Por Pamela Ballesteros | Noviembre, 2015
Elementos mínimos —que sugieren el rastro de un objeto o de un espacio— articulan las piezas de Rodrigo Hernández (México, 1983), quien actualmente presenta El pequeño centro en la Galería Sur del Museo Universitario del Chopo. Instalación ex profeso que parte de los intereses de Hernández por explorar las posibilidades de materializar conceptos abstractos como el lenguaje y el pensamiento.
Buscando esta representación, y de manera casi intuitiva, Hernández construye la pieza con una serie de elementos que por sí mismos significan, comunican y embonan en un rompecabezas final.
Lo primero que salta a la vista es la base blanca que casi se confunde con el piso del espacio, armada con azulejos dispares, sin embargo, ésta sobresale como una plataforma que redimensiona la realidad. Sin necesidad de tocarla, se percibe su fragilidad, al igual que los demás objetos que la conforman. La ruta visual continúa hacia dos hojas de papel suspendidas, con textos resultado de un motivo abstracto: la imagen de un objeto metálico que se traduce en el ornamento de una barra de cafetería. Con ésta, Hernández pidió a siete personas —artistas, escritores, curadores y amigos— que, a partir de la figura propuesta crearan su propia interpretación. Autobiografías, historias, sueños y transcripciones de canciones fueron el resultado de la experiencia y con esta documentación Hernández combinó, compuso y redujo todas aquellas letras en breves líneas.
En este ejercicio sometes una imagen a distintas lecturas, juegas con el lenguaje, lo compartes y lo resuelves en objeto. ¿Cómo surge tu interés por trabajar con este concepto?
Estas ideas de la disolución y materialización tienen que ver con una intención de aproximarme al lenguaje como si se tratara de un material semejante a una masa o a cualquier otro material manipulable. Si es cierto que las ideas son invisibles, ¿qué puede hacer un artista? Quizás esta pregunta esté siempre al centro de mis preocupaciones, y se relaciona con una actitud con la que considero la distancia que hay entre ser artista plástico y ser escritor o lingüista, por ejemplo.
No considero que las fronteras entre las disciplinas sean infranqueables, al contrario: justamente con un material como el lenguaje, que recorre y entra en contacto con todo lo que podemos percibir, me parece interesante observar cómo es posible proceder con este material en el trabajo. En este sentido, el lenguaje me interesa mucho más en su capacidad de ser percibido y utilizado, que en la comprensión de su origen, su significado o su valor.
¿Qué piensas de hacer un intercambio similar pero con personas ajenas al circuito del arte, es decir, con otro tipo de público que no tiene relación con los códigos del arte?
Esta es una pregunta importante. No decidí a qué tipo de personas enviar estas imágenes en función de su pertenencia al mundo del arte, sino a la cercanía que tengo con ellas. En general, son amigos o gente conocida a la que podía pedir algo con confianza. Sin embargo, que estos conocidos tengan que ver con el mundo del arte, hace la transacción de pedir y entregar un texto muy diferente al tipo de transacciones que toman lugar en otros contextos, en el sentido de que un gesto creativo es mucho más grande que su connotación de labor.
Con esto, en un futuro me interesaría mucho poder acercarme a otro tipo de personas para trabajar en un proyecto, sobre todo niños, quizá por esta naturaleza del gesto creativo.
La instalación parte de la imagen de una barra de café que presentas en su forma más básica. La pienso como una representación de aquellos lugares físicos, en los que entramos para echar a correr la mente y que se vuelven personalmente simbólicos, como puede ser una cafetería…
Exacto, un café me parece un lugar especial porque es un lugar en el que pueden combinarse de una manera casi natural varios opuestos: la soledad y la interacción social, el pensamiento concentrado y la distracción, el trabajo y el placer, entre muchos otros. En esos lugares estás concentrado, pero al mismo tiempo, no es una concentración rígida, ni enfocada unidireccionalmente, sino que es abierta y perceptiva. Como la libertad del individuo dentro de la misma ciudad.
En mi trabajo me interesa jugar con estas tensiones, hacer referencia e idealmente a su vez, crear espacios en los que existe la posibilidad de libertad en un contexto reglamentado.
En tus piezas constantemente aparece una figura humana. ¿Qué representa este personaje sin identidad ni definición aparente?
Es una pregunta que me interesa de manera muy especial. La respuesta más corta y sincera sería decir que no lo sé bien, porque es un personaje que yo mismo estoy descubriendo y que exploro cada vez más profundamente y de manera distinta en el contexto de cada proyecto. Te puedo decir que es un elemento que definitivamente modifica o da el primer paso en la transformación de mi pensamiento hacia el terreno de la narración, y que convierte a cada proyecto en una especie de punto quasi-narrativo o mini escena, que nunca realmente acaba por desenvolverse para transformarse en una trama estructurada como tal.
Este personaje es alguien expectante y silencioso, alguien que está a punto de entrar a un sitio, y también es una figura en la que pueden leerse pocos rasgos de personalidad. Es casi como una pregunta esperando respuesta. Me interesa cómo esa figura se relaciona con el espectador y conmigo mismo, y el punto en el que la obra, el espectador y yo nos encontramos de una manera sencilla, directa y sensible.
El pequeño centro, que toma su nombre de una cafetería francesa, estará en exhibición en el Museo del Chopo hasta febrero de 2016. Paralelamente, el trabajo de Rodrigo Hernández se presenta actualmente en Kunsthalle Basel, y posteriormente tendrá participación en Zona Maco. Más de sus proyectos aquí.
Foto: Museo del Chopo.
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