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Crónica sobre la producción en medio de la pandemia, por Sandra Sánchez


Abril, 2020

Cada quien afronta de maneras distintas una crisis aunque el problema sea objetivamente el mismo, en este caso, el coronavirus y sus efectos. Entre los particulares se forman constantes, problemas comunes, parecidos de familia; en el contexto de la pandemia me interesa la pregunta que se abrió en redes sociales sobre el valor y la pertinencia de la producción. Ya en casa, comencé a leer una y otra vez un debate —hecho a partir de comentarios personales y fragmentos— sobre lo que debíamos o no hacer ante el hacer mismo.

No estaba sobre la mesa la intención de definir teóricamente qué es la producción o cuáles son sus mecanismos; si acaso algún autor es mencionado, no se cita literalmente un texto. Esto es relevante porque la discusión no se estableció (al menos no en un inicio) en relación con el universo académico, sino con la palabra engarzada a lo personal: lo que cada quien hace o deja de hacer y cómo se siente al respecto.

El debate llamó mi atención por la diversidad de posturas y porque yo misma me encontraba inmersa en el cambio de ritmo que la pandemia efectuó sobre mi producción. Contaba con la posibilidad de seguir casi todos mis trabajos desde casa, pero las reglas del juego habían cambiado y sentía un poco de angustia al no saber cómo sustituir, por ejemplo, el frente a frente por el pantalla a pantalla.

Ahora lo llevo un poco mejor, pero al principio me daba pánico tener que ver mi cara (con todos sus poros) en el monitor, en vez de la mirada cómplice (o aburrida) de mis interlocutores. El tiempo se multiplicó: actividades que presencialmente tomaban una hora ahora necesitaban mínimo el doble. Mi energía psíquica para continuar el trabajo y la vida cotidiana disminuyó, una parte considerable se fue en contemplar de cerca el crecimiento de la incertidumbre.

Aunque estaba cansada, angustiada, triste y con miedo, nunca pensé en parar y no entendía por qué se insistía tanto en dejar de hacer. En un momento pensé que quizá la necesidad de dejar de hacer tenía que ver con una pérdida en la certeza de nuestro universo simbólico en relación con el cuerpo y su finitud. Ahora se añade a nuestras nociones singulares de muerte la posibilidad de morir por el virus, sin poder hacer nada o muy poco al respecto.

También encaramos el miedo a que la familia y seres amados se lleguen a encontrar en dicha situación. Ante el escenario presente suena lógico dejar de producir, traer al frente al cuerpo para fortalecerlo, cuidarlo y mimarlo, por decir algo —ya cada quien sabrá cómo se aproxima a su propio cuerpo.

Sin embargo, me inclino hacia las formas de pensamiento que no separan como instancias ajenas al cuerpo social del cuerpo psíquico, ni al psíquico del biológico. La emergencia sanitaria ha hecho que pensemos, quizá más que antes, en nuestro cuerpos, en sus fragilidades, sus fuerzas y sus problemas, así como en la potencia que cada quien tiene para afrontar esta y otras situaciones. La particular condición que estamos atravesando ha traído el cuerpo al primer plano, a nuestro cuerpo y también a los cuerpos de los demás.

Aunque tenía (y aún tengo) un cuerpo cansado y poblado por cierto miedo ante la incertidumbre, no pensé en dejar de producir, de hacer, de trazar y laborar. Junto con amigos y colegas lanzamos un concurso de dibujo. También decidí, sin dudar, seguir con mis grupos de estudio, además del trabajo propiamente dicho. Personalmente concibo a mi cuerpo enlazado con mi imaginación, con mi capacidad de entender y fugarme. Tengo el pensamiento unido a las puntas de los dedos, a las visceras y a las caderas.

