Enero, 2020
Aterrizando al internet
Los avances tecnológicos han respondido, de cierta manera, a la ciencia ficción, volviendo realidad gran parte de ella. Pero cuando John Perry Barlow y William Gibson crearon el concepto de ciberespacio, más allá de generar una idea se creó un malentendido, pues éste desató una ficcionalización de la realidad que ha resultado en la atribución de falsos valores y cualidades a las tecnologías digitales.
De la mano con las ideas promovidas por teóricos como Ray Kurzweil, la sociedad deshumaniza a la tecnología dotándola de un carácter divino, que en estado de latencia espera un despertar. En contraste, ideas como el Antropoceno (y Cuthulusceno de Donna Haraway) se oponen a creer que la tecnología y el supuesto advenimiento de la singularidad resolverá la crisis global que estamos atravesando.
La singularidad es imposible, sencillamente porque nada está conectado a todo, sino que todo está conectado a algo. Es en este sentido que, de acuerdo con Haraway, podemos hablar de un pensamiento tentacular, pues se trata de la vida vivida a lo largo de una cantidad infinita de líneas que crean conexiones, tal como lo hacen los árboles con sus raíces. En vísperas de la sexta extinción masiva, es natural que queramos trascender a través de las máquinas sensibles e inteligentes sobre las que teoriza Kurzweil, pues parecen retar el poder de creación y destrucción que tiene la tierra sobre la vida animal.
Pero la realidad del internet, que es el medio vital para el funcionamiento de la inteligencia artificial, es totalmente distinta a la que nos han dicho. El 99 por ciento de todo el tráfico de datos pasa por cables submarinos, y eso incluye el uso de internet, llamadas telefónicas y mensajes de texto. El internet es un lugar físico, que se posa sobre la tierra con el fin de perforarla para conectar sus territorios.
Mucho menos el internet y la tecnología tienen el don de la autopoiesis, pues detrás de ellos siempre hemos estado y estaremos los humanos. Así, podemos entender al internet como un producto telúrico y a la información que procesa como el petróleo digital. Un combustible líquido, militarizado y politizado, que presenta flujos, filtraciones, acumulaciones y que viaja a través de cables subterráneos e interoceánicos, hasta destilarse a través de nuestros dispositivos.
Pero esta realidad de cableado y flujos de información no es nueva, en 1854 se instaló el primer cable telegráfico transatlántico para conectar a Terranova con Irlanda. Y la realidad es que el internet y las nuevas tecnologías no han cambiado nada en el mundo, únicamente han acelerado nuestros procesos. Personalmente creo que no estamos yendo hacia una singularidad, sino a una multiplicidad acelerada, pues nuestra vida hoy se define por la velocidad con la que procesamos información.
No es una cuestión de corrientes políticas o ideológicas, sino más bien una realidad innegable. Usando un arduino UNO (que no es para nada una tecnología cercana a la empleada por la industria militar y los gigantes de la información) se puede encender y apagar un LED unas 15 mil veces por segundo. A grandes rasgos, esto quiere decir que dicho dispositivo es capaz de transmitir ese mismo número de señales en ese mismo rango a través de un cable de fibra óptica.
Los datos que se transmiten pueden ser falsos o verdaderos, al tiempo que pueden tener el fin de informar o de desinformar, y es aquí donde se vislumbra un gran riesgo: la velocidad con la que se transmiten. Aunque la aceleración no pueda superar la velocidad de la luz, sus consecuencias son una bola de nieve. Es por esto que entender al internet por lo que es en lugar de por lo que nos gustaría que fuera es fundamental, pues de lo contrario estamos envueltos en una niebla que nos impide diferenciar a enemigos de aliados.
El internet, igual que la tierra (Gaia), no es más que una fuerza que crea y destruye, y por eso es importante verlo como un producto telúrico y no como un producto extraído de la ciencia ficción. Sin información no hay inteligencia artificial, y sin humanos no hay información. Cada cosa que vemos en internet, sean datos, perfiles e incluso bots, son evidencia de la existencia humana. Detrás de todos siempre hay una persona, que muchas veces puede ser encontrada, o que se esfuerza por esconder su identidad.
Es natural que las máquinas desplacen la labor humana, y siempre lo hacen para bien. No hay necesidad de un neoludismo, sino más bien de reclamar la remuneración que debe tener la clase trabajadora dentro de la digitalidad. Por esto se vuelve urgente también la deficcionalización del internet y las nuevas tecnologías, pues el costo que estamos pagando, que es la desvalorización de nuestro propio trabajo, nos está sumiendo en una crisis que en un futuro será imposible de solucionar.
De la deuda pública a la deuda ética
Cuando hablamos de la economía digital, y en específico de las criptomonedas, es fundamental entender el problema que las mismas buscan solucionar. Se nos ha dicho que la riqueza de las naciones está respaldada en sus recursos no renovables, que son su fuente de riqueza. Esto es totalmente lejano de la realidad, pues nuestra economía está respaldada en deuda pública.
Durante nuestra lucha de independencia, Morelos introdujo el concepto de dinero fiduciario a México al acuñar monedas de cobre, en su mayoría de ocho reales, para financiar sus campañas. Mismas que constituían una promesa de pago en oro o plata que se cumpliría cuando se consumara la independencia. Así Morelos creó dinero por decreto, marcando la realidad del sistema bancario actual, el cual se volvió fíat en el 71 con el Nixon Shock.
