Por Alejandro Gómez Escorcia / @stalkkkkkker | Octubre, 2015
I
La definición exacta que da Wikipedia. La enciclopedia libre en español de “Infestación (parapsicología)” pareciera ser, en un primer momento, la descripción del ambiente que genera la exposición Los justos desconocidos (de todas maneras cago) en la galería Hilario Galguera.
“La infestación, en parapsicología, es la aparición de distintos fenómenos extraños e inexplicables (poltergeist) en un lugar determinado sin que se deje ver en ellos una intención comunicativa interactiva. No se trata del fenómeno denominado fantasma, sino de otra cosa diferente”, se explica.
¿Qué fenómenos “extraños e inexplicables” tenemos en esta muestra? El recorrido comienza con una gentil recepción de quesos añejos, olorosos y duros, del artista Mauricio Limón, colocados bajo un medidor de luz desconectado. Desde ese punto, un discreto pero constante olor a animal muerto se combina con el eco de un largo y escabroso eructo; en otro horizonte, el alma de un galgo plateado respira tras cometer el necesario acto de defecar.
En las siguientes salas continúa la sensación de extrañeza: una lavadora demolida, planas de periódicos desperdigadas o hechas bola, pinturitas de acrílico flotantes, el padre Maciel, un caballo cuidadosamente mal hecho sobre la pared, un bastidor de lino belga cara abajo con confeti y una tele vieja montada sobre un tronco junto a un hongo amanita muscaria. ¿Habrá pitufos, será éste el otro “fenómeno” que no es el “denominado fantasma” de la infestación parapsicológica?
Dentro de este campo semántico de perplejidad, destaca un gesto repetido: hay obras destruidas, desde una de las manos de cemento de Brenda Castro hasta una pintura de Tláhuac Mata. Al parecer, fueron devastadas por sus propios autores tras la invitación que realizó Cristóbal Gracia en el marco del texto El genoma del arte, con el que participa en la colectiva y donde reflexiona en una ficción pos-apocalíptica sobre la clonación del arte como el fenómeno fatal que acabará con el legado cultural.
Pero este aspaviento no sólo participa en la iniciativa de Gracia. Es una inversión simbólica del objeto artístico que demuestra que si puede destruirse es una cosa más en una familia de cosas. Se trata de una profanación que implica devolver las obras a su estado previo y sacarlas del valor de cambio que tienen en un espacio sagrado.
En esta operación, las piezas permanecen como huellas de una crítica a las concepciones idealistas de la historia del arte centrada en las producciones objetuales de los artistas, y cuestionan la existencia misma de la preservación del patrimonio artístico —paradigmas que propician las condiciones para que sucedan cosas como esta y esta otra—. Esa postura no parece ir en contra de la presencia de las obras de arte en el mundo, sino que busca reanimarlas al confrontar sus condiciones materiales.
II
Como Jefe de Artes Visuales de Casa del Lago, Víctor Palacios ha realizado exposiciones en este centro cultural universitario que buscan diluir el papel curatorial tradicional, a través de ejercicios de trabajo colaborativo y puestas en crisis de la figura del autor.
Así se vio en Los comedores de loto (2013), donde exploró el dilema ontológico que encierra el consumo de sustancias que alteran nuestra percepción del mundo; en Diógenes y los perros (2014), una gran instalación de barro sin cocer que ensayó sobre el ocio; y en Preludios de una reubicación I (2015), una vuelta a las problemáticas de la pintura y su influencia sobre la vida pública.
Estas muestras comparten una serie de elementos formales: no hay cédulas que identifiquen las obras expuestas; éstas no tienen su espacio propio y delimitado dentro de la sala; y se integran en un todo conceptual y espacial.
En el nivel de la planeación y generación de las piezas, los colaboradores de las exposiciones —que provienen de distintas generaciones— son parte de sesiones de reflexión colectiva sobre el tema propuesto. Se les invita a crear obras ex profeso o a prestar obras ya realizadas relacionadas con lo discutido y a estar dispuestos a dejar contaminar e intervenir sus creaciones por la mano del otro.
Este modelo de operación, siempre cambiante y experimental, no sólo ha generado una oferta distinta dentro del campo del arte local, también ha trastocado la labor curatorial marcada por una estandarización del modo de hacer exposiciones basado en la selección de obras previamente elaboradas para cuadrarlas en un marco teórico específico.
Es en esta exploración de los roles en el arte y de las formas de involucrar a los artistas en el proceso curatorial donde surge Los justos desconocidos (de todas maneras cago), ejercicio que recoge muchas de estas experiencias previas.
Como en cada muestra que ha realizado Palacios, hay un tema que funge como punto de partida de las reflexiones. En esta ocasión, fue la justicia entendida como generosidad, lejos de las concepciones modernas que hay de esta idea. No obstante, uno de los temas que se hacen latentes en esta exposición es la pregunta por el alcance del acto artístico y su presencia en la vida social.
Al cuestionar qué hace a una obra justa o generosa, por un lado desafía las prácticas que se autodenominan “socialmente comprometidas” —herencias nada tardías del arte relacional o participativo—, y por otro, establece las condiciones para volver a ver la potencia misma del objeto artístico, con sus cualidades formales, simbólicas y contextuales. Así, las obras presentadas quedan activadas por su propia energía poética, que en este caso apelan al poder, al sometimiento, al juego, la violencia, la simulación, a lo transaccional y a una visión localizada del Apocalipsis.
Esta moderada innovación dentro del campo, si bien reafirma la autonomía del arte y sigue siendo parte del sistema de validación y canonización artística e intelectual, deja atrás el paradigma del papado curatorial y no se preocupa por ejercer un control riguroso sobre las prácticas.
“He tratado de encontrar momentos de autocrítica e ironía ante el sistema, los roles y los objetos artísticos. En lo más profundo de mí, siento que el arte se ha acartonado muchísimo, lo siento muy rígido, muy predecible, muy políticamente correcto. Los artistas socialmente responsables que buscan hacer justicia tienen un lenguaje muy definido que ya no da más. En el fondo, lo que trato de hacer con esta exposición es decir que podríamos hacer este tipo de cosas de vez en cuando. Tampoco quisiera que todas las exposiciones del mundo fueran así, para nada. Debe haber diversidad. El problema es cuando todo se va homogeneizando”, explica Palacios.
En esta exposición participan Karmelo Bermejo, Willy Kautz, Cruz Rodríguez, Óscar Benassini, Brenda Castro, Cristóbal Gracia, Fernando García Correa, Cy Rendón, Manuel Rocha Iturbide, Gabriel Santamarina, Tláhuac Mata, Víctor Palacios, Ling Sepúlveda, Mauricio Limón, María José Sesma, Benjamin Torres, Joann Sfar y Werner Herzog. Se podrá visitar hasta el 17 de noviembre de 2015.
Foto: Alejandro Gómez Escorcia.
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