Por Sandra Sánchez / @phiopsia | Noviembre, 2014
Un artista fotografía mapas de Michellin. No les arruino el principio de la novela: la historia trata de un artista y su relación con su modo de consumo y producción. El escenario es París. Pero lejos estamos de los candados que simbolizan el amor y de las historias de la vanguardia. En realidad, podría ser cualquier ciudad. Una escena que en México nos gusta replicar en el Centro, Roma o Condesa. Literatos que visitan cantinas como La Villa de Sarria o La Madrid, encuentros en un café en donde la gente lee en su iPad revistas de estilo de vida: el mundo gourmet, los pueblos mágicos, etc.
Aunque el protagonista se sitúa en la globalizada ciudad de París, se mantiene al margen del glamour. Un artista fotografía mapas de Michellin, hace fotografías de objetos cotidianos y se vuelca a la pintura. La novela se titula El mapa y el territorio, ganadora del Premio Goncourt, escrita por Michel Houellebecq, traducida por Jaime Zulaika y publicada por Anagrama.
Mientras nos describe las formas en que articulamos el deseo, haciendo de todo una mercancía, incluso el tiempo libre, Houellebecq traza las coordenadas necesarias para cualquier artista contemporáneo: el tema, la crítica, la importancia de los medios de difusión masiva, la academia, el galerista.
Dos problemas atraviesan la novela: el papel de la pintura y su relación con lo contemporáneo y el vacío existencial mucho más cínico que revolucionario o nihilista. La escritura de Houellebecq recuerda a un Paul Auster interesado por el papel del escritor en la propia novela y a un Chuck Palahniuk que disecciona el deseo de sus personajes de ir más allá de la lógica de nacer, crecer, producir, consumir y morir. Sin embargo en Houellebecq no hay amargura de por medio, la novela no intenta restituir, ni juzgar.
El mapa y el territorio es clásica por descriptiva, simplemente esboza un momento histórico: el mundo del arte contemporáneo a principios del siglo XXI. Una delicia donde el sentido de la vida oscila entre el cinismo y lo fútil. Entre esas sombras, nos encontramos ante el padre, en medio de conversaciones sobre el sentido del arte; también aparece una mujer independiente con la cual el amor decimonónico es imposible.
El artista no busca más ser un genio, no vale la pena gastar el esfuerzo. El éxtasis es una buena pasta o una escort proveniente de una página web. Nada de promesas, nada de utopías, nada de majestuosidad. Se agradece la sobriedad de la escritura, la falta de pretensión, la distancia ante el intelectualismo barroco. Estructura clásica que alberga una instantánea sobre lo que sucede en el ámbito cultura. Damien Hirst y Jeff Koons repartiéndose el mercado del arte, así se titula un cuadro imposible del protagonista.
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