Música

NI TAN CLÁSICA


Por Andrés Reyes / @MrIntra

En esa ociosa necesidad de los seres humanos por delimitar, contener y definir lingüísticamente la “realidad” para así afrontarla y comprenderla, han surgido mal concepciones que han determinado, a manera de prejuicio, la manera en que la comprendemos e interpretamos. Y es que hay que tener muy claro que, como señala Heidegger, el lenguaje carga en sí mismo un estado interpretativo que precomprende la verdad, generando a su vez no-verdades. Dentro de estas falacias, una de las más establecidas en nuestra sociedad es aquella referente a la música clásica, término usado coloquialmente para describir a la música antigua ejecutada de manera solista o en conjunto por instrumentos no amplificados eléctricamente y presentada en salas de concierto diseñadas especialmente para ésta.  En la música, como en el resto de las artes, el término clásico, comenzó a aplicarse a las composiciones que buscaban retomar los cánones estéticos grecorromanos, buscando así recuperar el ideal de belleza. Bajo este principio, en la historia de la música se han reconocido varios períodos espacio-temporales como clásicos, o dicho de manera correcta, clasicistas, sin embargo la musicología contemporánea reconoce solamente como música clasicista a aquélla compuesta en la segunda mitad del siglo XVIII y principios del siglo XIX. En consecuencia,  los verdaderos compositores clásicos serían los hermanos Bach, Haydn, Mozart padre e hijo, Beethoven, Gluck y sus contemporáneos.

Por lo tanto, ¿por qué generalizar y llamar música clásica a toda aquella música antigua que escapa de nuestro entendimiento?

Tratando de solucionar este inconveniente lingüístico, algunos le han acuñado a ésta el término de música culta o alta música, despertando así, justificadamente o no, la fuerte crítica de los detractores al eurocentrismo quienes alegan que tal denominación excluye y minimiza a toda la música oriental autóctona de civilizaciones no influenciadas por los países Europeos. Así mismo, dado su origen, también se le ha llamado música académica, pues surge de las academias musicales como conservatorios y universidades, sin embargo tampoco es completamente acertada en tanto no toda es producida dentro de la academia y que al igual que el clasicismo, el academicismo es un periodo espacio-temporal específico en la historia del arte.  Entonces, ¿cómo llamar a toda esa música si ésta no es una sola?, es decir, ¿cómo contener tantísimas forma y manifestaciones musicales como la ópera, la sinfonía, la sonata, la tocata, la cantata, la misa, el oratorio, la suite, el lied, entre muchas otras, sin caer en la superficialidad e inmediatez del lenguaje?

La necesidad de generar una taxonomía de la música nos hace preguntarnos sobre la relación tan particular entre un significado homogeneizador y una serie de significantes que están demasiado diversificados. Es paradójico, pues la misma escena musical contemporánea, en complicidad con el mercado musical, ha generado un sin fin de subgéneros de música popular; lo que significa que por un lado se está buscando contener mientras que por el otro se da rienda suelta, a veces de manera ridícula, a la diversidad musical, creando un bucle que totaliza sus propias contradicciones.