Arte

Opinión | Leviathan


Por Gustavo Cruz / @piriarte | Noviembre, 2014

Leviatán es una bestia marina bíblica. El día del juicio morirá para que los justos coman su carne en un festín, que se llevará a cabo bajo una carpa hecha con la piel del animal. A partir de la modernidad, la figura del Leviatán es identificada con el estado gracias al texto del filósofo inglés Thomas Hobbes. Para él, Leviatán sirve como metáfora del rey, cabeza de estado, que justifica su poder por el orden que impone en la vida de los hombres. Sin él al mando, la humanidad viviría en el caos, en lucha constante entre individuos. “El hombre es el lobo del hombre”. Estos son los cimientos del estado moderno, que intenta fundamentarse en argumentos racionales, sin apelar al designio divino como origen de su hegemonía.

El último largometraje del ruso Andrey Zvyagintsev parte de esta idea para titular su nueva cinta, que es una reflexión sobre la condición del aparato estatal ruso contemporáneo. Este ejercicio crítico se hace desde los órganos impartición de justicia, el pilar que fundamenta el estado moderno según Hobbes. Es el Leviatán quien se encarga de decidir lo que es justo y lo que no. Un modesto mecánico se encuentra en un litigio contra el municipio que pretende expropiar su propiedad, pagándole una compensación ridícula. Los motivos de este despojo son nebulosos, el alcalde tiene un historial de prácticas estilo gangster. El relato se vuelve kafkiano, un individuo común en su lucha contra el titán arbitrario que es la ley. Este conflicto entre individuo y estado, entre el todo y la parte, es significada en la imagen con el motivo recurrente de un movimiento de cámara.

Al momento que avanza la cinta, la reflexión sobre el estado se desvía hacia conflictos morales que cavan hondo en la naturaleza humana, en una estrategia que recuerda a la novela realista rusa del XIX. El hombre no es sólo su relación con el estado, es también su relación con los otros, una relación de carácter dolorosamente afectivo y pasional. Tolstoi, Dosteievsky y Chéjov están presentes. Pero antes de que la trama se pierda en el melodrama absoluto, nuevos giros argumentales llevan el relato hacia derroteros teológicos. Se hace referencia al libro de Job, de los pocos pasajes en los que se nombra al Leviatán de manera explícita. La bestia autócrata que es el corrupto Estado ruso vuelve a pantalla, y sus rugidos son los motores de los automóviles de lujo que maneja la plutocracia, alejándose de la iglesia al finalizar la misa, levantando una neblina sobre el paisaje invernal ruso.