Por Tania Puente | Noviembre, 2015
«El mundo está lleno de objetos más o menos interesantes; no quiero añadir más». Han pasado 46 años desde que el artista estadounidense Douglas Huebler —exponente destacado del arte conceptual y minimalista— se pronunciara a través de una pieza sobre los procesos de creación y autoría. Es bajo la adaptación de este enunciado que Kenneth Goldsmith (Nueva York, 1961) finca las bases de la escritura no-creativa. Para el poeta e investigador estadounidense ocurre lo mismo en el campo de la literatura: «El mundo está lleno de textos más o menos interesantes; no quiero añadir nada más»[1]. Si ya existe un corpus textual lo suficientemente nutrido con el cual trabajar, ¿por qué no mejor cambiar la creación por la gestión y la administración del lenguaje? Alrededor de este planteamiento se construye la escritura no-creativa, una serie de experimentos, vehículos y procesos de descontextualización y apropiación que reparan en formas de lectura y escritura habilitadas y exponenciadas a partir de la aparición del internet como soporte, material y dispositivo. Con la traducción al español de Alan Page, este año Tumbona y Sur+ Ediciones presentan esta recopilación de ensayos, aparecida originalmente en el 2011.
Una recepción polémica es denominador común con las obras de Goldsmith. En Fidget (2000) describe minuciosamente todos los movimientos corporales que llevó a cabo en un lapso de 13 horas el 16 de junio de 1997. En 2003, se apropió de la gestión del lenguaje más que sobre su creación en Day, una transcripción íntegra de la edición del 1 de septiembre del 2000 del diario The New York Times. Si bien no son textos para leerse de manera convencional —e incluso dudo que alguien tenga sobre su mesa de noche una copia con las 836 páginas que componen Day, para leerlas al finalizar la jornada—, definitivamente cumplen con su cometido al desencajar y dislocar los marcos de significado y originalidad que asociamos con la literatura. Los ensayos de Escritura no-creativa están construidos a manera de mapa para dar cuenta de los caminos historiográficos que llevaron a estos procesos y productos, al tiempo de dotar a los lectores de reflexividad frente a los textos no-creativos, con una intención pedagógica inherente e inclusiva.
En su última visita a la ciudad de México a finales de septiembre de este año, en entrevista para Time Out México, Goldsmith comentó que Escritura no-creativa era utilizado por algunas universidades en Estados Unidos como un libro de texto para abordar las implicaciones y características del escritor no-creativo: «Te enseña una serie de herramientas, dentro de la caja de herramientas de los escritores. Quizás y sólo sea una técnica, combinada con otras más»[2]. No escatima en utilizar como ejemplos las experiencias de seminarios universitarios que ha impartido sobre el tema; estos experimentos han desembocado en proyectos como «Getting Inside Kerouac’s Head», gestionado por Simon Brown, quien durante más de un año transcribió una página de On The Road en un blog [3], alterando a través de la copia los procesos de recepción y escritura de la obra de Jack Kerouac, la cual hasta ese momento no había leído. Estas materializaciones incitan a los lectores a convertirse en escritores, puesto que los materiales de los que se compone la escritura no-creativa están a su alcance de forma ineludible: sólo basta con tener lenguaje escrito y disposición ante la forma en la cuál lo va a manipular o re-emplazar.
Este modelo de escritura no es unívoco y tampoco pretende serlo. El planteamiento de Goldsmith no se ancla a una jerarquía progresista de la tradición, con miras de posicionarse como la nueva literatura, sino que persigue el experimentar una era vanguardista, semejante a la que atravesaron las artes visuales y performáticas hace más de 70 años. Una de las piezas clave para esta fase es el internet: «Si tienes un archivo .jpeg en tu correo que no se decodificó como imagen, sino como kilómetros de código, observarás que son letras y números. Eso es lenguaje escrito: todas las imágenes, los sonidos y los videos del internet están hechos de letras. Por lo tanto, todo lo que estamos haciendo en línea es escribir»[4].
La última obra —inconclusa— de Walter Benjamin, El libro de los pasajes, le sirve como un punto de partida al hablar de apropiación y desplazamientos de lectura en los soportes digitales: «La manera en la que se lee El libro de los pasajes anticipa la manera en que hemos aprendido a utilizar internet, atravesando su inmensidad con hipertextos que nos reenvían de un lado a otro; anticipa cómo nos hemos convertido en flâneurs virtuales: cómo hemos aprendido a manejar y a recaudar información, sin sentir la necesidad de leer internet de manera lineal»[5]. Capital (2015), la publicación más reciente de Goldsmith, que viene de aparecer en el mes de octubre, se apropia del andamiaje benjaminiano pero, esta vez, los fragmentos y citas que recuperó el poeta fueron todos sobre la ciudad de Nueva York.
La gestión de esta acumulación de lenguaje deja a un lado los valores semánticos de las palabras y se vierte hacia la toma de decisiones sobre los formatos y las transferencias implicadas. La literariedad ya no reside en qué se crea, en cómo se narra o en la carga poética de cierta combinación de palabras, sino en qué se elige para ser recontextualizado y cómo, sin ser alterado y sólo reubicado, la transparencia comunicativa de manuales de electrodomésticos, directorios de tiendas de centros comerciales o actas y declaraciones de juicios legales puede leerse como un crudo testimonio literario contemporáneo. Estos textos no fueron dotados de cargas políticas, éticas o efectistas por los autores y, sin embargo, transmiten poderosos mensajes desde su origen y materialidad.
La escritura no-creativa apunta hacia la toma de conciencia y el reordenamiento de la realidad lingüística a partir de simulacros y emplazamientos literarios. Su aparente simplicidad se torna provocativa e irritante a los ojos de las hegemonías de originalidad y tradición, pero es innegable que, más allá de afinidades y costumbres, nos fuerza a reparar en nuestro mutante y cada vez más avasallante devenir textual. Implica la problematización de la idea moderna de originalidad, pues, ¿quién podría proclamarse como un ser completamente impoluto y original en sí mismo?, especialmente en esta era en la que nuestras opiniones y criterios sobre asuntos políticos, económicos, sociales, culturales y personales se ensamblan con retuits, reposts y hashtags, como nódulos que moldean y cohesionan entidades líquidas. De esta forma, se descarta la identidad como moneda de cambio para dar paso a la literatura no-creativa, postidentitaria e hiperrealista.
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[1] Kenneth Goldsmith, Escritura no-creativa: la gestión del lenguaje en la era digital, p. 11.
[2] Entrevista Kenneth Goldsmith
[3] El resultado final puede ser consultado aquí.
[4] Entrevista Kenneth Goldsmith
[5] Kenneth Goldsmith, Escritura no-creativa: la gestión del lenguaje en la era digital, p. 129.
Foto: Tumbona Ediciones.
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