Con mi cuerpo pienso y viajo momentáneamente: gozo y tuerzo el deseo, pero también elaboro cualquier tontería, me maquino ideas, sensaciones y un poco de alegría. Por ello, en un primer momento, no entendía la demanda de algunas compañeras de parar, de desconectar la máquina cuerpo-producción-deseo, de no hacer nada, de dejar de proponer. Me extrañaba su seguridad totalizante.

Luego pensé que probablemente esa seguridad (tanto la de hacer como la de no hacer) era consecuencia de una experiencia estética (a la Kant) con la situación: estamos confrontando el caos desde un juicio reflexivo singular que queremos elevar (de modo fallido) a universal:

A no quiere dejar de producir porque ello implica descuidar el universo simbólico que ha estado creando con esfuerzo y alegría. A no quiere dejar de producir porque producir (una sopa, una línea, un discurso) le permite tomar distancia y divertirse. A no puede dejar de producir y prefiere hacerlo tranquila que no hacerlo y sufrir las consecuencias económicas /afectivas.

B quiere parar para reflexionar sobre la forma en que trabajamos y producimos. B quiere dejar de producir porque el cuerpo necesita una pausa. B quiere interrumpir la producción porque es absurdo hacer como que nada pasa y seguir de largo en medio de una pandemia mundial. B piensa que la producción del capitalismo es brutal y que nada va a cambiar, al contrario, todo puede ir peor, entonces mejor no ilusionarse.

Añada las variables necesarias a A y B. Añada C, D, E, F.

¿Qué se produce y ante quién, para quién, para qué mirada? ¿Quién se aprovecha de la producción? ¿Hay explotación? ¿Qué pasa con el valor de cambio y el valor de uso? ¿Un dibujo se produce igual que un café de Starbucks o que las fake news? ¿La producción tiene lengua, gramática, una sola sintaxis?

Hay muchas perspectivas controversiales, entendibles, críticas y justificables, para parar o no parar, para producir o no producir, para seguir haciendo o dejar de hacer. Lo que encuentro cuestionable es la seguridad para afirmar que mi modo de estar ante la crisis debe ser el mismo que el de mi compañera. No se vale castigar moralmente a la de al lado porque quiere seguir haciendo o no haciendo, porque piensa fuera de mis marcos teóricos, cotidianos o sensibles.

Aquí es donde encontré la trampa, la trampa auto-impuesta, la trampa estética de querer hacer de lo propio, ley. No me interesa quedarme ahí.

Cuestión de distancia

En medio de este problema no pude más que pensar en la disyunción inclusiva que Gilles Deleuze y Félix Guattari (D&G) trabajan en Anti-Edipo. Me interesa el argumento lógico para pensar el problema de la producción. D&G nos cuentan que justamente un problema del socius es hacer de cualquier disyunción una exclusividad: o bien esto o bien aquello.

En una lógica de disyunción exclusiva tendría que querer siempre producir, producir para seguir imaginando e imaginar para tener un poco de paz. Desde ahí tendría que tener ánimo para cocinar todos los días, para dibujar, sonreír, trabajar y seguir. No podría moverme del equipo A y cualquier salida sería una traición. La disyunción exclusiva totaliza.

Volviendo a lo personal, quedé agotada. Después del subidón, de ser entusiasta de la producción, me di cuenta de que estaba muy cansada, de que el trabajo en línea me funcionaba en algunos ámbitos y en otros no. Quería seguir dibujando, leyendo y dando clases, pero, a la vez, había cosas que no quería ni quiero hacer más, por lo menos no desde internet. Hay personas con las que me es muy difícil convivir en línea más no en persona. ¿Qué hago entonces si ya soy equipo A, si me afirmé a favor de la producción? Aquí está la segunda trampa: disyunción exclusiva: o esto o lo otro: si escogiste estar a favor de la producción no puedes moverte de ahí nunca jamás. Ñaca ñaca.

