Entrevista

Entrevista | Javier Toscano


Por Pamela Ballesteros / @apoteosis_ | Marzo, 2015 

Contra el arte contemporáneo, de Javier Toscano (México) es parte de la colección Versus de Tumbona Ediciones. Se trata de un ensayo crítico que expone el engranaje económico y de mercado que hace funcionar al sistema artístico actual. Platicamos con Javier sobre su publicación.

01—¿Qué motivó tu interés para realizar esta revisión y cuestionar las prácticas del sistema artístico actual?

Una curiosidad crítica y una última esperanza de intentar buscar alternativas de incidencia social desde otras estrategias culturales.

02—Mencionas que el sistema del arte ha permitido el surgimiento de grupos, formas de organización, nuevas estrategias, etc. Aquí, pienso en el circuito de proyectos autogestivos que están generando discursos y actividades que operan de manera independiente. ¿Qué opinas de estas prácticas? ¿Consideras que están funcionando como opciones de transformación —e incluso resistencia— frente a un sistema artístico viciado?

No creo haber mencionado que el sistema lo permita, en el sentido de condescender. El sistema lo produce, esa es su función. Todo el tiempo produce lo que son aparentes novedades, aparentes formas nuevas que lo que intentan es ganar visibilidad dentro de una estructura dada de valoraciones. Los espacios que tu mencionas no están generando ninguna práctica novedosa en sentido estricto. Incluso es mucho pensar –con tus propias palabras– que hay transformación o resistencia. Para nada. Lo que hay es un relevo generacional, que tiene sus propias características, pero donde todo seguirá igual. No se trata de encontrar a los nuevos “talentos”, ni a los artistas “emergentes”, porque eso es lo que alimenta el sistema, así funciona. Lo que tú describes con tu pregunta es la clásica estructura edípica de “matar al padre”, como si hubiera “ruptura” y eso generara alguna salida. Y como si algo nuevo se insertara en ello. Pero en el fondo es el regreso de lo mismo, porque hay muy poco análisis realmente crítico de lo que hay que hacer para fundar un programa alterno para la experiencia de la creatividad y para las prácticas culturales de avanzada que incidan sobre otras formas de organización social y colectiva.

Me detengo un poco sobre lo que hablas de los circuitos de espacios autogestivos. Pienso que la autogestión es valiosa. Pero hay que distinguir niveles. No es lo mismo lo que se le puede exigir a un estudiante de primaria que a un universitario. Son distintas formas de desarrollo. Aplaudo la emergencia de espacios autogestivos en barrios, en comunidades marginales, en colonias donde se vuelven un dinamo de la actividad cultural alternativa. Pero el circuito que tu dices no es ése. Al que tú te refieres es a un circuito semi-profesional de instituciones paralelas a las oficiales, que son muy efectivas para pedir fondos del Estado y de otras fundaciones para generar actividades privadas. No generan resistencia alguna, más bien buscan visibilidad para sus propias prácticas, quieren brincar a la punta alta del sistema, convertirse en hegemonía, no resistirlo, para nada. Démosles nombres, se trata de Neter, de Cráter Invertido, de R.A.T. y otros espacios así. Que no los guíe la ganancia material en un momento inmediato no quiere decir que no tengan estrategias de inserción. En términos económicos, podríamos decir que le apuestan a un retorno diferido de la inversión, y en el presente eso significa meterle al trabajo y al tiempo como insumos, “echarle ganas”. Pero al final, están moldeados bajo el esquema de espacios anteriores, de La Panadería o Temístocles 44, en donde estuvieron los artistas que hoy en día más suenan, que casi representan al país y que pertenecen a las galerías más exitosas. A unos les irá mejor que a otros, eso sin duda, pero es parte del riesgo. Cada quien está en sus propias estrategias. Y como tal, estos “nuevos” elementos ya están participando en procesos de exhibición oficial bajo los mismos vicios de siempre, en los que se les selecciona porque son los “visibles”, porque conocen a las curadoras, y bajo formatos sin sentido y sin crítica intrínseca (pensemos en la exposición reciente del MuAC: Yo sé que tu padre no entiende mi lenguaje modelno). Así que esas son las políticas de inserción y representación de la camada que sigue. ¿Todavía crees que hay resistencia?