Nuestro sistema bancario se integra de dinero fiduciario, pues incluso las reservas federales son solo deuda. No podemos canjear un billete por alguna materia prima que lo respalde porque no es más que papel. Igualmente, un depósito es meramente un apunte contable, y el valor metal de una moneda es muy inferior al que representa. Estos instrumentos son aceptados porque podemos intercambiarlos por otros instrumentos bursátiles o por algún tipo de bien.
Cuando alguien contrae una deuda el sistema bancario crea dinero por decreto, y por lo mismo, cuando la liquida dicho dinero desaparece. Es terrorífico pensar que el dinero que tenemos está respaldado en deuda, y lo que es peor, que si la gente liquidara sus deudas de golpe, dejaría de existir dinero en circulación.
Así, lo único que nos dice la existencia de un billete o el dinero electrónico, es que un tercero (o nosotros) ha generado adeudo. Una vez que se entiende que el dinero se respalda de dicha manera, se vuelve coherente que el sistema financiero no muestre interés alguno por reducir las deudas de las personas (y los países). Por el contrario, se otorgan préstamos y créditos sabiendo que muchas veces quienes los contraen no podrán pagarlos.
De la misma manera en que se nos cobra una renta por utilizar un departamento, pagamos intereses cuando utilizamos parte de la deuda. Quién presta prefiere cobrar intereses y crear dinero en vez de facilitar su pago. Es por esto que existen penalizaciones cuando queremos liquidar un préstamo en un tiempo menor al establecido.
Dentro de la deuda no está contemplado que esta desaparezca, sino al contrario, que crezca más y más para que genere más dinero. Por eso a países como el nuestro, aunque pudieran liquidar su deuda externa, no se les permitiría hacerlo. Cuando un banco otorga dinero a través de una tarjeta de crédito en realidad no tiene nada que prestar. Tan es así que cada promoción que nos recompensa por depósitos a nuestras cuentas existe porque alguien necesita efectivo y el banco no cuenta con liquidez suficiente. Es por esto que el blockchain y las criptomonedas son algo maravilloso, pues nos permiten liberarnos de este esquema al generar capital meramente bajo el esquema de oferta y demanda, pero no todo son fresas con crema.
A grandes rasgos, el blockchain, que encuentra en BitCoin a su representante más popular, funciona bajo la acuñación de un número limitado de monedas en un plazo específico de tiempo. Entre más años tiene la criptomoneda más tiempo toma crearla, por lo que si su demanda sube, lo mismo ocurre con su valor. Esto en apariencia es maravilloso, hasta que incorporamos al panorama al maoísmo digital.
Mientras estemos acostubramos a fungir como mano de obra no remunerada, las criptomonedas hacen que una persona con una computadora prendida genere más dinero que el que alguien con estudios de maestría y postgrado puede obtener, devaluando totalmente el conocimiento de las personas.
Al día de hoy, los famosos mineros de BitCoins utilizan un hardware específico para acuñar las monedas, los cuales minan a través de cálculos computacionales extremadamente complejos. Los mineros reciben un problema matemático y el que lo resuelve más rápido obtiene una unidad. Para minar un Bitcoin o cualquier otra criptomoneda tu equipo debe estar permanentemente resolviendo los algoritmos que pondrán al límite la capacidad de procesamiento de su hardware. Cuanto más eficiente sea resolviendo esos cálculos, mayor será la recompensa. Por supuesto, el sistema operativo con el que funcionan la mayoría del hardware de minería es Linux.
Siendo que las criptomonedas están definiendo la economía en el s. XXI, pasamos del problema de la deuda pública al de la deuda ética, pues crear riqueza a través de criptomonedas está devaluando el trabajo y el conocimiento de las personas de una manera sin precedentes. Si no logramos cambiar esta realidad estamos condenados a caer en un peor error que el del s. XX.
Vale la pena preguntarse, ¿es en realidad algo malo el hecho de que Facebook genere dinero con nuestros perfiles? Personalmente opino que es maravilloso, pero mientras no ganemos dinero estamos siendo comprados y vendidos por los gigantes del internet. Lo mismo ocurre si la adquisición de conocimiento, que sí nos ha costado, no nos genera ingresos suficientes para una vida digna.
La solución no está en que el conocimiento no cueste, sino en que éste, que es la información con la que llenamos y nutrimos al internet, nos sea remunerado. Por lo mismo es urgente eliminar la ficción de lo que conocemos como cultura libre, que debe desaparecer para crear una cultura justa, pues tener una cultura libre significa tener una cultura que no es ni quiere ser remunerada. Un cambio radical es necesario, pues aunque el huachicol en línea nos permita obtener ganancias, es más un mecanismo de resistencia que una solución.
A diferencia del robo de combustible, el dinero que genera la ordeña de datos a través de internet no se compara con el que generan los gigantes del medio. Y cuando lo llegan a hacer, basta un pequeño cambio en las políticas de los sitios para terminarlo, como fue la desaparición del número de likes en publicaciones de Instagram. Esto no es una teoría de conspiración, sino un resumen de los hechos.
Cambiar nuestra cultura digital es urgente, y probablemente tenemos ante nosotros la última posibilidad de lograrlo. Así como Napster cayó dejando como herencia el modelo P2P, Bitcoin lo hará dejando al blockchain. Los gigantes del maoísmo digital como Linux, Google y Facebook ya controlan el internet y no lograremos cambiar esto. Teniendo conciencia de lo anterior, vale la pena enfocarse en aquello que sí podemos cambiar y buscar los caminos de transformación que puedan ser más efectivos.
Imagen: Cortesía del autor.
Archivo | La deficcionalización de la cultura libre Parte I, por Alonso Cedillo
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