Por Gustavo Cruz / @piriarte | Diciembre, 2014
Emmanuel Lubezki se encuentra en la cima. Su labor como cinematógrafo es el de un maestro del oficio. En Birdman lo demuestra sin ningún pudor, seguro. El virtuosismo está presente en cada movimiento de los numerosos y complejos planos secuencia que, unidos por artificios digitales, emulan la famosa operación de Hitchcok en La soga. La ilusión de un maratónico plano sin cortes se rompe sólo hacia el final de la película, con una elipsis en la que se suceden una serie de imágenes con pretensiones poéticas, y que se siente como un respiro, un descanso a los sentidos.
Hay virtuosismo también en las actuaciones. Todo el reparto se entrega por completo y sortea hábilmente el reto de pasar de lo teatral a lo cinematográfico que la trama de la cinta exige. Iñárritu puede sentirse orgulloso como director. Sin embargo, hay razones por las que en los festivales de cine se premia por separado al mejor director y a la mejor película. Como es evidente, una buena dirección no es sinónimo de un buen film. Birdman es una confirmación de esto. Una cinta debe entenderse como un todo, en el sentido más clásico de obra. Una totalidad cuya calidad no depende de la destreza técnica con la que se resuelven sus partes, sino de una compleja interacción satisfactoria entre estas. El virtuosismo puede servir para enmascarar la carencia de esta relación, para deslumbrar y distraer.
El mayor problema es que, desde el principio de la cinta, Iñárritu nos invita a ser rigurosos con ella, utilizando en los créditos la tipografía y el acomodo de las primeras películas a color de Jean Luc Godard. Uno no se compara con un grande si no va a llevar su trabajo a los límites que su referente ya marcó. Y Godard llegó muy lejos. Birdman, en cambio, da soluciones hollywoodenses a problemas que le quedan demasiado grandes: la crítica de la industria cinematográfica, los retos de la labor creativa y la reflexión sobre el conflicto entre lo teatral y lo cinematográfico. La película señala hasta dónde quiere llegar pero avanza sólo unos pasos. Que estos pasos los de con la gracia de una bailarina de ballet no la hacen llegar a su destino. La técnica nunca es utilizada como medio de reflexión o crítica, al contrario, la destreza parece querer sustituir este esfuerzo y se ofrece como panacea. Hacia el final sólo quedan melodrama, patetismo y superación personal (caldo de Birdman para el alma). A fin de cuentas, Iñárritu se refugia en Raymond Carver buscando huir de Spiderman y La liga de la justicia, pero en realidad no hace más que ponerse una capa y una máscara para volar libremente en un mundo de gráficos generados por computadora.
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