Por Alejandro Gómez Escorcia / @stalkkkkkker | Febrero, 2016
Dos actitudes estéticas parecen relacionar al Museo Experimental El Eco de Mathias Goeritz con la reciente intervención que realizó Jerónimo Hagerman (Ciudad de México, 1967) en esa “escultura habitable”: ser una disonancia del racionalismo instrumental y afectar el aparato sensible de las personas a través de la articulación del espacio.
Mientras El Eco, inaugurado en 1953, marcó un distanciamiento con el ánimo funcionalista del desarrollo de las ciudades modernas, Y si pudiera volar… ¿qué tan alto llegaría? de Hagerman, que se presenta hasta el 27 de marzo, se puede entender como una declaración crítica ante la explotación de la naturaleza para la configuración de la vida cosmopolita presente.
La intervención se basa en un juego de luces entre los espacios interiores y exteriores del edificio, la recuperación del círculo como una figura geométrica que Goeritz no aplicó en su arquitectura emocional y la puesta en marcha de diversas estrategias artísticas utilizadas por Hagerman en su trayectoria —como la búsqueda de la presencia animal, previamente explorada en Urbanización para pájaros (2009) en Casa del Lago—.
De manera muy semejante a un jardín, en la muestra hay un gran círculo dibujado con bambúes gigantes que atraviesa el patio y la sala principal; comederos y bebederos para aves realizados con antenas aéreas de TV recicladas; un conjunto de espejos redondos dispuestos en partes altas de los muros; así como petates y bancas circulares para los visitantes.
Al revertir el uso de las antenas de TV —normalmente utilizadas para vehicular el entretenimiento a través del espectro radioeléctrico— y al usar plantas para alterar las condiciones espaciales del lugar —y no para decorar escenografías que exciten el consumo o los intercambios económicos, como en las plazas comerciales o, recientemente, en el desarrollo de jardines verticales—, Hagerman vuelve a plantear la problemática del papel de los humanos no frente a la naturaleza, sino como integrantes de ella.
Planteado como un diseño total, El Eco formó parte de las exploraciones escultóricas de Goeritz que buscaron afectar el aparato sensitivo de las personas a través de la dinámica de las sorpresas y así provocar emoción. Esta aspiración de diseñar la experiencia del otro persiste en Y si pudiera volar…, pero con otras variantes y consecuencias.
En el caso de la intervención de Hagerman, las sensaciones que se buscan provocar no se encaminan hacia el asombro, sino al reconocimiento del lugar como una especie de refugio del mundo donde las personas puedan reconstruir imaginarios y recrearse desde la espera, la observación y la reflexión.
Una de las estrategias para dar lugar a esto es la invitación que hace el artista a levantar la mirada, planteada desde el título que escogió para esta exposición y que también se hace vigente en la disposición de los espejos y la altura de los bebederos y los bambúes.
Mirar hacia arriba transforma el diálogo que se puede tener con el paisaje y el entorno: en esa dirección son posibles otros fenómenos de la observación como la vigilancia, el reflejo y la puesta en abismo.
Si bien la intervención reafirma la jerarquización de la vista sobre los otros sentidos, el trabajo de Hagerman en El Eco es un punto de partida para dar lugar a otro tipo de experiencias con lo real, basadas en la alteración de lo que es perceptible, comprensible y razonable.
Foto: Museo El Eco.
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