Por Andrea García Cuevas / @androclesgc | Mayo, 2014
En marzo de 2010 Marina Abramovic dio inicio a una serie de presentaciones en el Museum of Modern Art (MoMA), de Nueva York, que recibió cerca de 750 mil visitantes. Durante tres meses la artista serbia se sentó en una silla por 8 horas diarias en una de las salas del museo. El espacio recordaba al típico cubo blanco de exhibición, donde se disponen las grandes obras maestras del arte. Y alrededor de la sala una larga fila de personas esperaban su turno para poder llegar al centro del cuarto —como quien espera horas para poder ver la Mona Lisa de Da Vinci—, sentarse y observar de frente a Abramovic. Los resultados fueron inesperados: llanto, risas, serenidad y hasta un desnudo que, por supuesto, fue censurado, de acuerdo con lo que se puede ver en el documental The Artist is Present (2012).
El proyecto se trató de un performance en el que la misma Abramovic, su cuerpo y su consciencia, fueron los principales medios de la obra. El propósito era confrontar al espectador en un ambiente de vulnerabilidad provocado ante el encuentro de un ser ajeno. La crítica calificó el hecho como uno de los ejercicios más provocadores de la historia del arte. El efecto que causó en los visitantes es innegable, pero también lo es el aire de espectáculo que rodeó al momento. Abramovic se convirtió en una obra soportada por la gran institución del arte: el MoMA. Y al mismo tiempo se incrementó su popularidad, sobre todo cuando un video del encuentro con su expareja, Ulay, donde ambos se muestran visiblemente afectados, se volvió popular en internet. En ese momento, el imaginario general olvidó los fines primeros de The Artist is Present.
Abramovic es, sin duda, uno de los referentes básicos en la narrativa del arte contemporáneo. Su obra creada a partir de 1970 impactó de manera irreversible en el uso del cuerpo como sujeto y objeto del arte, así como en la relación que se establecía con los espectadores que, entonces, estaban perdiendo la cualidad pasiva de la observación. No obstante, a sus 67 años, la artista es todo una personalidad inserta en la cultura popular, con acciones que están más que ligadas al entretenimiento. Basta con mencionar algunos ejemplos: el baile gracioso, y hasta ridículo, que realizó en 2013 con Jay Z en la Pace Gallery (NY) como parte del proyecto Picasso Baby, que, de acuerdo con el rapero, era un performance artístico. O los encuentros que tuvo con el actor de Hollywood James Franco, en el programa de televisión «Iconoclasts», y con Lady Gaga, para enseñarles el «Método Abramovic», que es el proceso de preparación previo a un performance. Así, en 2013 los reflectores se volcaron a la celebridad artística —con el sentido que se le quiera dar a esta palabra— del año.
No es novedoso que los artistas (del arte, no del cine o la televisión) trabajen con la cultura popular. Quizás el caso más significativo es el de Andy Warhol, que aprovechó las manifestaciones del consumismo y el entretenimiento para hacer un comentario sobre la controversial relación entre arte y entretenimiento. Pero el caso de Abramovic es diferente, sus ejercicios están más ligados al espectáculo. Se ha convertido en una estrella del arte y ha ganado presencia frente a sus colegas Jeff Koons, Damien Hirst y Takashi Murakami. Su excusa: llamar la atención general para recaudar fondos —también lo hizo a través de Kickstarter— para la construcción del Instituto Marina Abramovic.
La abuela del performance, como es considerada, sigue muy activa. El próximo 11 de junio iniciará un proyecto muy similar a The Artist is Present en la Serpentine Gallery. Abramovic se presentará 8 horas, 6 días a la semana, durante 2 meses (hasta el 25 de agosto) en las salas de la galería con nada más que una silla y algunos objetos seleccionados de manera aleatoria. Los visitantes no podrán introducir mochilas, chamarras, equipos electrónicos, relojes o cámaras personales. Sólo falta por saber si los equipos de grabación estarán presentes para registrar el momento. Y, sobre todo, si el número de visitas reflejará los cuatro años que se han sumado a la popularidad de la artista.
Andrea García Cuevas es licenciada en Arte por la Universidad del Claustro de Sor Juana. Coordinadora editorial de la revista Código, es investigadora independiente y colaboradora de diferentes publicaciones. Es miembro del proyecto Ángulo O.
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