Por Aline Hernández / @AlineHnndz | Marzo, 2015
IV. Turismo de urgencia o la urgencia del turismo
Frente al análisis planteado, vemos cómo el proyecto emprendido por Adam Szymczyk, el nuevo director artístico de dOCUMENTA, parece estar únicamente eludiendo atender con la seriedad que requiere asuntos de este tipo. El medio del arte, sigue reproduciendo ilusamente, creencias donde aparenta que el arte puede ser pensado efectivamente como una herramienta de cambio. El gran problema que deciden callar, es que sí, efectivamente el arte podría funcionar como tal, pero al estar inscrito en condiciones de producción subordinadas a la misma estructura a la que está supuestamente criticando, lo único que hace es, en el mejor de los casos, replicar sus lógicas, cuando no legitimar o bien apagar toda potencia que tienen estos movimientos sociales. Nos enfrentamos de algún modo a estrategias similares que ha emprendido recientemente el gobierno en México. Desgastar a los movimientos, dislocarlos, generar grupos de choque que contrarresten la potencia que pueden llegar a tener. La politicidad que podría guardar el arte bajo condiciones capitalistas es nula. Keti Chukhrov lo expresa de manera bastante concisa en un ensayo que publicó en e-flux donde menciona que: «En otras palabras, el aplicar la retórica de las vanguardias sin un cambio social ampliado y sin la reconstrucción de la máquina económica (lógica de propiedad privada) únicamente complace y absorbe a lo que John Roberts llama «la infinita ideación del arte». (Chukhrov, Keti, «On the false democracy of contemporary art», disponible en línea aquí). Giros como el que Chukhrov pone sobre la mesa para anlizar, por ejemplo, la posición que sumió Artur Zmijewski en la Bienal de Berlín de 2012, donde explicó que si «las ambiciones políticas y sociales del arte parecían ser socialmente fútiles, entonces el territorio artístico —la institución del arte— debería de ser ocupada por prácticas sociales eficientes no generadas por la producción artística. Si el artista denuncia desde una dimensión política a favor del cambio social, pero la producción artística no es capaz de llevarla a cabo, entonces la decisión es encontrar grupos más eficientes con trabajo social y dejarlos ocupar la institución.» (Chukhrov, Keti, «On the false democracy of contemporary art», disponible en línea aquí) dan precisamente cuenta, hasta qué punto es que esta estrategia mediática se ha extendido.
Asimismo, dichas posturas constatan el grado, la flexibilidad y autocomplacencia que detenta el arte en tiempos de un neoliberalismo exacerbado y que ha llevado al sistema mismo a generar mecanismos de autoreproduccion buscando asegurar su sobreviviencia y frente a lo cual, la máxima a tono general, pareciera ser que si la política y lo social venden, no tenemos por qué dejarlo. Lo que están logrando manufacturar, desde una perspectiva crítica, son acciones radicales y políticamente contestararias en aras de mantener vivo el interés que alimenta a lo mainstream. La industria cultural se está colgando de una crisis y situación de emergencia que está teniendo lugar; la tendencia a promover una reflexión en torno a dichos procesos, por otra parte, es complicada dada la posición que está tomando Alemania frente a la deuda griega por un lado; y por otro, dadas las condiciones en las que esto está sucediendo. Difícilmente logro entrever a los distintos movimientos antiautoritarios mezclándose con esta ¿ingenua? —en el mejor de los casos— élite. Usar esta situación como herramienta curatorial no es promover un arte politizado, es ayudar a acabar con la flama de inconformidad que azota a Grecia en los últimos años. El problema es que la edición en Atenas inevitablemente brindará un espacio para acaso consolar a una población para quienes, contrario a lo que expresa el director artístico, difícilmente considero que la no-elección de austeridad sea una mera trampa neoliberal que se ofrece como una no-acción.
No elegir aceptar dócilmente las políticas de shock y de terrorismo fiscal a las que están siendo sometidas pareciera ser lo contrario a una mera trampa más neoliberal; lo que sí parece ser una trampa, son declaraciones como las que realizó en su momento el primer ministro, articulando una suerte de hipotético común al expresar: «Es claro que la forma en que hemos lidiado con nuestros asuntos financieros nos han llevado a perder parte de nuestra soberanía nacional. Tenemos que tomar esa parte de vuelta en aras de nuestra credibilidad, nuestro programa político es el sacrificio de todos.» En este sentido parece estar llamando a la población a solidarizarse con una causa a la que ellos mismos dieron entrada, creando las bases necesarias para permitir que el capitalismo se imponga vorazmente al Estado.
Finalmente, la evidente óptica simplista bajo la cual están interpretando la aguda crisis por la que atraviesa, pareciera ser una herramienta más del moralismo europeo que caracteriza a los países dominantes para con aquellos países periféricos de cuyas crisis se están beneficiando. En este sentido, y siguiendo la lectura realizada por Emmelhainz, nuevamente: “Cultura y arte brindan significado y representaciones simbólicas, proporcionan mecanismos de consuelo, al igual que herramientas de re-invención y mejora” (Emmelhainz, Irmgard, «Neoliberalismo y autonomía del arte, enero 26, 2014, Salón Kritik, disponible en línea aquí). Se han logrado librar del vinculo real y efectivo en aras de seguirse alimentando del aparato que les asegura larga vida (a los oligarcas); han disuelto aquellas chispas de responsabilidad para con la situación política, tornando los vínculos en meros affairs extrapolíticos y temporales, bajo el tic tac que anuncia el rápido final e inicio de algo nuevo. Bajo esta lógica, siguen ajustando sus relaciones e intereses particulares sin incurrir en principios que verdaderamente participen o al menos aporten elementos para la construcción de lo que podría pensarse como un bienestar común, más allá de las posibles apariencias sobre las cuales se desplazan y sobre las cuales salpican tintes de lo real alimentando a su paso, a un público ávido de vida que recurre a eventos de este tipo para experimentarla. Se han vuelto así, productores de espectáculos, de imágenes políticas dispuestas en pantallas que anuncian: «Es más cómodo ver las revueltas desde la comodidad de su casa, así, no tiene que ensuciarse las manos», parecen decirnos. La pequeña burguesía puede así librarse de la incomodidad que provoca la realidad política, puede vivirla ya esterilizada en medio de un vacío que anula el legítimo camino y que no afecta las condiciones de vida que buscan sostener.
Foto: Sueddeutsche.
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Aline Hernández (México, 1988), es curadora y escritora independiente. Ha publicado diversos cuentos como Demencia parafílica, Le Merlebleu Azuré y La Ventana, entre otros en medios como Revista Cartucho y el Periódico El Espectador. Asimismo ha participado en proyectos colaborativos como Pan para todos y Chicatanas. Su trabajo escrito explora temas como el neoliberalismo y el arte, crítica de arte, procesos de resistencia y comunitarios.
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