Por Aline Hernández / @AlineHnndz | Octubre, 2015
I
¿Pueden las diferentes instituciones culturales ser un espacio para la crítica y la resistencia?
—Un posible escenario
Tal vez esté usted trasnochado, cansado por largas jornadas laborales, confundido y responda que sí. Tal vez sea usted un trabajador cultural idealista para el cual, a pesar de las dinámicas de explotación, jerarquización, burocratización y control —y la lista continúa—, sigue llegando a su casa, después de muchas horas de calentamiento de silla en la oficina (en el mejor de los casos) y no puede más que sentirse orgulloso: logró sobrevivir a la inauguración de la última exposición, una de muchas otras que conforman el programa anual de la institución para la que labora. Espera con ansias las numerosas reseñas que se escribirán al respecto, que lo llevarán, con mucha suerte, a formar parte de la lista de los diez mejores curadores de su revista de arte local. Revisa al día siguiente, una vez que el comunicado de prensa fue liberado y, emocionado, postea una reseña tras otra en el muro de su red social de preferencia. Se entusiasma al ver la reacción de sus familiares y amigos, todos lo felicitan, lo mencionan en comentarios, prometen ir a ver la última muestra hipercrítica que curó.
—Otro posible escenario
Tal vez llegue usted a trabajar una soleada mañana para encontrarse con que el sindicato de la institución donde labora ¡está en huelga!, aun así usted se siente afortunado, respira y piensa que acertadamente trajo su computadora Mac portátil al museo y puede trabajar desde algún rincón de la institución; se siente afortunado por no ser una víctima de esos ociosos trabajadores, en lo que algún trabajador por honorarios se encarga de negociar con el dirigente. Suspira y una breve sonrisa se cuela en su rostro, sus obsoletas demandas y acciones no le harán perder unas cuantas horas de trabajo, ¡menos mal!
Pero tal vez entre en crisis, no pertenece usted a ese tipo de personas precavidas o simplemente no es usted de aquellos apegados a los aparatos, dejó la computadora en casa y mentalmente maldice contra esos trabajadores, se pregunta ¿¡cómo puede ser que a estas alturas sigan existiendo los sindicatos?! A pesar de ello, sigue creyendo que el museo es un espacio de crítica, porque al menos, mientras se lleva a cabo la negociación con el dirigente que busca, en el mejor de los casos, conseguir mejores condiciones laborales para los trabajadores, y mientras que el negociador (trabajador por honorarios) concibe in actu alguna estrategia para no acceder a todas las demandas, arriba se está exhibiendo una magnífica exposición donde los agenciamientos políticos desde el arte (oh, Deleuze my love) son más evidentes que nunca. No importa el problema con los trabajadores, piensa, mientras recuerda que además, anoche logró reunir el material necesario para aplicar a esa extraordinaria convocatoria curatorial que ganará —multitask en vías de perfeccionamiento—. Su nombre formará parte de los comunicados de e-flux, una victoria curricular más, tanta emoción no cabe en usted, ahora no sólo lo verán en México sino que también en muchos otros países.
—Otro escenario más (el tercero y último)
La invitan a participar en alguna plática sobre arte y política, ¡vaya emoción!, se siente satisfecha de poder ofrecer una cátedra al nivel de su educación postpost-superior en Europa. El encuentro inicia y el moderador le pregunta precisamente lo que esperaba: ¿puede el espacio de la institución ser realmente crítico? Con mucha seriedad, a la altura de su nombre y además bastante segura de sí misma, responde que sí, que el espacio de la institución al ser guiado, bajo una estructura casi de partido, por los agentes indicados, puede efectivamente convertirse en un espacio de crítica. Suspira aliviada porque está usted educando a la nueva generación que continuará con su impecable tradición, algún día podrá retirarse y escribir el tan ansiado libro que lleva durante años imaginando.
