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Opinión | Las industrias culturales y sus obstáculos en México


Por Fabritzia Peredo | Octubre, 2016

Dentro del marco de Poder Hacer, el primer coloquio internacional presentado por Laboratorio para la Ciudad y celebrado recientemente en la Ciudad de México, se llevaron a cabo una serie de conferencias y mesas de trabajo en relación a nuevas propuestas y soluciones para expandir nuestro campo de acción en la construcción de ciudades creativas. En una de las ponencias, liderada por Carlos Arturo Castro Reséndiz y Paula Carolina Soto Villagrán, se abrió un foro de reflexión sobre los espacios culturales y su alcance dentro de la pedagogía urbana, así como diversos obstáculos que envuelven a esta cuestión.

El punto de estudio y referencia fue La Fábrica de Artes y Oficios de Oriente, mejor conocido como Faro de Oriente, centro cultural en la Ciudad de México para expresiones artísticas y educativas. El edificio fue fundado en el año 2000 en Iztapalapa, con el propósito de fomentar el arte y la cultura en una zona con altos índices de pobreza y violencia. Al principio, fue un proyecto destinado sólo a jóvenes, sin embargo, la diversidad de talleres y actividades recreativas propició que se convirtiera en un punto de encuentro incluyente para niños y adultos también, principalmente dirigido a habitantes de Iztapalapa y de la zona conurbada de la ciudad. De esta manera, cada trimestre se inscriben alrededor de 1500 adultos y 800 niños en talleres de artes visuales y escénicas, música, comunicación y oficios como carpintería y cartonería. Y lo mejor, todas las actividades son gratuitas.

Aunque podría sonar como un caso de éxito —y efectivamente lo es dentro de un contexto muy focalizado— al analizar la política cultural y el impacto de la economía naranja sobre el consumidor global, se detecta que queda mucho por hacer. Abriré un paréntesis aquí porque hasta ahora, nunca había escuchado el concepto de “economía naranja”. Resulta que se le denomina así porque este color es el que se asocia con las industrias creativas y comprende sectores como arquitectura, arte, cine y diseño. De acuerdo a estadísticas del Banco Mundial, estos sectores aportaron 4.3 billones de dólares a la economía global en 2011, y su importancia consiste en ser un modelo alternativo que mitigue los momentos de crisis económica.

Regresando al tema, el primer problema es que América Latina tiene una contribución mínima en esta materia (del total mundial que produce la economía naranja, América Latina y el Caribe generan sólo el 0,4% y comercializan el 0,3% del intercambio global). Otra problemática que se abordó en la ponencia, es que la economía naranja establece una visión tradicional del consumidor de espectáculos y actividades artísticas, pero no toma en cuenta los espacios de la ciudad donde éstas se llevan a cabo, generando así una exclusión socio-espacial. Este es el caso del Faro de Oriente, que al estar alejado de la zona metropolitana sólo puede concentrar un tipo de usuario, y aunque a partir de éste se han construido otros Faros (Indios Verdes, Milpa Alta y Tláhuac), la concentración del consumidor sigue siendo homogénea y excluyente.

Y hay un tercer problema que fue planteado pero no con el énfasis que merece y que me parece el más grave. Justo estoy leyendo el ensayo “País de mentiras”, de Sara Sefchovich que me ha permitido contextualizar mejor esta idea, en uno de sus capítulos analiza el tema de la infraestructura cultural en México en relación a la poca participación de los ciudadanos. Después de sustentar los hechos en algunas estadísticas, la autora llega al meollo del asunto, en donde concluye que la cultura “ha seguido hasta hoy un modelo de acumulación extensiva” porque museos, bibliotecas y casas de cultura hay infinidad en nuestro país, sobre todo en la capital, pero esta oferta no es directamente proporcional a su consumo. Algunas de las razones son:

—Los productos culturales suelen ser elitistas.

—Siguen un patrón tradicional y no se arriesgan a hacer algo innovador.

—La política cultural no tiene un objetivo claro y está sujeta a los caprichos de gobiernos y funcionarios en turno. A su vez, los proyectos culturales están comprometidos con el patrocinio del Estado y su poder, por lo que tienen que quedar bien con éste.

—Nuestro sistema educativo es de los peores y hay un desconocimiento severo de nuestra historia y la de otros países.

Ésta última es, a mí parecer, la que más impacto tiene en nuestra carencia cultural y en la que, por supuesto, se necesita concentrar la mayor atención. Y no le concedería toda la culpa a terceros. Sí, es una realidad que el gobierno destina pocos recursos a educación y cultura, porque aunque nos digan lo contrario, es más conveniente mantener al pueblo en la ignorancia. Pero también es una realidad que vivimos dormidos, con una avidez escasa de aprendizaje, enajenados en información sustancial y poco relevante. Es precisamente en este punto donde necesitamos ser creativos y fomentar en las generaciones tempranas un pensamiento autodidacta, aprovechar los recursos que tenemos a la mano y potenciarlos.

Considerando este panorama, pueden construirse 20 Faros más, se pueden organizar año tras año coloquios que estudien las necesidades que aquejan a la población y puede haber mil reflexiones y propuestas, pero sin acción no habrá un futuro mejor. Así de sencillo.

Imagen: La Casa de Viena.