Entrevista

Imaginaciones mundanas sobre espacios futuros, por Antonia González Alarcón y Sandra Sánchez


Julio, 2020

Estimada lectora.

La conversación que leerá a continuación forma parte de una serie de colaboraciones entre la artista Antonia González Alarcón y la escritora de arte Sandra Sánchez. Para ellas, encontrarse en la amistad y en la producción ha significado la posibilidad de extender los límites de sus prácticas y dejar de lado los vicios del nombre propio para dar paso a un ensamblaje múltiple.

Esta primera entrega (agradecemos a GASTV darnos hospedaje) consiste en un ejercicio de imaginación en el que buscamos poner sobre la letra nuestros deseos de futuro, en el tránsito de una probable salida de la pandemia.

Para jugar nos inventamos una propuesta simple: cada una redactó 4 preguntas que la otra contestó. Las respuestas parten de lo individual al tiempo que traen al frente referencias relevantes para la formación profesional y emotiva de cada una.

Usted, querida lectora, no sabrá quién redactó qué y quién contestó qué, esto con la intención de dar paso a la malformación que trae consigo la colectividad.

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Recuerdo que hace algunos años todavía era popular pensar en el fin del arte, incluso en el fin de la pintura. Creo que lo que esa discusión trajo al frente fue que el fin solo es un cambio de ritmo, un cese de ideas. Si el fin de la pandemia coincidiera con el fin de algunos comportamientos o modos en el mundo del arte, ¿qué acabaría?

Esta siempre ha sido una conversación a la que me siento muy ajena porque no creo que se le pueda dar fin al arte, como si la humanidad llegara al tope de su capacidad de creación e invención. Todo el tiempo me encuentro con gestos cotidianos de personas que están lejos de autodenominarse artistas y que hacen cosas que, en otro contexto, sería arte.

Me acuerdo mucho de la historia de una mujer en Groenlandia, su hijo tuvo que ir como soldado a pelear por Dinamarca y murió en batalla. Cuando regresaron el cuerpo de su hijo, el ataúd iba cubierto con la bandera de Dinamarca; la madre la tomó, la descosió y la volvió a coser como la bandera de Groenlandia. Eso podría fácilmente ser un performance pero es la vida cotidiana. Cosas así suceden todo el tiempo.

Si algo acabara, podría ser esta línea tan severa entre qué decimos que es el arte y qué no, con la idea de quizás entrar una forma más lúdica de enfrentarnos a ello. Desde antes de la pandemia vemos muchos proyectos que existen entre lo editorial y el arte contemporáneo, la escritura y el dibujo, la ilustración, etcétera; muchísimos campos que parecen vivir en el limbo entre el arte y algo más.

Creo que ellos han vivido y crecido gracias al beneficio que existe de no ser parte del mundo del arte por completo y de las posibilidades que existen con ello. En un idealismo, sería ideal que estos campos tuvieran más espacios en el arte, no para que dejaran de fluctuar entre disciplinas, porque eso también los alimenta, sino para que puedan crecer.

Nuestros cuerpos están pasando por un montón de sensaciones extrañas por esta tensión constante entre calma y estrés. ¿Qué sientes en tu cuerpo cuando piensas en el futuro o en el «después del confinamiento»?

Me atraviesan un par de enfermedades con nombre propio y diagnóstico largo. La pandemia me ha permitido descansar más y cuidar mi alimentación, lo cual ha tenido efectos sorprendentes en ambos padecimientos. Paradójicamente, mi cuerpo está mejor en el encierro que bajo el ritmo que lo precedió. La pregunta es fuerte porque delata las consecuencias de una precariedad laboral cultural que supera mi individualidad, en tanto estructural.

Otras cosas que le han pasado a mi cuerpo durante el encierro tienen que ver con lo que he leído. Hay algunas muy íntimas que me han hecho pensar en cómo la afectividad, por más sincera que sea, está sometida a una serie de fuerzas hermosas a la vez que a ejercicios de poder que me aterran. Tal vez esto suene muy abstracto porque no quiero ir a la anécdota; lo que quiero decir es que he estado pensando a mi cuerpo no como portador de un alma, una subjetividad y una nomenclatura, sino como un espacio atravesado por estratos y relaciones: así como acomodo mi casa, puedo acomodar mi cuerpo; en esa dulce distancia que me permite cambiar cosas de lugar, tirar otras y desear otra vez.