Mientras habla, recuerda todas aquellas exposiciones que ha curado, casi se felicita por ser una de las primeras en politizar en este bárbaro país el mundo del arte. Se siente sobre todo orgullosa porque ha sabido negociar con todas las estructuras de control, ha logrado realmente hacer de su institución un gran proyecto crítico (en sueños, Andrea Fraser resuena por ahí, ¡l’institution c’est moi!, ¡l’institution c’est moi!, et oui, l’institution c’est toi). Pero un oscuro pensamiento le borra la sonrisa (sin que casi nadie lo note porque lleva muchos años en el escenario y sabe disimular perfectamente) al recordar que la lista de desaparecidos en México asciende a los 26,000, ¡qué lástima! No importa, usted está haciendo lo que puede, hace ya un año de Ayotzinapa y salió a marchar pacíficamente, a mostrar su indignación, pedirle a los encapuchados que tratan de ingresar a su contingente que muestren el rostro. A la mañana siguiente tal vez se sintió algo desanimada, la situación en México está cada vez peor, pero entonces recordará que salió a marchar, que participó en este evento y que durante toda la semana posteó cada nota que leyó en La Jornada; se puede entonces sentir tranquila, sus posts además recibirán los tan esperados likes. Usted hizo algo por cambiar el país. El conversatorio continúa, no lo olvidemos. Todos la escuchan atento, creen en usted y la admiran. Algunos cuantos desorientados no estarán de acuerdo, pero ¡bah¡, qué más da cuando usted ha logrado figurar en la industria cultural, ser una de las pocas que llevan las riendas, ya se reformarán esos cuantos descarriados, o no; mientras tanto, se sueña como intelectual comprometida y se despierta como intelectual al servicio de la hegemonía, vaya mundo más contradictorio.
II
Cultura institucional, espacios para el no tan libre pensamiento
El espacio del museo, o bien de las instituciones culturales a grosso modo, ha funcionado como el lugar de reconciliación donde convergen, en aras de establecer consenso y limitar los poderes coercitivos a casos donde este consenso simplemente no aplique, intereses políticos, económicos y fácticos —aunque la distinción sea cada vez más ambigua e innecesaria—. Esto hace de dichos espacios la continuación de los diferentes poderes, es decir, materializan sus intereses además de que garantizan también las condiciones favorables para los diversos órdenes mediante los diferentes agentes intelectuales y trabajadores de la cultura en general. Sean instituciones privadas o públicas, verlas como un espacio donde se ejerce el libre pensamiento no es más que otra forma de la aparente buena onda de un liberal, por decir que el espacio público está realmente destinado para el libre uso de quienes lo ocupan. Si no, uno acepta estas formas de consenso, entonces un poder coercitivo se hace manifiesto, tal y como ocurre en las marchas o como ha ocurrido en casos concretos como los ataques contra quienes han logrado liberar y se autorganizan desde espacios no institucionales y contra-autoritarios.
Esta situación hace de la producción cultural y su consumo todo menos arbitraria. Cuando Terry Eagleton dice que: “La cultura está (…) con las clases medias educadas, y no con las masas encolerizadas” es porque la cultura no está del lado de las luchas, está del lado y al servicio del orden y el control. Incluso su organización está concebida bajo una lógica de vigilar y castigar. Así, lo que en un principio estaba asociado con formas de vivir(se), de cultivar(se); es decir, la cultura como forma de vida en un sentido antropológico, ha sido dispuesta a una desviación sistemática que la ha tornado, tal como explica Eagleton, en una entidad. La entidad es otra forma de llamar al conjunto que engloba al mainstream, o sea, galerías, museos, espacios culturales, revistas, etc., que participan de esta continuación de los poderes.