D&G dicen que un modo de combatir la disyunción exclusiva es pensar en términos de disyunción inclusiva (ya esto, ya lo otro):

«Una disyunción que permanece disyuntiva y que, sin embargo, afirma los términos disjuntos, los afirma a través de toda su distancia, sin limitar uno por lo otro, ni excluir uno del otro. […] La disyunción inclusiva] está y permanece en la disyunción: no suprime la disyunción al identificar los contrarios por profundización, por el contrario, la firma al sobrevolar una distancia indivisible. […] No identifica dos contrarios, sino que afirma su distancia como lo que les relaciona en tanto diferentes. No se cierra sobre los contrarios, sino que se abre, y, como un saco lleno de esporas, las suelta como singularidades que indebidamente cerraba, de las que pretendía excluir unas y retener otras, pero que ahora se convierten en puntos-signos afirmados, por su nueva distancia».

En términos de disyunción inclusiva —ya esto, ya lo otro— se puede trabajar con la contradicción sin tener que resolverla como una síntesis de contrarios (de dos tiene que devenir uno). Desde la disyunción inclusiva se trata a la contradicción como un problema de distancia, siendo esa distancia lo que relaciona a los términos.

Desde la disyunción inclusiva puedo ser ya esto o ya aquello, sin que se me exija lealtad o principio de identidad; puedo estar ya en A: «producir me tranquiliza, me comunica con los otros», para luego colocarme ya en B: «no tengo ganas de producir, necesito ser crítica con el trabajo inmaterial y el cognitariado, no quiero trabajar en línea con esta persona, no quiero producir para este o aquel algoritmo», etc.

La disyunción inclusiva permite que considere que para algunas es importante no producir y desde ahí ver la distancia que me une y me separa. No les voy a recetar mi postura, tampoco voy a abandonar el sitio en el que me encuentro. Lo que haré es considerar que en el mismo plano están las dos opciones, contradiciéndose y existiendo a la vez, no metafísica, sino materialmente.

Puedo yo misma estar en ya en una, ya en la otra e incluso puedo añadir más: la distancia permite que perciba la multiplicidad para no caer en el juego de regañar a las otras por no ver como yo.También permite que pueda colocarme ya en un punto, ya en el otro, midiendo distancias, manteniendo la crítica. Aquí no hay culpa porque no hay significante despótico ni Dios.

Yo soy A y también soy B, aunque no al mismo tiempo. A veces C y luego A, así, en movimiento.

Cambio de ritmo

Una amiga preguntó en Instagram si estábamos viendo la producción de los museos, sus propuestas. Le contesté que yo no (quizá los demás sí, ya tendrán sus indicadores). Lo que sí veo diariamente es la producción local en redes sociales de arte, ilustración y otras cosas; ya políticas, ya poéticas. Estoy atenta a producciones que me permiten (que abren un espacio para) sonreír, reflexionar, condolerme e imaginar una serie de puntos sobre la situación actual.

Ahí encontré un modo de escuchar, hablar y comunicarme sin tener la taza del café, la mirada y el nombre propio a la mano. Gratitud personal hacia aquellos que producen y ofrecen a la comunidad algo suyo. Termino esta crónica con algunas de sus cuentas en Instagram: @tramoya_ @amandinalaandina @conchaelectrica @carlaescareno @obrasdeartecomentadas @onda_mx @joselynsindesperdicios @poesiaentusofamx @d__h__b @pinche_chica_chic @gatitoscontraladesigualdad @prrrrrntura.

Imagen Agradezco mi resiliencia: Antonia González Alarcón, 2020. Instagram: @tramoya_

Imagen de portada y dibujos: Diego Beauroyre. Instagram: @d__h__b 

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Sandra Sánchez escribe sobre arte contemporáneo, actualmente encuentran sus textos en ConfabularioLetras Libres y La Tempestad, entre otras. Forma parte del colectivo Zona de Desgaste. Este año está al frente, junto con Adriana Kong, de la instalación Café para Leer. En una relación tóxica con el psicoanálisis.