Siento que aún no he contestado a tu pregunta. Quizás puedo decir que odio el cubrebocas, prefiero no salir a tener que usarlo, me produce algo parecido a una claustrofobia. Tengo muchas ganas de caminar como antes lo hacía: al trabajo, a la tienda, al parque. Hay una pieza que quería hacer antes de la pandemia que requiere el uso de las manos y la mirada, me gustaría no olvidarla y en el futuro echarla a andar.

Sé que la pandemia y el encierro han hecho que inventes nuevos modos para relacionarte con las demás, ¿qué de lo recién elaborado te gustaría llevar hacia el futuro?

Creo que lo más lindo que se ha gestado durante el confinamiento es el fortalecimiento de las dinámicas colaborativas o comunitarias, esta extrema separación de los demás ha generado una necesidad de conectar de nuevas maneras y quizás de formas más genuinas, en el sentido de que ahora socializar es un esfuerzo tan evidente que quizás lo hacemos más selectivamente, menos por la inercia de la vida. Eso me inspira porque es un momento en que el apoyo mutuo se ha vuelto una manera de navegar esta incertidumbre, acompañándonos.

Personalmente, he tomado muy por mi mano cosas que pensaba que dependían de las instituciones, como la docencia o la lectura de mis textos. Por ejemplo, ahora que estoy dando talleres de bordado ​online ​se volvió muy evidente que todas las participantes estamos buscando generar comunidad y compartir con las otras, cosa que estoy feliz defacilitar.

Además todo lo que implica el enseñar me da un placer gigante: ver lo que hacen, escuchar lo que piensan o sus reflexiones sobre las clases. Igual decidí compartir mis textos a todo quien quisiera leerlos y la recepción ha sido variada y fructífera. Son dos cosas que eran metas y que, ante la situación, decidí activar a través de la virtualidad y han sido experimentos súper ricos. Esto es algo que me encantaría mantener y nutrir.

En esto estamos, tratando de conectarnos con gente fuera de nuestro espacio/casa/cuarto todo el tiempo: nuestras amistades, conocidos, estudiantes. Pero además estamos encerradas con todos nuestros libros y con artistas que nos puentean con otros tiempos o con nuestras memorias. ¿Quiénes te han acompañado que han sido un puente al exterior?

Me han acompañado dos mujeres con apellidos homófonos: Rosalind Krauss y Chris Krauss. A Rosalind la admiro profundamente, vuelvo a su trabajo cada vez que puedo. A Chris la estoy leyendo apenas, solo había visto la serie ​I love dick​, pero no había ido a los libros. Me parece fundamental su narrativa: ir de lo personal para hablar de un problema institucional y comunitario. Me gusta el modo en que muestra su vulnerabilidad y la convierte en una potencia crítica.

También he estado leyendo un montón a Freud. Me interesa entender la narración de la histeria y sus posibilidades más allá de un diagnóstico clínico. La histeria ha sido destinada a un plano completamente negativo, pero tiene una forma de entender los signos y el deseo que me interesa sobremanera. Mi hipótesis es que la histeria no opera con un solo significante despótico, sino que va girando, va profanando el sentido y desplazándose sin concluir y llegar a la certeza de algo.

Ya veré si puedo sostener esto. No digo que la histérica no sufra —espero que cada una de las personas que se identifica o acepta este diagnóstico pueda amarrar algo y tener una vida diferente, si así lo desea. Más bien creo que más allá de maniqueismos, hay una potencia. Este argumento lo copio un poco de Bifo, quien dice en el libro que le dedica a Félix Guattari, que su depresión no era de manual, que había ahí una fuerza.

Sobre artistas, he vuelto al trabajo de Cindy Sherman, llevo varios años amando, admirando y tratando de entender su producción. También me acompañan las artistas locales en Instagram, las quiero mucho. Me gustaría tener los recursos económicos y simbólicos para poner en palabras y conversaciones lo que hacen en sus piezas.

Algo que he pensado últimamente es la línea de lo íntimo cuando estás en tu espacio privado todo el tiempo. ¿Sientes que ha cambiado tu percepción de lo íntimo? ¿Dónde está el límite cuando el cotidiano es siempre en interior?

Me he creído el cuento de un psicoanalista francés que dice que lo íntimo está allá afuera, nombra a esto ​extimidad.​ Más allá de explicar el concepto me lo apropio para decir que mi intimidad está siempre en tensión y en relación con universos simbólicos que miro y que me miran de vuelta todo el tiempo, en múltiples direcciones: mi pareja, mi gatita que amo (sé que las dos tenemos gatitas que amamos), mis amigas, mi familia, mis libros, las películas, las fantasías, mis fantasmas, el lenguaje.

