Por Sandra Sánchez / @phiopsia
“Arada” es la cantidad de terreno que trabaja un hombre en un tiempo laboral, punto de partida para la exposición homónima de la artista María García-Ibáñez en la galería Guijarro de Pablo. Desde el dibujo como tejido y como espacio de territorialización, García-Ibáñez propone detenerse en los objetos cotidianos del imaginario de cualquier pueblo mexicano; en su proceder el exotismo se ausenta a favor de la construcción misma del objeto, el cual refleja la forma de habitar del sujeto en su día a día. A continuación una entrevista con la artista.
01—¿“Arada” es tierra y tejido?
Es territorio. Yo utilicé el petate como una medida elemental, pensando en la mínima vivienda que podía poseer una persona. El petate como la superficie básica en la que un hombre puede nacer y puede morir. Una vivienda que puedes llevar contigo. Ahí nace la comparación con el territorio y con la arada. El tejido en sí es un dibujo, generas patrones, a distintas escalas, tanto en un petate como en un terreno.
02—¿Cómo concibes la presencia del dibujo en la exposición?
Hay tres líneas de dibujo. El petate, en donde utilice la huella del objeto real, mediante frottage en una pieza y mediante un molde en otra. El segundo momento está integrado por dibujos más realistas que representan objetos como un zapato, un plato, un barco y una red de pescador; todos ellos son contenedores básicos para la supervivencia: protege el pie, protege el cuerpo para transportarse. Finalmente, hay dibujos más abstractos, donde reflexiono sobre el proceso mismo de la técnica; son rayas que asemejan el trabajo en un telar horizontal, tengo que apoyarme siempre en la raya anterior.
En esta exposición el dibujo y la supervivencia generan piezas icónicas. A fin de cuentas el humano siempre está luchando por un pedazo de tierra, aunque lo llame un departamento en el centro o una chabola en la selva. Buscamos nuestro hábitat.
03—En tu trabajo hay una preocupación constante por la geometría, ¿encuentras una relación entre ella y el hábitat?
Absolutamente, pero no como decisión anticipada, sino como parte de mi relación con la naturaleza. Me interesa la composición y el lenguaje descifrable en la historia de la pintura. También los patrones, hay unos muy complicados, como el de punto, y su contraparte, como en el petate. Casi todas las piezas que hago están centradas, me gusta la precisión, los dibujos pseudocientíficos.
04—¿Qué otras técnicas utilizas?
Cuando llegué a México comencé a trabajar con ceramistas. Hay una instalación que se llama Estrato en la que trabajé con vajilla que vidriaba. Yo comparaba esa pieza con la tierra, con los estratos que se acumulan. De alguna manera estaba solidificando el barro, forzando a que se convirtiera en piedra. Más allá de la técnica, un tema que atraviesa mi obra es el origen, la vuelta a la memoria.
05—¿Cómo ubicas tus piezas dentro del arte contemporáneo?
En mi trabajo hay una mirada hacia lo local —como el petate— para analizar cuestiones más universales; una segunda reflexión sobre las consecuencias de la globalización. Me interesa el origen, el territorio y las raíces. El desplazamiento nunca es completo, al final el arte se mueve con todo y sus raíces a donde quiera que vaya.
La galería Guijarro de Pablo se encuentra ubicada en la ciudad de México sobre Anatole France #82, en el corazón de la Colonia Polanco. La exposición puede visitarse hasta el 21 de marzo.
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