Arte

House of Cards


Por Abel Cervantes

 

 

El viernes 14 de febrero se estrenó la segunda temporada de House of Cards. Uno de los aspectos más llamativos de la primera temporada no son sus estupendas actuaciones. Tampoco su calidad de producción impecable. Ni siquiera su magnífica historia, donde se involucran algunos de los sectores más relevantes de las sociedades modernas: la política, la economía y el periodismo. Mucho menos el hecho de que es la primera serie que se encuentra disponible por completo el mismo día de su estreno.

Desde el primer capítulo, Francis Underwood (interpretado espléndidamente por Kevin Spacey) efectúa un gesto que se repite durante toda la serie. De vez en cuando, y luego de llevar a cabo alguna estrategia política arriesgada o astuta, el protagonista mira de frente a la cámara y se dirige al espectador. Lo interroga, le susurra, le platica sus planes.

Este distanciamiento brechtiano (la capacidad de una obra de arte de develar sus mecanismos de producción como una forma de provocar la emancipación del auditorio) proyecta algunas posibilidades sobre las que vale la pena reflexionar. Los creadores (entre los que se encuentran el director de cine David Fincher), dotan al personaje de un genio seductor. Como sucede en Los Soprano, el público se identifica con un protagonista inmoral —en ese caso un mafioso de Nueva Jersey; en éste un político estadounidense que desea permanentemente el poder. Cuando se dirige decididamente al público, Francis Underwood ¿desea hacer al espectador su cómplice?, ¿acaso es un gesto de los creadores para señalar que la sociedad conoce las actividades más lastimeras de los políticos pero que al ser simple espectadora se convierte en copartícipe de ellas?

Sea como fuere, House of Cards posee una calidad indiscutible. Vale la pena señalar su tratamiento respecto del papel que juega la prensa en la actualidad. En un principio la joven reportera Zoe Barnes (Kate Mara) se liga con el político malicioso pasando por alto que en esa relación ella está siendo utilizada. Sin embargo, en la parte final de la primera temporada se rebela y lo encara arriesgadamente. Así, la serie atiende a las palabras pronunciadas por uno de los periodistas más admirables del siglo XX, Robert Fisk: el trabajo del periodismo no es informar, sino vigilar a los poderes políticos y económicos para mantener a la sociedad alerta.