Por Vera Castillo | Mayo, 2019
A lo largo de su producción artística, Cynthia Gutiérrez (Guadalajara, 1978) se ha centrado en remarcar críticamente las cualidades de la memoria y permanencia como características de la escultura. Actualmente presenta Todos los siglos son un solo instante en La Tallera, exposición individual que conecta distintas temporalidades de la historia nacional, así como contextos particulares de Cuernavaca.
En esta conversación, Gutiérrez detalla piezas que encuentran conexión con la historia, la construcción de identidad colectiva y los colapsos arquitectónicos como fractura del entorno nacional.
Tu obra me confronta desde mi formación como historiadora. Me parece relevante que las piezas detonen cierto choque en el público espectador, pensando sobre todo en que la historia se divulga desde un discurso oficial. Parte de la revisión anacrónica del pasado colectivo, donde el museo funciona como la simulación de un montaje de tiempos, ¿qué lecturas, cuestionamiento o críticas abre la exposición en torno a la historia?
Me inquieta la manera en que se configura y enseña la historia. Se presentan los hechos en orden cronológico como una verdad incuestionable y rara vez se conectan unos eventos con otros. Pareciera que cada hecho sucede en un tiempo y mundo independiente. Todo se reduce a vencedores y vencidos, héroes y tiranos, sin variaciones, sin otros matices. Se excluyen los fallos, los personajes intermedios, las fechas comunes, los eventos inciertos.
Por ello, la historia se percibe como algo ajeno, algo pasado desvinculado de la realidad. ¿Cómo puede así formar parte de nuestra identidad? ¿Cómo se conecta con el presente? La construcción de la identidad —tanto individual como colectiva— me es relevante, y la abordo desde mi trabajo de diferentes maneras.
En Todos los siglos son un solo instante el público se cruza con elementos, figuras o emblemas reconocibles pero que se encuentran, de alguna manera, dislocados, des-estabilizados o vulnerados, lo cual permite que se abran nuevas posibilidades de lectura, cuestionamientos y reflexiones.
Por ejemplo, el águila que es símbolo de fuerza y libertad y emblema de numerosas naciones e imperios a lo largo de la historia, se encuentra caída, toca el suelo. Los muros blancos del espacio de exhibición han sido raspados para encontrar algo detrás de su pulcra fachada, su pasado se incorpora en el tiempo actual y el espacio museal deja de ser algo que solo tiene la función de resguardar. Una estatua heroica se encuentra invadida por palomas, la figura interferida, su identidad velada, olvidada. Una pila de utensilios, deidades y figuras de barro rotas, desmembradas, reclaman su lugar.
La sólida roca volcánica, materia básica con la que se construyeron pirámides, ídolos, relieves, templos y monumentos, está fisurada por la mitad, por una suerte de veta de múltiples y variados textiles empalmados, compactados y amalgamados. Los textos al pie de foto flotan sin imagen, evocando objetos desplazados de su lugar de origen. El relato de una pieza cuya elaboración en piedra pareciera imposible y su existencia se encuentra en duda, da cabida a los relatos no oficiales, contados oralmente. Basamentos de monumentos han perdido su función, nada posa sobre ellos, yacen inclinados, inestables, vacíos.
Desde el arte se pueden doblar las fronteras espacio-temporales, abriendo nuevas formas de asociación. No todo debe estar definido, clasificado, verificado o visto en su totalidad. Se puede construir a partir de los fragmentos, con la incertidumbre. Mediante estos gestos, giros o torceduras en imágenes y elementos históricos diversos, es posible cambiar el foco y pensar la historia no sólo desde sus fortalezas y certezas, sino a partir de sus vulnerabilidades y huecos. De este modo, podemos entender la historia como algo en construcción que cede y reclama, que se diluye, se tambalea y que exige tomar conciencia.
Quisiera centrarme en los elementos mesoamericanos presentes en la muestra. Mencionas que hay una relación con los materiales característicos de ciertas zonas en Morelos, como la zona arqueológica de Xochicalco. ¿Cómo describes tu acercamiento a este lugar?
Una de las primeras cosas que noté en Cuernavaca fue la presencia de roca volcánica, tanto en muros perimetrales de residencias, como en iglesias y en construcciones prehispánicas. Eso me hizo pensar en la geografía del lugar y cómo afecta y moldea lo que en ella sucede.
Otro aspectos que llamó mi atención es la cantidad de sitios arqueológicos existentes en Morelos, las prácticas, oficios y conocimientos prehispánicos, y cómo es que algunos de ellos han persistido, en algunos casos modificándose y ajustándose a una forma de economía de un lugar turístico, y en otros casos han desaparecido. Me interesa la manera en que éstos pueden —o no— integrarse a la sociedad contemporánea y viceversa.