La educación es un factor importantísimo en este sentido. No sólo se ocupa de formar —dar forma— a los futuros intelectuales, sino que además se encarga mediante la escritura de la historia hegemónica, de oscurecer las formas de dominación, control y coerción. No vamos a leer en un libro de la SEP la historia de la dignidad y rebeldía del levantamiento Zapatista de Liberación Nacional; mucho menos vamos a leer sobre la importancia que tuvo para la lucha indígena por el territorio la creación de organizaciones como el Congreso Nacional Indígena, ni sobre casos más recientes como las luchas de comunidades como Cherán K’eri u Ostula en Michoacán, entre muchas otras que están teniendo lugar.
La educación estatal es otra forma de proyecto de corte nacionalista, da continuidad, al igual que la cultura, a la naturalización de órdenes preestablecidos (1), “(…) o sea, un tipo de pedagogía ética que nos prepara para la ciudadanía política mediante el desarrollo libre de un ideal o yo colectivo que todos llevamos dentro, un yo que encuentra su expresión suprema en la esfera del Estado” (2).
Esto para explicar que las formas de contra-cultura suelen pasar completamente desapercibidas para una inmensa mayoría, salvo aquellos esfuerzos de quienes realmente están comprometidos con formas no-hegemónicas de pensamiento o cuando encabezan las páginas de los medios del gobierno, que suelen tergiversarlo todo. Alguna vez escuché a algún académico de la UNAM decir que la lucha zapatista era cosa de los noventas. Claro, no todos pueden costearse asumir proyectos de vida comprometidos, ni asumir posturas donde el pensamiento no esté al servicio de los poderes; lo que sí se puede asumir con facilidad es ser un activista teórico. La información obedece en este sentido a formas de condensación de la hegemonía que, a su vez, alimenta esa realidad obtusa que determina y moldea a muchos.
“En su sentido original como ‘producción’, la cultura evoca un control (…) la cultura también es un asunto de seguir reglas, y en esa medida implica asimismo una interrogación entre lo regulado y lo no regulado” (3). El problema es que las conciencias espontáneas difícilmente llegan a preguntarse por lo no regulado, están tan alienados produciendo desde lo regulado que lo otro no figura en el mapa. Aunado a ello, debemos tener en cuenta que el estar cultivado representa hoy una cuestión de estatus, de poder; pienso y escribo para poder engrosar los campos para la renovación del CONACYT, pienso y escribo para que me den bonos, para que me reconozcan, para hacer nombre; la ecuación se resuelve entonces así: la cultura es igual a estatus —irremediable culto a la personalidad, a la persona en tanto máscara—. No pienso y escribo, por el contrario, para aportar semillas hacia un proyecto común. Hace unos días un compañero puso lo siguiente: a 50 años de la publicación de La Democracia en México, Don Pablo González Casanova dijo que “Más que un programa de investigación, mi obra ha girado en torno a un programa de lucha… hacia la construcción de la alternativa”. Esto hace evidente que el pensamiento no es sólo pensamiento, puede, al estar comprometido con proyectos contra-hegemónicos, ser una forma de praxis, puede lo mismo asumir formas de lucha, claro, esto depende del posicionamiento de quien los asume y los intereses que median ese tomar postura.
III
¿Contra-cultura? Hacer desde abajo
Existen entonces casos de excepción, es cierto, al igual que también lo es el que incluso desde los espacios de reconciliación, pueden bien surgir o suscitar formas de antagonismo (4). Tal como dijo Eagleton “La cultura puede (así) ser una crítica del capitalismo, pero también puede ser una crítica de las posturas que se oponen a él. Para que su ideal pluralista llegue a realizarse, pues, sería necesaria una política de tomas de posición enérgicas, pero entonces los medios actuarían desastrosamente contra ese fin” (5). Esto nos habla de una dualidad. Pero lo cierto también es que aquellos casos que se oponen, si más bien escasos y casi siempre los espacios para la cultura, son el lugar desde donde se encabezan los esfuerzos para moldear a la sociedad. Eagleton menciona que las industrias culturales son portadoras de valores, en este caso, los valores que detentan forman parte de la agenda neoliberal, así reproducen lógicas como el consumismo, la despolitización mediante la neutralización de la política, la pasividad y la flexibilidad, entre otras tantas condiciones.
