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Jam de morras, por Zazil Collins


Noviembre, 2020

El 03 de octubre a las 18 hrs. nos encontramos la contrabajista Adriana Camacho, la guitarrista Alda Arita y yo, con la baterista Andrea Cravioto, en las puertas de Cuba 60, instalaciones de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, hoy albergue y altar okupa, dedicado a mujeres víctimas de violencia sistemática en México. Arriba conocí a Elizabeth Piña, saxofonista; tanto ella, como Cravioto, son fundadoras del Jam de morras, colectivo que nos invitó a tocar y leer poesía desde los balcones de la oficina de la directora de la CNDH, Rosario Ibarra de Piedra, cuyo calendario quedó detenido en marzo de 2020.

Accedimos con los protocolos que el conocido Bloque Negro estableció para resguardo general: toma de temperatura y gel antibacterial. Lo más visible, además de las compañeras vestidas de negro de pies a cabeza, los niños en andaderas, el clima comunitario y al mismo tiempo sobrio, fueron las pintas en las paredes de todo el edificio, en una de ellas se lee, como si de un poema autoreferencial —y universal— de María Sabina versara: Yo soy música/ Yo soy arte/ Yo soy creatividad/ Yo soy bondad/ Yo soy inteligencia/ Yo soy furia/ Yo soy felicidad/ Yo soy vida, junto al símbolo de anarquía.

Esa noche, también visitaban el espacio Alaíde, cantante y compositora, nieta de la aún desaparecida Alaíde Foppa, quien se encuentra realizando un documental sobre la toma de la CNDH, así como Tania Elis, junto a su papá, la estudiante de la UNAM que desgarradoramente tuvo que pasar semanas en Santiaguito (prisión de la que escribí hace algunos meses en este medio), por tomar un cubículo de la universidad. Además del set de Adriana Camacho, Alda Arita y yo, tocaron Planta un árbol, Aletia Gc y Sofía Hex, para al final generar una jam. Jam significa confluencia, y el free jazz y la poesía son trincheras que apuestan por el gozo de la diversidad.

El free jazz es un manifiesto/expresión anticapitalista, regido por un único principio: la comunión. En las estructuras que hoy conocemos y vivimos, el trabajo en equipo y la empatía son enemigos y palabras inconcebibles (más que para la generación de materia primera a la venta). El jazz y el free jazz como expresiones, al igual que la poesía, que a contra corriente guardan el potencial de la transgresión, por el simple hecho de invitar a la correspondencia. ¿Por qué, además, una jam como la acontecida el 03 de octubre es aún más significativa en la toma de un edificio institucional?

En un país que ha sido reducido al abandono de la pobreza, a la insolidaridad, y en donde nos han hecho creer que no tenemos poder alguno sobre el sistema hegemónico impuesto, que se recicla de partido en partido, que transita en la elasticidad de la conveniencia, donde se nos quiere relegar a la melancolía, y a esa tristeza que hoy se ve en las calles… cantar y bailar en el espacio público representa un logro, una celebración ciudadana, en principio, pues nos pone en la mira la indignación porque nuestros vecinos no tengan comida, no sepan leer, soporten trabajos precarios, el desprecio de las autoridades, la desaparición de madres, hermanas y amigas, los asesinatos de nuestras mujeres, dejándonos como pregunta central: ¿es tan ingenuo apostar la batalla en nosotras mismas?, ¿o deberíamos vivir con el precepto de que no podemos realizar nuestros sueños? Jamás. Como las líneas dictan en otra de las paredes principales de la okupa: no se debe lucrar con el dolor.

Escribir en los muros es transmitir pliegos petitorios; un graffiti nunca debe ser relegado en la lectura de un movimiento civil, desde la demostración de un orgullo y dignidad de costumbre: «Heroicas e históricas».

¿Qué podemos hacer alguien como tú y como yo? Me preguntaba alguien hace pocos días: apoyar pequeñas acciones que refuercen la autonomía de la sociedad civil, de organizaciones, de individuos. Es una sumatoria: tiempo de hormigas. Que muera el odio, que viva el amorcito.

Este es uno de los poemas que canté/leí junto a Adriana Camacho y Alda Arita, una respuesta a una falogocentrista cartilla moral:

¡Matria! ¡Matria! La ciudadanía jura
no infringir el dolor en tus aras,
si el tambor con su digno acento
nos convoca a transparentar con valor.

¡Para ti la esperanza vigía!
¡Un rehilete para todos de gozo!
¡La alegría para ti por valiente!
¡Y el desahucio para ilotas sin honor!

Tendrán tus ojos el calor de un invierno y nuestras miradas harán posible el encuentro de los seres sintientes, que será lo más justo, lo más pleno, dando tiempo a que se remansen las aguas, para que nos reconozcamos. Así nuestros cuerpos disfrutarán de lo que elijan: ser estrella o arena. Tenemos algo de común con las piedras, sí. El yeso, los huesos, la devoción y la furia en el centro con la que cristalizamos como la valentía, contra quienes nos quieren sin cadencias, sin cielo, los que nos quieren sin dicha, sin palabras, sin el aire. Pues bien: en torno a este círculo de lenguajes nuestros ojos tendrán el calor del invierno para llamarnos Duda, Entrega, Caudal. Un caudal en mitad del desierto que será esa lucecita que nos han dado las hermanas Respiro, Conjuro, Yo soy yo, Yo soy mía; las hermanas Bruja, Innombrables; hermanas Garganta, Claridad, Risa reunida en nuestras miradas: la entropía. Así que cojamos entre las piernas lo que deba sostenerse, con el ahínco, en el acorde y sus veintiún consonantes para ser las Fronteras-rehilete entre la gula del tiempo, la templanza de la cama, la pereza de oradores de la condición humana, la verdad cuando los tótem se derrumban, la paciencia, melodía de mujer, la generosidad al goce y la inhóspita humildad.

Tras meses de peticiones de entrevistas, de plantones frente a Palacio Nacional, de años de búsquedas y exigencias, la toma se realizó sin que las autoridades hayan dado, al día de hoy, atención oportuna. Actualmente, en el edificio, además de familiares de víctimas, hay adolescentes y mujeres sin hogar, que acudieron a pedir asilo tras enterarse de que el edificio se activó como un refugio.

Fotos: Jam de morras.

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Zazil Collins es autora de los libros Junkie de nada (Lenguaraz), No todas las islas (Conaculta-Instituto Sudcaliforniano de Cultura), El corazón, tan cerca de la boca (Mantarraya-Abismos), Sipofene (La tinta del silencio) y Pink (The Ofi Press). Es curadora musical y locutora; coeditora del proyecto bilingüe Músicos en la Ciudad de México/Musicians in Mexico City. Ganó el Premio Poesía en Voz Alta 2017 y el Premio ciudad de La Paz 2011.