Por otro lado, no quiero decir que esto esté “mal” en un sentido moral. No estoy juzgando, sino describiendo un estado de cosas, y en este punto desde una perspectiva económica. Yo los conozco y tengo intercambios profesionales con ellos, no es una cuestión personal. De hecho, muchos de ellos son grandes personas, simpáticos. Lo que puedo decir es que, como espacios de autogestión, no están produciendo absolutamente nada interesante ni diferente en términos culturales. Ésta es la tragedia contemporánea de la novedad. Nadie espera que un iphone 6 sea radicalmente mejor que un iphone 5 o 4, pero cada que sale un nuevo modelo al mercado se desata la locura. ¿Y bueno, cambio algo en la vida el iphone6? Eso es a lo que me refiero.

Del otro lado del espectro, a nivel de barrios y colonias, sí encuentro organizaciones culturales y artísticas que tocan la vida de las personas, en sus propias escalas. No las voy a mencionar porque, primero, no estamos hablando de buenos y malos, y segundo, porque estos espacios no le apuestan a la visibilidad, están en lo suyo, haciendo grandes cosas con pequeños pasos. No tienen esa pretensión. Pero el discurso que los espacios autogestivos de arte se autoimponen, sin nada que los respalde en realidad, yo se lo podría adjudicar sin ninguna duda a estos espacios silenciosos.

03—También comentas que del arte contemporáneo se han derivado prácticas con una intención más crítica y participativa. Esto me lleva a pensar los muy discutidos límites entre arte y activismo. A tu juicio, ¿dónde termina uno y comienza el otro?

No recuerdo la cita exacta, ni el contexto, pero si lo comento yo, lo haría con un tinte irónico: porque eso dicen que quieren. Es su discurso.

Pero bueno, ya que me preguntas por las diferencias, arte y activismo son totalmente diferentes. El activismo busca efectos sobre lo real. Muchos de los activistas más impactantes que conozco llegan a transformar sus vidas, están en procesos de reconfiguración en los que la colectividad importa más que el individuo y su ego. Por el contrario, todo el sistema del arte se monta sobre la figura del ego. El del artista, el del curador, el del coleccionista. Sin ego, es decir, sin nombre, un artista no es nadie. ¿Cómo poder siquiera asomarse a tocar la realidad desde ahí?

04—En este sentido, ¿qué responsabilidad social tiene el arte? (si la tiene).

El arte es un sistema social sobre el que todos somos responsables. No hagamos del arte una prosopopeya. La responsabilidad es una palabra que hay que respetar, no es cualquier cosa. Ésta sólo puede recaer en individuos o en colectividades, no en ámbitos, circuitos o sistemas. En ese sentido, cada quien adquiere las responsabilidades que quiere, o que puede. Lo que es extremadamente irresponsable es decir algo en un discurso que no tenga sustento en la acción. Y de eso están plagadas las prácticas artísticas contemporáneas.

05—Una cosa es lo que se dice, otra diferente, la que se hace. En el sistema artístico actual es común observar dinámicas de supuesta inclusión y democratización, este concepto se ha vuelto una especie de insignia para la presentación de muchos proyectos artísticos. ¿La ejecución de estos conceptos es posible o es en realidad una utopía?

El arte contemporáneo se ha malacostumbrado a vivir del discurso. El discurso lo envuelve, lo abraza, lo cobija. El discurso no es sólo un texto, son cuatro paredes blancas y una hoja para la prensa. En ese sentido, las prácticas artísticas contemporáneas sólo viven con respiración artificial, si están en este contexto. Fuera de él, hay una competencia feroz para actuar sobre la realidad: mucho de lo que sucede en internet, activismos, espacios de acción lo logran, y sin las pretensiones del arte. Frente a esa competencia, el arte se encoje. No regresa pensando en utopías, sino en lamerse la cola, enojado, agraviado con la realidad. En ese momento, produce su venganza: frente a lo real, cinismo.

06—Tu libro aborda las maneras en las que opera el sistema artístico desde la lógica de mercado y de intereses. Estas prácticas vienen a colación por la coyuntura que atraviesa Museo Jumex. Carlos Amorales, al respecto, escribió recientemente: «Permitir la censura de esta exposición [Hermann Nitsch] es asegurar que a los artistas nos callen para siempre.» ¿Para ti qué repercusiones tiene este tema en la producción artística mexicana?

