Arte

David Bowie y el cine


Por Abel Cervantes 

Cuando tenía 14 años y aún no portaba el nombre de David Bowie, David Robert Jones recibió un puñetazo de uno de sus compañeros, George Underwood (donosamente uno de sus amigos actuales, colaborador en los diseños de portada de algunos de sus discos, como Hunky Dory, de 1971). El impacto tuvo lugar justo en el ojo izquierdo, en el que quedó dañado para siempre el esfinter, lo que provocó la dilatación de la pupila y, en consecuencia, un cambio irreversible de color. A partir del accidente, como si el resto del cuerpo exigiera también transformaciones, una serie de alter egos comenzó a desprenderse de la efigie de Bowie: Ziggy Stardust, Aladdin Sane, The Thin White Duke… Algunos se arraigaron tanto en él que le resultó difícil deshacerse de ellos. En el cine ha ocurrido algo parecido: cuando vemos un personaje interpretado por Bowie, notamos que en el artista inglés opera una especie de mimetización espectral, como si se tratara de una faceta más de la figura principal, él mismo.

Las caracterizaciones de Bowie no necesariamente han aparecido en películas destacadas. No obstante, algunas de ellas se han convertido en verdaderas obras de culto debido en gran parte a su presencia. En Zoolander (2001), cinta protagonizada por Ben Stiller que cuenta las andanzas de una estrella masculina del modelaje, por ejemplo, Bowie –interpretándose a sí mismo cual insignia del diseño de autor (recordemos sus apariciones en alfombras rojas portando trajes de alta costura)– interviene en una escena como juez de una batalla callejera entre dos modelos que se disputan el título a la mejor imagen del año. El filme es una suerte de parodia de la cultura del espectáculo que, con la participación de Bowie, agrega una alusión significativa tanto a ese mundo como al escenario cinematográfico. De esta manera, el universo que ha conformado se sitúa en el límite que separa la realidad de la ficción, donde habitan de igual forma personajes como los freaks de la cinta homónima de Tod Browning –referidos en la estética visual y las letras del disco Diamond Dogs, de 1972– que seres extravagantes y geniales como Andy Warhol –a quien Bowie interpreta en Basquiat (1996), de Julian Schnabel.

Bowie, sin embargo, también ha trabajado en filmes sobresalientes: para Martin Scorsese interpretó a Poncio Pilatos en La última tentación de Cristo (1988); junto a David Lynch construyó a Philippe Jeffries en Twin Peaks: Fire Walk With Me (1992); colaboró con Christopher Nolan en El gran truco. Su intervención en esos filmes tuvo una duración temporal relativamente escasa. Sin embargo, cada uno de esos papeles funcionó como una especie de ojo que mira a través de la cerradura. Así, en La última tentación de Cristo Bowie no sólo encarna una de las figuras fundamentales en el relato de la crucifixión de Jesús –Pilatos es quien lo condena a muerte–, sino que a partir de su participación la cinta ofrece su mejor aporte: la posibilidad de que Cristo abandone la misión de morir por los hombres y, por el contrario, elija la vida terrenal, una mujer, hijos. En Twin Peaks su aparición es de apenas dos minutos: un soliloquio aparentemente incongruente en la voz de Jeffries desata una cadena de hechos violentos que configura el mundo onírico de Lynch. La figura de Bowie no sólo es la llave que cambia la dirección inicial de la historia sino también el elemento que revoluciona la narrativa del filme del director estadounidense. Por su parte, el sujeto que encarna en El gran truco es el de un hombre que existió en realidad, Nikola Tesla, que se situó como uno de los grandes oponentes de Thomas Alva Edison. En la cinta se retoman los experimentos que realizó con energía eléctrica, pero se agrega una invención propia de la figura bowieana: una máquina productora de dobles. No de manera alegórica sino tangible. Un artefacto capaz de crear auténticos clones. Ese instrumento es parte fundamental de la trama de la película. De este modo, las cintas en las que Bowie tiene apariciones dibujan, con movimientos espirales, figuras que se debaten entre lo real y lo ficticio, entre lo grotesco y lo sutil.