También es cierto que cualquier caso patológico de internalización de este complejo de liberalismo buena onda, podría decir que la politización de la cultura, que parece estar viviendo hoy otro auge más, representa un esfuerzo contra-hegemónico desde la institución por resistir y ejercer diferentes formas de crítica, mediante el promover proyectos que contrarresten el momento hegemónico, aunque lo cierto es que no podremos tampoco negar que hay o bien un tono ciertamente idealista o cínico en esta perspectiva. Creo que más bien que estos casos, salvo aquellos que se le salen de las manos a los dirigentes de los partidos culturales, son más bien un cambio de estrategia de este esfuerzo por reconciliar. Claro, no todos caben en la misma caja de zapatos, pero generalmente estas iniciativas “politizadas” alimentan una larga lista de casos donde la acción está completamente dislocada de lo que en discurso se muestra, forman parte de una nueva corriente política contemplativamente comprometida; esto se traduce en “nadie quiere ensuciarse las manos”. Existen además otros casos donde proyectos en ocasiones radicales son integrados al programa del museo. En estos casos específicos es cuando podemos ver que se cumple su proyecto idealistamente plural. En general, y en tanto que “la acción puede acarrear tomas tajantes de decisión (…)” (6), los modelos de la cultura se han tornado básicamente pasivos.
Así, gran parte de estas prácticas, como las instituciones que las albergan, están englobadas por una lógica de una política ascética y, por tanto, completamente esterilizada a través de un minucioso proceso de laboratorio. Han logrado coartar la posibilidad de acción hasta intimidarla por completo, además de que resulta bastante paradójico darse cuenta que el aparente ideal de muchas de estas prácticas “politizadas” es por completo incompatible con los objetivos de muchas de las instituciones que las albergan.
La cultura es así otra forma de inversión, de corporación. Los poderes hegemónicos se han servido desde hace ya varias décadas de la cultura. Gramsci fue consciente que una de las formas principales de mantener control sobre una sociedad era a través de la consciencia y el depósito de la consciencia es precisamente la cultura. Lo que Antonio Gramsci expresó bajo el concepto de hegemonía cultural sigue tan vigente como lo era cuando el político y teórico lo formuló. No en vano todo esfuerzo por hacer transparentes los procesos de estas instituciones son negados o presentados en sus versiones light , aunque la situación puede ponerse peor, imagine usted que los hicieran realmente públicos, que se pudiera opinar al respecto, seguramente se volverían el hermano gemelo del Sistema Nacional de Trasparencia, que parece más un charco de agua sucia.
El momento de la hegemonía cultural es entonces un proceso dinámico articulado mediante lo que Gramsci llamó procesos capilares, que moldean nuestras formas de actuar, percibir y pensar, es una “forma en la cual la dominación es oscurecida, adquiriendo apariencia de aquiescencia … como si fuera el orden natural de las cosas… es una internalizada coherencia que ha probablemente surgido de un orden externo impuesto, pero ha sido transformado en una realidad intersubjetivamente constituida” (7). Este momento adquiere formas concretas como las escuelas, universidades, museos, prensa, editoriales, etc., mediante las cuales el poder hegemónico ejerce una forma de control que podría pensarse como “invisible” para crear o mantener un cierto orden.
Gramsci explicó en “La alternativa pedagógica” que “(…) todo Estado tiende a crear y a mantener un cierto tipo de civilización y ciudadano (y por consiguiente de convivencia y de relaciones individuales), tiende a hacer desaparecer ciertas costumbres y actitudes y a difundir otras” (8). Esto nos lleva a que esfuerzos contra-culturales están teniendo lugar, mucho más cerca de lo que se piensa. En medida que lo que se difunde en versiones oficiales suele responder a la hegemonía, salvo que uno busque en los sitios indicados, difícilmente se enterará de esto otro que está ocurriendo. El problema no es realmente que uno esté o no informado, el problema es que mientras esto ocurre, los «jerarcas de la cultura», como los llamó Javier Toscano, siguen controlando las instituciones de este país, lo cual no significa que todos aboguen por la toma de las instituciones.
