Por Gustavo Cruz / @piriarte
El pasado 14 de marzo se inauguró en el mítico y laberíntico Instituto Cultural Cabañas de la ciudad de Guadalajara las intervenciones que hizo Daniel Buren (París, 1938) en 18 de los 23 patios con los que cuenta el edificio, así como en el interior de la capilla Tolsá. La exposición lleva el título De un patio a otro: Laberinto-trabajos in situ, 2014 y consiste en intervenciones que son un conglomerado de las operaciones que Buren ya ha realizado durante su carrera en otros lugares: el uso de espejos, colores vivos sobre muros, telas y, su firma personal, la aplicación de líneas rectas paralelas de 8.7 cm de ancho. Maestro de su oficio, el francés logra de manera efectiva reconfigurar la experiencia de los espacios intervenidos. Las estructuras cerradas al centro de algunos de los patios invierten la sensación de apertura a un exterior que normalmente transmiten; el uso de espejos en algunas de estas estructuras crea una repetición infinita de interiores cerrados; espejos monumentales atravesados en otros de los patios o, a la inversa, pesados bloques opacos de colores, aumentan la experiencia laberíntica del recorrido.
He escuchado decir al curador mexicano Cuauhtémoc Medina en algún seminario que los trabajos de sitio específico o in situ pecan siempre de generar en el espectador lo que en la jerga del gremio cultural es conocido como “the wow effect”, es decir, una admiración en el espectador que raya peligrosamente con el espectáculo, con la respuesta que uno podría esperar también ante una atracción de Disneylandia. Las intervenciones de Buren en el Hospicio Cabañas terminan dando la razón a Medina: cada uno de los patios compite, sin duda alguna, por ser el escenario de la próxima foto de perfil de Facebook del espectador. No especulo, de uno de los guías escuché la famosa frase “pa’l face” después de tomarle una foto a una visitante.
Los textos que encontramos en la sala que llaman Introductoria nos hacen saber que a finales de la década de los años cincuenta, un joven y politizado Buren visitó el Hospicio en busca de los murales que en la capilla mayor pintó José Clemente Orozco. En ese entonces, el francés estaba interesado en la vieja quimera romántica de sacar al arte del museo e insertarlo en la vida. Buscaba en el muralismo inspiración para realizar dicha tarea. Unos años después, sus prácticas fuera de espacios de exhibición tradicionales le consiguieron un merecido lugar en la historia del arte como uno de los mejores críticos de la institución artística en los setenta. Hoy, sin embargo, parece contentarse con el papel de decorador.
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