Por Adriana Melchor Betancourt / @loleks | Junio 2016
Tengo la manía o el hábito de evitar aglomeraciones. Es algo heredado. Los fines de semana, en particular los domingos, mi madre se despertaba muy temprano para ir al súper y así evitar a la gente congregada, supongo yo, en el departamento de salchichonería pelando su turno. También, recuerdo que una vez mi papá me llevó a un concierto de los Rolling Stones y su recomendación final para cualquier toquín fue: siempre salir antes de que acabaran de tocar para eludir el tráfico a la salida. Los dos coincidían en que lo mejor para visitar museos era, desde luego, llegar temprano y así poder mirar a gusto las exposiciones.
Ahora mis amigos y pareja padecen de estas aficiones. Para la gente normal es una descortesía pedirles que lleguen en domingo a las diez u once de la mañana para ver una exhibición. Yo he tenido que entender y ceder —y también relajarme—. Por lo mismo, tampoco soy muy entusiasta de las inauguraciones, a menos de que se trate de ver otra muestra que lleva más tiempo, entonces aprovecho porque es probable que esa sala esté despoblada. Lo que me gusta de encontrar espacios así, es que uno puede estar más tiempo frente a las obras sin sentir miradas juzgonas que piensan que eres un pretensioso por quedarte mucho tiempo o de llamadas de atención de custodios tensos. En las pocas oportunidades que he tenido de viajar a otros museos en el extranjero, siempre encuentro grupos de niños sentados alrededor de alguna pintura preguntando, platicando y discutiendo. Es algo muy inspirador. Entiendo que por las grandes afluencias de públicos es difícil que las familias convivan de esta manera frente a las obras. Lo que me interesa de esta observación es el ejercicio que tanto mediadores de arte como museos ya realizan.
¿Cuánto podríamos extraerle a una sola obra? Al escribir una reseña, por lo general, ya sea por espacio o por lo tedioso que resultaría, no puedes hablar de todas las piezas que se exponen, pero detenerte sólo en una implica que fuiste muy descriptivo o poco crítico. Uno de los libros que más me marcaron durante la licenciatura fue Otras Meninas, una compilación de ensayos realizada por Fernando Marías en torno al cuadro de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. En este libro se recuperan varios puntos de vista y acercamientos, no sólo de historiadores de arte o filósofos, también de arquitectos. Es un libro muy rico en argumentos y que hoy en día es difícil de conseguir. Dicho esto, lo que quiero proponer en este texto es una primera entrega que sólo aborde la conversación en torno a una sola obra. Como si estuvieras frente a ella.
Filme abstracto no. 1 (1967-68) de VALIE EXPORT es una instalación que consiste en un proyector de celuloide, un espejo y agua que corre. Lo que sucede en esta pieza es que el proyector sin película, colocado de manera diagonal y sobre una mesa, proyecta únicamente luz sobre el espejo, mientras que sobre de éste se ha instalado una suerte de fuente que deja abierta una corriente de agua en vertical. La luz se refleja a través de esta superficie y rebota sobre el muro aledaño, una peculiar imagen-movimiento.
Waltraud Höllinger es una artista austriaca nacida en Linz que comenzó en 1967 el proyecto VALIE EXPORT. Sus prácticas encuentran salidas hacia el cine expandido, el filme-acción, el performance, la fotografía y uno que otro ejercicio cinematográfico per sé. En particular, las obras de cine expandido de EXPORT trabajan desde las inquietudes del filme estructural/material, lo político y los límites y borramientos del cine hacia las artes. Así también, su cuerpo de obra estuvo estimulada por el análisis del lenguaje del Grupo Viena, por el tratamiento de la materia fílmica y estructural del cine de vanguardia y las experiencias del Accionismo Vienés. Las piezas de esta artista desarrollaron prácticas fílmicas que subvirtieron nociones sobre lenguaje cinematográfico convencional y de cómo el espectador puede participar de éstas exploraciones.
Es bueno recordar que Filme abstracto no. 1 se produjo hacia finales de la década de los sesenta, un momento político y social sumamente álgido. También en ese entonces había debates y oposiciones a las ideas del arte puro que defendía Greenberg. Los borramientos de los límites de la artes, las síntesis de éstas o las ideas del intermedia empapaban los aires en ese momento para formar un contrapeso no sólo en las artes sino también en lo social. Una conciencia sobre el papel del espectador, de los materiales y los medios fueron detonantes de un tipo de experimentación formal y conceptual que funcionó como preámbulo a muchas de las prácticas artísticas de hoy en día.
El cine expandido fue una de éstas. Heredero de discusiones sobre formas de obras de arte total, dicha práctica exploraba, en parte, el cómo vincular o cerrar el espacio que divide el arte de la vida. En lo que respecta al individuo, las indagaciones se situaban desde la posición del sujeto en relación a los mecanismos de representación de la realidad tanto del cine como de los medios de comunicación. La imagen, la pantalla, el dispositivo e incluso el sonido, servían para desmantelar una idea de lo real manipulada y creada a partir del orden mediático. ¿Cómo crear estos espacios libres en donde la audiencia pueda refugiarse de estos mecanismos? Empapados por el happening y el performance, para los artistas que exploraron esta clase de prácticas audiovisuales la activación de su audiencia era significativa. Muchas veces colocando a los espectadores en situaciones incómodas y provocadoras.
La obra que se propone aquí no necesariamente es una afrenta directa al espectador, es un tipo de exploración sobre lo cinematográfico tanto de la materialidad de su soporte, como de su máquina y estatuto conceptual. Filme abstracto no. 1 produce momentos de experimentación con la pantalla y a la par multiplica la superficie y el marco que la sostiene. Abstrae la imagen que es luz y tiempo a un sólo y perpetuo instante que se repite una y otra vez en mancuerna con el sonido y movimiento del chorro de agua. Al no proyectar desde el soporte del celuloide, la imagen se expande o muda para ser desdoblada, y sin el recurso del montaje, la idea primigenia de una imagen en movimiento es expuesta desde sus elementos más simples. Un instante sincrónico.
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