La crisis por la que atraviesa México, los miles y miles de muertos y muertas, desaparecidos y desaparecidas, los miles de feminicidios, además de todos aquellos casos que permanecen hoy aún sin conocer; las formas en que están acabando con nuestro territorio mediante sus proyectos de extractivismo que se traduce en formas de despojo y desposesión, en migraciones forzadas, además de la fuerte ola de represión, intimidación y formas de violencia por las que atravesamos —y esto no es todo—, no son circunstancias aisladas que conciernen estrictamente a la política y a la economía. Estas condiciones operan también desde la cultura, crean formas de conciencia ciudadanas. Así, esfuerzos en aras de formar contra-hegemonías necesitan tener lugar no sólo a través de generar cambios, de modo general, en las relaciones de producción de las que surgen nuevas fuerzas sociales, sino también desde la contra-cultura, base de nuevas formaciones de conciencia. Estas formas contra-culturales deben de poner atención lo mismo a procesos políticos y económicos, desde una postura no autocomplaciente, para lograr dejar de caer en procesos de historia extrínsecos, además de buscar conectar diferentes formas de lucha y concebir la dimensión material de las ideas. De esta forma, los cambios entonces podrán ocurrir y están ocurriendo sobre la base de afinidades que se unen, se organizan y autogestionan de formas no-autoritarias. No son en este sentido procesos ambiguos, unilaterales que terminan cuando el proyecto llega a su fin, sino procesos que se dan en la vida.
1. Son numerosos los esfuerzos que tanto comunidades zapatistas como otras tantas comunidades indígenas en resistencia en el país han realizado por escribir ellos mismos su historia. Desde esta perspectiva, podría también comprenderse aquella famosa frase del subcomandante Marcos cuando explica que no forman parte ni de la misma geografía ni del mismo calendario, tampoco hacen parte de la misma historia, una historia escrita desde los de arriba para los de arriba.
2. Eagleton, Terry. La idea de cultura. Una mirada política sobre los conflictos culturales, Contextos Ideas, Madrid, 2010, pp. 21.
3. Ibíd., pp. 16-17.
4. En este sentido vale la pena recordar un importante caso para entender una toma de postura enérgica y crítica al interior de la institución y cómo ésta intentó ser acallada tanto por las autoridades que no lograron detener el proyecto, como más adelante por los críticos, quienes, a base de prejuicios, desestimaron que la muestra era algo así como infame. Este caso es el de Cantos Cívicos del artista Miguel Ventura, que se mostró en la apertura del Museo Universitario Arte Cotemporáneo. La muestra logró finalmente ser inaugurada, no sin numerosos intentos por “matizar” sus contenidos y propuestas. Tanto las críticas como las tomas de postura del artista y otros acádemicos y críticos de arte, como Irmgard Emmelhainz, pueden ser consultadas en un blog creado para documentar tanto el proyecto como todo lo que en torno a él se suscitó. http://cantoscivicos.blogspot.mx/2009/03/miguel-ventura.html.
5. Íd., pp. 38.
6. Íd., pp. 40.
7. David Morton, Adam. Hegemony and passive revolution in the global economy. Unravelling Gramsci, Ed.Pluto Press, Londres, 2007, pp. 113.
8. Gramsci, Antonio. La Alternativa pedagógica, Ed. Fontamara, España, 1981, pp. 90.
Imagen: ArtLeaks Gazette.
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Aline Hernández (México, 1988), su trabajo escrito explora temas como hegemonía, neoliberalismo, economía y su relación con el arte, así como formas de resistencia y cooperación. Forma parte de la cooperativa Cráter Invertido.
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