Por Rodrigo Bonillas / @RodrigoGarBon
Un suizo, de apellido Sauser, se escapó de su casa a los quince o dieciséis años y huyó hacia levante, cruzando Europa del Este, hasta Rusia, donde se metió a trabajar de relojero en Petersburgo. Estuvo en toda Eurasia. Visitó Persia y China. Vio Mongolia y pisó Vladivostok.
Algunos años después vino a América, que también cruzó de cabo a rabo.
Durante el entremés, en París, publicó junto con Sonia Delaunay el primer libro de artista, en el sentido acotado de la expresión, considerado uno de los resortes más importantes para la poesía moderna del siglo XX: La prosa del Transiberiano y de la pequeña Juana de Francia. Sauser, para entonces —1913—, había adoptado el brioso seudónimo de Blaise Cendrars.
La prosa del Transiberiano consiste en cuatro pliegos de papel unidos entre sí, los cuales forman, extendidos, una gran pieza oblonga de dos metros de alto por poco más de treinta centímetros de ancho. Cendrars, que era dueño de la editorial —Éditions des Hommes Nouveaux—, planeaba publicar 150 ejemplares, los cuales, puestos unos tras otros, igualarían los trescientos metros de la Torre Eiffel (uno de los símbolos del poema de Cendrars y de la pintura de Delaunay). Al final tiraron sólo 60 ejemplares, de los cuales hoy sólo restan 30, repartidos, la mayoría, en algunos de los centros de arte y cultura de más relevancia en el mundo: el Museo Hermitage en Petersburgo, el British Museum en Londres, la Public Library en Nueva York.
A lo largo de esos dos metros de papel se imprimieron, del lado diestro, los versos de Cendrars, y del siniestro, las pinturas de Delaunay.
Del poema se puede decir que es brutal, veloz y vigoroso: el poeta viaja, desde Moscú, a lo largo de toda Eurasia hasta las regiones de Mongolia, donde las palabras mongólicas y chinas empiezan a desplazar a los topónimos rusos; todo sucede en una esfera apocalíptica, durante la fallida Revolución rusa de 1905, y con la compañía de la pequeña Juana, que constantemente le pregunta al poeta: “Blaise, dime, ¿estamos muy lejos de Montmartre?”
En cuanto a la plástica de Delaunay, el uso de colores vivaces en violentas yuxtaposiciones, con una apariencia de gouache y acuarela, es consonante con el ritmo del poema de Cendrars. Los manchones invaden, de vez en vez, las letras y pintan zonas coloreadas entre los vanos que dejan los versos. Varias tipografías se emplean para significar las distintas estaciones de la obra.
Al final, poema y pintura concluyen en París, con la Torre Eiffel y la Grande Roue, una rueda de la fortuna que levantaron para la Exposición de 1900, y que después devastaron.
Era 1913. Un ballet perturbó un teatro parisino: La consagración de la primavera, de Stravinski. Aparecieron En busca del tiempo perdido y Muerte en Venecia. El futurismo galopaba en Rusia y estaba a unos meses de reventar en Italia.
Toda Europa bullía, para bien y para mal.
Al año siguiente empezó la guerra.
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