Arte

Opinión | Filosofía natural del amor


Por Gustavo Cruz @piriarte | Septiembre, 2014

El largometraje Filosofía natural del amor (2013) de Sebastián Hiriart se anuncia como un ensayo cinematográfico, pero se queda corto ante la etiqueta. Este género, en el que figuras como Jean-Luc Godard y Chris Marker sobresalen como pilares, tiene exigencias particulares que implican una ruptura con las narrativas tradicionales del cine—renunciando, en la mayoría de los casos, a contar una historia— y demanda una maestría en el montaje y en el trabajo con el fragmento. Hiriart cumple con el segundo requisito de manera superflua y es incapaz de renunciar a la narración en su pretendido ensayo. Incluso el título suscita sospecha. Hay que recordar que «filosofía natural» era el término bajo el cual se agrupaban lo que hoy conocemos como ciencias exactas hace poco más de 200 años. Es decir, si queremos tomar en serio la genealogía del concepto, la cinta debería entenderse como una pretendida ciencia del amor. Pero aquí hablamos de cine y no merece la pena profundizar en esto.

La cinta trabaja con tres tipos de materiales: las historias de cuatro parejas que son narradas simultáneamente, entrevistas a lo que parecen ser parejas reales hablando de su relación y grabaciones de insectos copulando. Se pretende con esto generar una reflexión sobre la condición natural de las relaciones de pareja y de cómo la humanidad ha derivado de ello dinámicas complejas que llegan a ser muy dolorosas. En papel el ejercicio suena en extremo interesante, y se aplaude el intento. Sin embargo, la modestia no pocas veces es una virtud. El proyecto es demasiado ambicioso en su alcance y requeriría una destreza en el montaje que brilla por su ausencia en la película. Los fragmentos de los insectos, por ejemplo, parecen sólo un capricho para justificar la inclusión en el título de la palabra «natural», y en ninguna momento llegan a afectar en su lectura o significado en las historias o las entrevistas entre las cuales están intercalados. La música utilizada en estos fragmentos es muy desafortunada y funciona como el calzador con el cual se intenta insertar el film en la etiqueta de vanguardista.

Las entrevistas son los fragmentos ante los cuales el público mejor reacciona, y pueden considerarse un acierto relativo, puesto que tampoco afectan a las historias ficticias que también narra la película, con lo cual quedan aisladas como contenido que bien podría encontrarse en algún documental televisivo.

Por último, tres de los cuatro romances, aislados, podrían funcionar por sí solos, pero el hecho de estar contenidos en la misma cinta con puntos de convergencia que obedecerían más a seguir la estrategia narrativa de la primeras películas de Alejandro González Iñárritu que al ensayo fílmico hace que se aplanen. Una de las historias, la más breve, puede considerarse un excedente que sólo enfatiza el viejo lugar común del lado negativo del amor, idea formulada en el cine mexicano con títulos como Amores Perros (2000) o Amarte duele (2002).

A manera de conclusión, Hiriart falla en el alcance que prende dar a su cinta. Un poco de modestia, focalizando sus esfuerzos de manera más concreta, bien podría haber dado una muy buena película.