Música

Opinión | Björk: Amor a la vida


Por Pablo Cordero / @sugarskull12 | Diciembre, 2014

Artista inteligente e inquieta, la islandesa Björk Gudmundsdóttir fue quizás la estrella más brillante y propositiva en el mundo del pop durante la década de los noventa. Sin embargo, el mundo de la música popular siempre le quedó chico a esta mujer, quien exhibe un entusiasmo sincero y evidente por las corrientes más vanguardistas de la música contemporánea. Esto enriquece su arte tanto como detrae de él: cuando se deja llevar por su lado más árido e inaccesible (Drawing Restraint 9 [2005], el decepcionante Volta [2007]), el mundo pierde a una excepcional cantante de pop y obtiene una compositora contemporánea algo limitada.

Aún el crítico más condescendiente tendría que admitir que Björk no ha publicado un disco plenamente convincente desde hace más de diez años, pero también es cierto que sobre el escenario, la islandesa habitualmente alcanza cotas estéticas y creativas más altas que en sus trabajos de estudio. Su más reciente grabación en concierto es Biophilia Live, estrenada en el Tribeca Film Festival de este año, y ahora editada en DVD y CD.

Este disco documenta la gira de Biophilia (2011), ambicioso proyecto multimedia cuyo concepto fundamental es el amor a la naturaleza, el cual comprendió apps electrónicos, cursos, talleres, y un disco que, pese a ser discreto, representó una recuperación parcial tras la pobreza de su anterior trabajo, Volta. Biophilia es tocado en su totalidad durante este concierto, y las versiones en vivo superan en intensidad a las grabaciones de estudio.

Con el acompañamiento del tecladista Matt Robertson, el impresionante percusionista Manu Delago, y un coro femenino, Björk invita a revalorar las virtudes de Biophilia, a tres años de su publicación original. En la pieza inicial, “Thunderbolt” (que emplea una bobina de Tesla como instrumento musical), se construye una envidiable tensión armónica a partir del contraste entre una melodía vocal de oscuros matices y una persistente línea de bajo sintetizado. En “Moon”, destaca un arreglo de arpa que remite al trabajo de Joanna Newsom. La magnífica “Crystalline” inicia con suaves tonos acampanados hasta explotar en un clímax de funk industrial. De “Cosmogony” vale la pena señalar lo agradable que resulta escuchar a Björk cantar una melodía tan sencilla y bonita.

Hay también temas más experimentales, como ese tributo a la ópera dodecafónica que es “Hollow”, la dulce “Virus” (que compara al anhelo por el ser amado con la necesidad que un virus siente por su huésped) y la dinámica “Mutual Core”. El concierto es presentado en un escenario circular, en el cual se proyectan videos con tomas micro- y macroscópicas de la naturaleza, en referencia al concepto central del trabajo.

Más que en cualquiera de sus giras anteriores, Björk dosifica el repertorio de sus primeros trabajos: sólo tres temas (“One Day”, “Possibly Maybe” e “Isobel”) representan a sus primeros discos, y de su tercera y mejor obra, Homogenic (1997), no aparece ni un corte. Pese a esto, el concierto resulta convincente y muchas veces inspirado, lo que nos invita a no descartar las obras futuras de esta talentosa creadora.