Es un tema importante para los que quieren saber cómo hacer del sistema del arte un circuito profesional. Leí la crítica de Amorales, y me parece una perspectiva interesante. Pero la cita que pones en la pregunta devela una actitud problemática. No es cierto que permitir esta “censura” a Nitsch implique el silencio futuro para los artistas. Al menos no directamente. Lo que denota es un nuevo juego institucional: las marcas comerciales llevando las pautas de la cultura. La cancelación de Nitsch no implica una censura en el sentido clásico del término. No se decidió cancelar porque hubiera un ataque a la moral y a las buenas conciencias. La cancelación se dio porque afectaba el nombre de una marca. Se dice que había ya un hashtag que a los directivos de Jumex (la empresa) seguramente los apanicó: #JumexElJugoDeLaMuerte. Si esto hubiera pasado con Coca-Cola o Pepsi seguramente el resultado hubiera sido el mismo: la cancelación del proyecto cultural. Es decir, no es una censura en el sentido usual, sino un cálculo sobre el valor de marca. En esos territorios está entrando ahora el arte, y es parte del análisis de mi libro. Pasará en el nuevo museo de Louis Vuitton en París y en otros semejantes en las capitales europeas y norteamericanas. Pero en un sentido, es un desarrollo obvio. ¿Qué museo público tiene los presupuestos necesarios para sustentar exposiciones que valen millones de dólares? Muy pocos. Las empresas pueden tener incentivos, desde su inversión en un portafolio de obras, hasta el desarrollo de una mercadotecnia cultural que la publicite y favorezca. Pero bueno, no es la filantropía pura en la que no se pide nada a cambio. Esta es una de las consecuencias de encargarle, voluntaria o involuntariamente, las carencias de las políticas culturales a una fundación que es una marca. Amorales tiene razón en anunciar los riesgos que vienen. Pero los artistas establecidos, aquellos que se han habituado a confeccionar su producción a la medida de los millones de dólares de sus clientes, potenciales y futuros, tienen un papel en ello. Ojo, no estoy diciendo que sean culpables, o que no haya un riesgo para sus posiciones, simplemente describo que es un sistema en donde las reglas subyacentes parecen apenas aclarárseles a algunos.

07—A pesar de que concluyes que el terreno del arte actual se ha convertido en una estrategia mercantil, en maquinaria de consumo y en un sistema narcisista, tengo dos preguntas. 1) ¿Qué reivindicación puede tener éste, a pesar de sus contradicciones, para funcionar como un verdadero agente transformador? Y 2) A partir de este emplazamiento un tanto desesperanzado, ¿a ti que te mantiene en el arte?

Respecto a la primera pregunta, yo creo que hay mucho en la educación artística que se puede rescatar antes de que a los estudiantes se les corrompa, dirigiéndolos sin misericordia hacia la inserción en un mercado productivo de manera acrítica, en el cual, la mayoría será un simple espectador enojado.

Y respecto a tu segunda pregunta, estoy buscando fuerzas de desplazamiento entre disciplinas, y el arte puede ser para ello un medio, no un fin, un territorio para hacerlas converger. También estoy buscando formas intersubjetivas de acción, afecciones que trasciendan al ego, y hay cuestionamientos colectivos formales que pueden moldearse desde prácticas artísticas críticas. En un sentido muy puntual, yo somos muchos, y lo digo en serio, porque todo lo que hago implica una colectividad en distintos niveles. Todos los demás están aquí conmigo, resonando y vibrando. No me interesan los protagonismos, pero sí el placer de la experimentación, con otras formas de ser, hacer y conocer. Jamás he vendido ni venderé una pieza de arte de manera excluyente. Sé que estamos en un sistema capitalista y todo funciona por mercados, no hay que ser ingenuo, pero el tipo de mercado en el que uno se integra sí influye en su creación de hábitos, sus pensamientos y creencias (no es lo mismo estar en el mercado de la prostitución y ser un “padrote”, que estar en un mercado laboral y ser “enfermero” o “maestro”). Y en ese sentido, el sistema del arte está regido por un mercado que nulifica, neutraliza y quiebra la disidencia creativa y el pensamiento crítico efectivo desde el campo de los afectos. Este pequeño libro es en un sentido un manifiesto, y hay una sociedad secreta de nosotros que está tratando de horadar, indirectamente, esa piedra inamovible que es esa industria elitista del arte, construida con el sudor de los ingenuos y los esperanzados, y en donde se perciben una variedad de intereses pero también una mínima convergencia social, una devaluada idea del mundo y apenas algunas ínfimas demostraciones de solidaridad con el resto de la sociedad que la circunda.

Foto: Milenio.