Por Sandra Sánchez / @phisophia | Noviembre, 2014
La experiencia estética no se reduce al arte. El arte es la disciplina que tiene en su seno la experiencia sensible, es el momento del zoom in. Sin embargo, la experiencia sensible es indisociable de la epistemológica o la ética. Vale la pena hacer una acotación, tampoco es que haya una sola estética; más bien hay estéticas, distintas formas de análisis y ordenación de dicha experiencia sensible. Encuentro al menos dos condiciones de posibilidad para la estética, una es la existencia de un sujeto que puede sentir algo ante un objeto (sujeto de la experiencia); la otra es un producto formal que sirve como medio (la cafetería que convoca, la pintura, el dispositivo del arte contemporáneo) para poner sobre la mesa (o sociedad) una forma de experiencia sensible específica.
Existen muchas opiniones sobre los lugares donde acontece la experiencia estética. Por ejemplo, Kant consideraba que la experiencia de lo sublime no podía darse más que en la naturaleza; por su parte, Hegel pensaba que la estética era una ciencia (una forma de ordenar) y que sólo podía darse en productos hechos por el humano. Rancière, por su parte, defiende que nos encontramos en un momento en el que el arte presenta una repartición distinta de lo sensible, hace que nos cuestionemos por la forma cotidiana de dicha experiencia mediante otras propuestas.
Actualmente en México estamos viviendo una crisis política impresionante. Se habla de 22 mil desaparecidos, de 43 normalistas muertos, de enojo, rabia, ira y esperanza. Lo cierto es que nuestra formación no incluye una educación estética, lo cual no impide que la experiencia sensible esté atravesando todo el tiempo lo que nos sucede. Escribo este artículo, en primer lugar, porque la plataforma de GASTV permite a sus articulistas un ejercicio escritural que va más allá del rating, de “las 5 cosas que debes saber de un artista para evitar ser bárbaro-inculto-uncool”, lo cual se agradece ampliamente en un país donde la cultura se ha convertido en una acumulación instrumental del saber. En segundo lugar porque me preocupa lo que nos está sucediendo en las marchas, específicamente la dimensión sensible, la experiencia estética.
En la mañana escuchaba el radio en el taxi, la comentarista se contradecía todo el tiempo, buscaba agradar, el tema era Ayotzinapa. En uno de los comentarios hablaba específicamente sobre las marchas y la necesidad de la ciudadanía de hacerse visible. “Hacerse visible”, una frase que resonó todo el camino hasta el café desde el cual les escribo. ¿Ellos hablarán de lo sucedido por el rating —por “hacerse visibles”—, o de verdad interesa la discusión del tema?
La angustia, la empatía, la ira, el enojo, la actitud crítica está presente en las marchas. Encontramos pintas como “pienso, luego me desaparecen” o “los responsables: los tres niveles de gobierno”, en una letra cursiva, bella y equilibrada sobre la fuente enfrente del caballito de Sebastián. Por otro lado, los contingentes siguen gritando “educación primero al hijo del obrero, educación después al hijo del burgués”, como si alguien siguiera teniendo más derecho a algo sobre otros. O “alerta, alerta, alerta al que camina, la lucha estudiantil por América Latina”. ¿Cuál lucha estudiantil? ¿Dónde? Si a duras penas se puede discutir en la Facultad de Filosofía y Letras si todos los alumnos están dispuestos a irse “a paro”.
Frases que se repiten desde las primeras manifestaciones a las que asistí, cuando la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, pero que presiento, van mucho más allá. Acoto, la marcha es importante como momento de manifestación colectiva ciudadana, pero en su momento de catarsis puede atascarse.
Kant decía que el juicio reflexivo de la experiencia estética no podía generar conocimiento. Más allá de esa discusión y con ella latente, me pregunto hasta qué punto quedarnos en la mera sensación nos va a llevar a algo. Pienso en las Cartas sobre la educación estética del hombre, que tanto traigo al frente por su pertinencia, en donde Friedrich Schiller expone la forma en que el Estado y la propia vida se convertirían en una obra de arte; para ello la razón y la sensibilidad deberían ponerse a jugar, sin intentar dominar la una sobre la otra.
Lo que observo al marchar es que estamos en la mera sensación, en la experiencia estética de la rabia, el odio y la incomprensión. ¿Cómo, sin deshacernos de ello, podemos empezar a proponer formas de incidencia que propicien cambios en la estructura social?
Al enterarnos del recorrido que iban a hacer algunos artistas, cargando la bandera, lavándola y velándola, la gestora cultural Nayeli Real me decía “el plano simbólico es importante pero no suficiente, la creatividad nos debería de dar para más que la repetición de actos performáticos, una iniciativa que lleve directamente a las cámaras demandas, sería más útil”. Más allá del arte, la estética, la experiencia, la ciudadanía.
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