Me cuesta mucho tener confianza en las relaciones que he ido estableciendo porque crecí católica (hago un trabajo crítico constante para salir de esa ideología de culpa, castigo y teleología), por lo tanto mi intimidad en relación con la exterioridad es frágil; desde esa fragilidad intento concebir lazos sin promesas, en un movimiento alegre. No siempre lo logro.

En un tono más concreto, extraño mucho la soledad en compañía producto de ir a tomar café con una serie de desconocidos: escuchar sus conversaciones, hacer juicios sin apalabrarlos, leer y distraerme por un ruido ajeno, probar pastelillos, cruzar miradas de interés o desinterés, etc.

Si organizáramos el Congreso de futurología, ¿cuándo sucedería, a quiénes invitarías y cuál sería la sede?

Con este tipo de preguntas, me encuentro en incomodidad con mis propios romanticismos. De alguna manera, esta época se ha tratado de Congresos de futurología constantes, donde cada conversación cotidiana está impregnada de «qué pasará» o «qué vamos a hacer». Algo que ha evidenciado esta época, para mí, ha sido el hecho de que vivimos y funcionamos en redes que dependen de una serie de campos de lo más variados.

Creo que la convocatoria a nuestro congreso podría ser abierta, donde pudieran presentarse personas biólogas, escritoras, agricultoras, arquitectas; cualquier campo que pensara que tiene algo que decir, poder escucharnos de manera transdisciplinaria. De alguna manera, el futuro que viene nos demandaba eso desde mucho antes de que entráramos en esta pandemia.

Sí imagino que esto ocurre en un lugar fuera de la ciudad, donde poder reunirnos en un espacio abierto y con mucha naturaleza. Quizás esto responde mucho más a una necesidad en la que me encuentro de estar lejos de los medios digitales y más cerca de la realidad. La mera idea de tener que organizar este congreso por videollamada me causa ansiedad. Sé que esta idea está lejos de ser práctica para un evento de este estilo, pero me recuerda rápidamente al Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan organizado por las mujeres del Ejército Zapatista y creo que ese es un tipo de congreso de futurología a seguir.

En algún momento hablamos de la idea de «lanzar una semilla al futuro». ¿Qué cosas has comenzado durante este tiempo con la idea de que brotarán cuando podamos retomar la «normalidad»?

Cada vez que platico contigo y con amigas en común siento que otro mundo del arte es posible. Conocerlas ha sido de las cosas más bonitas de estos últimos tiempos. Tengo muchas ganas de seguir contando historias juntas y acompañándonos. Me emociona mucho ver su producción y escuchar sus ideas. Me encantaría que pudiéramos hacer esas sesiones de encuentro en las que conversamos por teléfono para hablar críticamente (con respeto y cariño) del trabajo de colegas sin que se tome personal.

Siento que ese ejercicio hace mucha falta. Unos amigos me invitaron a trabajar con ellos alrededor de la piratería y sus imaginarios, hoy les dije que me interesaban los textos que escondían más de un sentido, que eso se me hacía una forma de piratería. Conversar con ustedes es mi semilla al futuro. Me gustaría también no soltar el dibujo y dibujar en grupo.

Si te soy sincera, a veces pienso que el futuro no existe, que la pandemia detuvo el tiempo, para dar, por fin, paso al espacio. Todo lo que tengo es este par de cuartos y una puerta que me aisla del pasillo, de la voz de mi vecina que maldice todo el día. ¿Sigues creyendo en el tiempo? Abrazos 🙂

Entiendo totalmente esa sensación. De repente me siento lejos del tiempo, en estos días sin lluvia que parecen propios de otro país. En este estado de observación constante, me he dado cuenta que estos días con demasiadas horas de luz no son propios de aquí, o por lo menos, así es en mi memoria. Lo que más me conecta con el tiempo es mi cuerpo: el hambre va y viene, la piel se seca y se humecta, mis ojeras van y vienen.

Sobre todo, veo la fractura de mi mano derecha sanando lentamente. Eso me ha tenido demasiado pegada al tiempo: el ritmo de sanación de mi cuerpo no se acelera ni se alenta, no le importa la cuarentena ni el clima (más que cuando lloverá, momento en el que se tensa la placa en mi muñeca y me avisa lo que viene). Estoy sujeta, finalmente, a lo que mi cuerpo quiere y, sobretodo, puede. Ese cambio me mantiene anclada a la tierra y al tiempo.

Abrazo de regreso 🙂

PD. Nuestra siguiente colaboración aparecerá en el número 18 de Terremoto. ¡Allá nos vemos!

Dibujos: Antonia González Alarcón y Sandra Sánchez.