Arte

Opinión | La dictadura perfecta


Por Gustavo Ambrosio / @guskubrick | Octubre, 2014

Dentro de la turbulencia social y política que atraviesa el país, nadie duda de la pertinencia de películas como La dictadura perfecta y sobretodo, en la forma en que las aborda Luis Estrada, sin embargo, a veces el valor político no siempre va de la mano con la calidad de un filme. El director nos cimbró en 2010 con una de las sátiras más poderosas del cine mexicano, El Infierno, donde la risa dolorosa y catártica a la vez se convirtió en un hito nacional.  Ahora llega con una crítica al poder de los medios, sobre todo la televisión, en México.

Aunque se esperaba un tema difícil pero explotable para exhibir, al final, Estrada recurre a su fórmula ya usada y resulta poco efectiva, como si uno escuchara un chiste viejo del cual apenas esbozas una sonrisa. Alejado de la chispa de La Ley de Herodes (1999) y el efecto transgresor de El Infierno (2010) su nuevo filme se acerca más al tedio burlón de Un mundo maravilloso (2006).

Hasta en la farsa hay clichés que pueden cansar al espectador y la historia parece ir de un lado a otro sin tener una cohesión que construya una crítica eficaz y elocuente. Secuencias innecesariamente largas, un protagónico desangelado, un villano exagerado y escenas que por momentos coquetean con el thriller y dejan de lado la supuesta “sátira”.

Con todo, la imitación que hace Sergio Mayer del Presidente resulta creíble y graciosa, una actuación sobria de Silvia Navarro y un Flavio Medina que pide a gritos más papeles en cine. Al reverso, y con sorpresa, vemos actuaciones blandengues de Damián Alcázar y Joaquín Cosío que parecen esforzarse por darles cuerda a dos personajes inútilmente acartonados.

En un tema amplio por explotar como la influencia de los medios en la política y la sociedad, como lo han hecho cintas como Network (1976), Dog Day Afternoon (1975) ambas de Sidney Lumet o Natural born killers (1994) dirigida por Oliver Stone, la verdad es que La dictadura perfecta se queda en una licuadora de hechos “reales” con toques de comicidad que terminan por aburrir pasada la primera hora.