Tuve la oportunidad de visitar Xochicalco y Teopanzolco. Mi acercamiento, en principio, fue contemplativo. No puedo decir que realicé una investigación minuciosa o exhaustiva, sin embargo, indagué sobre ciertas cosas que llamaron mi atención al observar y presenciar el paisaje, la construcción, de imaginar lo que ahí sucedió, en qué se trabajaba, cómo se vivía. Empecé a pensar en sedimentos, en capas, en construcciones encima de construcciones, en qué habrá oculto todavía en los alrededores entre la vegetación o, en Teopanzolco, por ejemplo, qué quedó enterrado debajo de las residencias y construcciones que lo circundan.
Comenzaron a traslaparse imágenes de otros momentos históricos, textos, noticias… y también surgían imágenes en común, que se repetían, secuelas del sismo: fisuras, fracturas, monumentos en restauración, accesos cerrados (no se permitía la entrada al Observatorio de Xochicalco o al Palacio de Cortés), búsquedas en muros y piso, murales que se asomaban, ventanas hacia otros tiempos (Jardín Borda), basamentos y torres fracturadas, elementos arquitectónicos apuntalados, estructurados con maderos para evitar su colapso, andamios… también contrastaban y se contraponían imágenes de las enormes y tranquilas residencias de descanso contra el bullicio del cálido trabajo comunitario para conformar los coloridos murales de granos y semillas como el que vi en Tepoztlán… y pensar cómo todo este complejo tejido va conformando la identidad de un lugar.
Un panorama bastante inestable físicamente que, de alguna manera, se convierte en metáfora de su situación actual social, cultural y política.
Es importante lo que mencionas, el sismo de 2017 dejó una sensación de fragilidad en monumentos y arquitecturas, así como en las casas particulares. Incluso algunos símbolos arquitectónicos importantes se perdieron, como el «chacuaco» del ingenio azucarero Emiliano Zapata, en Zacatepec, y el mismo Palacio de Cortés. Por eso, de pronto mirar la pieza Marcha de tierra remite a aquel colapso.
Hilando quizá de más, pienso que la exposición se sitúa en Cuernavaca, capital atravesada por distintas violencias: asesinatos dolosos, feminicidios, secuestros. Me parece que hay piezas que, dentro de este contexto, recrean una simbolización de la ingobernabilidad, como El fracaso de la libertad. ¿Cómo se introduce tu trabajo en este territorio?
La ola de violencia que vive Cuernavaca es fuerte. El país entero está en crisis y definitivamente es algo que estuvo resonando en mi cabeza mientras proyectaba la exposición. En El fracaso de la libertad, el águila caída advierte una identidad colapsada. La construcción de Cuernavaca carga con una historia compleja como muchos otros lugares en México. Construcciones que se erigen sobre otras como símbolo de poder y sometimiento durante periodos distintos. Encuentros, batallas, conquistas, tradiciones, religiones, confrontaciones… grupos rezagados, marginados.
Por otro lado, en Marcha de tierra se integran piezas de barro de tradición prehispánica de talleres de Tlayacapan, Morelos y Chapala, Jalisco. Una gran pila de piezas rotas se desborda desde la esquina de la sala. Desde asas de ollas y cazuelas a ídolos rotos. Desde lejos, una gran masa de figuras sin identidad reclama territorio. De cerca, se empiezan a reconocer trazos de distintas culturas, rostros diversos, características particulares, historias que se cruzan, tiempos que se aglutinan.
Una pila de cuerpos fragmentados que nos recuerda las numerosas fosas clandestinas que se descubren día a día en este país, se derrama hacia nuestros pies obligando a mirar, a reconocer.
No había pensado en Marcha de tierra desde esta mirada de pila de cuerpos fragmentados. Me vienen a la mente las imágenes del fotoperiodista Margarito Pérez Retana, fotografías de la violencia que azota al estado desde 2009.
En alguna entrevista previa mencionas que la escultura surge para reemplazar el cuerpo de los muertos. Claro, si la escultura ha sido el medio para la construcción de memoria histórica colectiva desde los monumentos. Aunque, por otro lado, con el mismo fin la sociedad civil ha levantado antimonumentos en una búsqueda por construir una memoria social.
Estas acciones ciudadanas que están sucediendo de distintas maneras en diferentes partes del mundo, como el derribo o toma de monumentos en protestas públicas, habla de la desconexión que existe entre la historia, la memoria colectiva, los monumentos y la realidad actual. Revela que la identidad no es algo que pueda imponerse y que debe construirse en comunidad. La gente se apropia de ellos para traerlos al presente y así reflexionar o cuestionar lo que representan ante las problemáticas que se viven actualmente.
Me parece que hay que pensar el espacio público y el monumento de una manera distinta. Pensar en construir la identidad no sólo con elementos y conceptos sólidos impuestos e inamovibles, sino como algo que estará siempre en proceso; sujeto a la posibilidad de ser flexible y cambiante, que pueda incluir, extenderse, contraerse, disgregarse y diversificarse.
Todos los siglos son un solo instante se exhibe hasta el 14 de julio de 2019 en La Tallera.
Foto: Marcha de tierra, de Cynthia Gutiérrez | Cortesía La Tallera.
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