en su lengua, ilegible para mí.

Jo me habla de Gao Xingjian (Ganzhou, 1940), un escritor chino —premio Nobel en el año 2000— quien fue perseguido por la Campaña contra la Contaminación Intelectual de su gobierno a mediados de 1980. «Imagínate que no podía volver a su casa, lo seguían, lo perseguían», me cuenta la curadora. Pienso en el tiempo subjetivo transformado por la angustia al saber que te están cazando. En 1987, Xingjian viaja a París y termina su novela La montaña del alma (1990).

La novela fue mal recibida y criticada por personas que le reclamaron no haber sido más duro con el gobierno chino, estando ya en Francia. Condenaban que la novela fuera demasiado poética. «¡Cómo si la poesía no fuera política!», le digo a Jo. Ella evade un debate en el que probablemente ambas estaríamos de acuerdo y más bien añade que le interesa el libro por el juego que establece entre los pronombres personales «tú» y «usted». «Los pronombres indican posición en la relación», pienso sin expresarlo. «El lector de La montaña del alma eventualmente se da cuenta de que ambos describen a la misma persona», me dice. La posibilidad de generar varios planos de observación y lectura son otra pista para aproximarse a Who Writes?, le digo, en este momento, a usted, lectora.

Un libro más contiene los poemas de Xu, un trabajador que se suicidó en Foxconn, la fábrica que produce para Apple. Los poemas son parte de Afterwork Readings/Babasahin Matapos ang Trabaho/Bacaan Selepas Kerja/ 工餘 (2016), una antología de textos sobre el trabajo doméstico y la migración publicado por Para Site (Hong Kong) y KUNCI Cultural Studies Centre en Yogyakarta, Indonesia. No leemos los poemas, pero su presencia invade nuestra mirada, todo se enfría.

Además de los libros, Jo lee diariamente las noticias. Ella rechaza las políticas de Donald Trump, el ascenso de la derecha y las políticas totalitarias en varias partes del mundo. Le alarma, incesantemente, la represión que ejerce el gobierno chino a los manifestantes en Hong Kong.

Obras de arte, OMR

La Galería OMR pidió a la curadora realizar una muestra de artistas asiáticos. Jo le dio muchas vueltas al asunto porque no creía que nacer en una zona geográfica te diera inmediatamente un campo semántico común como artista. Más tarde pensó en hacer una exposición sobre la identidad, pero tampoco se convenció del todo: la propia palabra traía consigo muchos supuestos y prejuicios. La galería aceptó los motivos de Jo, quien se decidió por proponer una curaduría sobre la lectura, la escritura y la interpretación. Le pregunto si intenta hacer un paralelismo entre el lector y el espectador, me contesta que no se trata tanto de encontrar las diferencias y similitudes entre ambas posiciones, sino de transitar a través de las preguntas que se abren en los procesos de lectura y escritura.

Me llama la atención que siendo una exposición sobre escritura hay muy poco de ella. Dos de los tres textos los encontramos en piezas de Jorge Méndez Blake. En la parte alta de una esquina de la galería hay dos palabras, una en cada pared: da la impresión de que los muros se convierten dos hojas de un libro abierto. En luz neón, leemos «Esquina Poética»; única pieza que no calza del todo con el tono de la exposición, que se caracteriza por presentar trabajos con varias capas de sentido derivadas de su materialidad.

Méndez Blake exhibe también su ya conocido muro de ladrillos, alterado esta vez por la inserción de un papelito que dice «Tomé en la Mano mi poder —»,  un verso de Emily Dickinson. Jo me dice que en Estados Unidos leyeron la pared de ladrillos como un comentario a las políticas migratorias de Donald Trump; si bien el artista no la pensó de esa manera, cada obra toma los rumbos y pulsos de quien se aproxima a ellas.

Otra de las piezas con texto es Untitled (There is No Border Here) de Shilpa Gupta, la frase «there is no boder here» se repite constantemente, teniendo como medio una cinta adhesiva amarilla. La cinta forma letras, palabras y oraciones que narran la historia de una persona que quiere cortar el cielo a la mitad. De lejos, lo que vemos es una bandera, hecha de frases.

En el lobby de la galería leemos Forever Shanghai, una pintura a muro de Michael Lin, quien toma el nombre de una marca de bicicletas china, fundada en 1940. Jo me cuenta que en esa época todo el mundo usaba la bicicleta, cada una tenía escrita la palabra forever en su cuerpo; el medio de transporte formó parte de la ideología nacional maoísta que buscaba una «mejor vida». Lin realizó un mural con la misma frase antes de mudarse de una ciudad a otra.

En algún momento Jo me dice que la palabra liberation (liberación) pesa mucho en la exposición: ¡es importantísima! En la fotografía Three commas club VII (2016), de Ariel Schlesinger miro cómo dos cuchillos verticales sostienen su propio equilibrio y, entre ambos, a una vela larga acostada, con la llama viva. Esta imagen, y todas las demás formas en la muestra, indican que la escritura no lo es sin una serie de fuerzas que parten de y producen, a la vez, un contexto. Las fuerzas abren o cierran diálogos y posibilidades de escucha, de espectaduría y de lectura.

Adriana Lara presenta esculturas que sobre su superficie sostienen imágenes basadas en estructuras sintácticas de sistemas de signos y modos de visualizar datos cuantitativos. Al fondo de la galería, colgados del techo, vemos círculos y líneas de Maria Taniguchi, hechas de jambul, una madera noble nativa del Sudeste de Asia. Las esculturas indican fronteras y pasos de un sitio a otro.

En un primer momento, puede ser decepcionante que no haya textos en una exposición que trata sobre la escritura. Sin embargo, creo que si Jo piensa en la liberación, ésta no sucederá desde el sentido y sus efectos narcisistas e individualistas —al dialogar, todo el mundo cree tener la razón—, sino desde campos de fuerza y deseo que exceden, por mucho, a las palabras: un espejo, un muro, ruido blanco, input y output, ladrillos negros, una vara, fuego… Todos estos elementos están dispersos en la muestra e indican zonas de contacto exitosas, fallidas o polivalentes: su importancia radica en la posibilidad de prestar atención a lo que merodea y sostiene a las palabras: el deseo, el contexto, el espacio y los distintos materiales que, siempre, sostienen el semblante de cualquier sentido.

Who writes? hasta el 02 de noviembre de 2019.

Foto: Tomé en la mano mi poder (y una máquina de escribir), de Jorge Méndez Blake | OMR.