Por Gustavo Cruz / @piriarte | Agosto, 2014
La cinta De caballos y hombres (Erlingsson, 2013) empieza con una secuencia que anuncia la calidad del resto de la película. Después de unos cuantos close ups al pelaje de una yegua —imagen que sirve de fondo para la presentación del título de la cinta—, la cámara se detiene en el ojo del animal, que refleja la figura de un hombre: unión en la imagen que es metáfora de una relación, relación que es la protagonista de esta cinta. Enseguida, el hombre intenta colocar el estribo a la yegua, acercándosele con cautela mientras le dirige palabras dulces en un tono suave. Entonces entra la música y la escena se vuelve un cortejo del hombre al animal. Erlingsson, que se formó como actor, sabe hacer cine y lo demuestra en cada momento de su ópera prima.
No es novedad para cualquiera que se haya acercado a los escritos de Karl Marx que el hombre se acerca a la naturaleza para producir su sustento y como resultado de esto la transforma, al mismo tiempo que se transforma a sí mismo. Los medios de produccion moldean las relaciones que se establecen entre los hombres. De caballos y hombres gira en torno a estas transacciones. Como se anotó anteriormente, el papel protagónico es de la relación entre el humano y el equino, registrada en distintos matices a través de las diferentes formas en que diversos miembros de un poblado islandés viven su relación con los caballos, principal actividad económica del lugar. De esta manera, vemos a los caballos como depositarios del orgullo y el honor de un hombre, de la determinación de una joven mujer o incluso como último recurso de supervivencia. Y entonces hay cruzamientos de mayor alcance, podemos ver en los caballos la humanidad ausente en algunos hombres, en los hombres la animalidad de un semental y la forma en que unos se relacionan con otros personalidades y éticas distintivas. Merece la pena mencionar que cuando un caballo muere, la cinta da un tratamiento melodramático a esa pérdida, mientras que la muerte de un hombre tiene siempre un toque de humor irónico.
La cinta se desarrolla en un aislado poblado islandés, y eso hace que la fotografía contenga siempre los paisajes árticos que gracias a los vídeos de Sigur Rós tanto han fascinado a toda una generación. Con esto, la imagen se estampa de un preciosismo que puede distraer al espectador superficial y que desviará los juicios al simplón elogio a la fotografía. Pero esta cinta, como el cine en general, es mucho más que una serie de fotografías bonitas. La escena final, en la que en un corral hombres y caballos se confunden por completo, es muestra definitiva de eso.
Suscríbete a nuestro
NEWSLETTER