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Complejo Cultural Chapultepec: Curiosa contrariedad de una política de descentralización, por Diego del Valle Ríos


Abril, 2019

Sin importar el color de los partidos, la cultura política de México se ha cristalizado a través de un clientelismo que forma parte de las negociaciones y acuerdos de la tecnocracia neoliberal, las élites financieras que ya han mandado retapizar el cómodo cojín de su silla en el banquete cultural a servir por la 4T. Como ya sospechábamos, el cetro de mando es manoseado en este caso por élites del arte contemporáneo de antaño y emergentes como lo demuestra el reciente anuncio del Complejo Cultural Chapultepec.

El pasado martes 02 de abril el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció el megaproyecto para «el conjunto artístico-cultural más grande del mundo» a cargo del artista elegido Gabriel Orozco, quién súbitamente tiene intereses sociales después de años de no figurar en la escena cultural de México. Continuando con lógicas de campaña, estratégicamente se anunció el proyecto de forma incompleta —sin datos de costos, presupuestos o contratos— enmarcado en la desgastada promesa desarrollista sobre progreso y crecimiento que empuja a la Ciudad de México poco a poco hacia la insustentabilidad. Promesa centralista que coquetea sin duda con el ambicioso programa Capital Cultural de América, parte de la administración de Claudia Sheinbaum. Curiosa contrariedad de una política de descentralización.

La estrategia neoliberal que se evidencia con el anuncio del Complejo Cultural del Bosque de Chapultepec es la de una alianza con las élites económicas ligadas al arte que necesitan garantizar la estabilidad de su negocio artístico; miopía absoluta que no percibe conflictos de intereses.

Por un lado, Homero Fernández, director administrativo de lo que se pretende sea el Complejo Cultural Los Pinos, es galerista emergente socio de Parque Galería y de Salón ACME, plataformas comerciales que, en relación a este caso, sirven para instrumentalizar el valor simbólico y discursivo del trabajo de artistas emergentes exhibido para lograr aparentar inocencia y neutralidad, a través de sus contenidos expositivos que visibilizan críticas al nacionalismo, el sistema extractivista, la folklorización y las ficciones políticas, por ejemplo.

Gabriel Orozco, por su parte, después de haber sido beneficiado por el sexenio de Fox con una amplia exposición individual en el Palacio de Bellas Artes y con la compra de su escultura Mátrix Móvil para el vestíbulo principal de la Biblioteca José Vasconcelos, representa aquí el vínculo con el grupo privado más poderoso del arte en México, aquel que se afianza a través de la galería kurimanzutto. De esta forma, la figura del artista viene a legitimar a la emergente élite que representa Fernández, ¿con qué intereses?

Habría que poner atención a los vínculos que existen, por ejemplo, entre Fernández y Juan Gaitán, actual director del Museo Tamayo, personaje que conservó su posición a pesar de las críticas y argumentos en contra. Una decisión que beneficia directamente a kurimanzutto, quienes han utilizado al museo como institución legitimadora, instrumento importante para la especulación financiera de sus artistas.

Por otro lado, sin mucha experiencia más allá de exposiciones de escultura pública durante los noventa de artistas como Leonora Carrington y José Luis Cuevas, el promotor artístico y presidente honorario del Complejo Cultural Los Pinos, Isaac Masri, representa otra fuerza económica privada en conjunto con Marcos Fastlicht, quien por cierto es suegro de Azcárraga. Ante todo, el Complejo Cultural Chapultepec es un regalo para los intereses culturales de las esferas neoliberales maquilladas de izquierda que avalaron a AMLO durante su campaña.

Que ninguno de los colaboradores de la iniciativa privada cobre por su loable trabajo, primero, perpetúa la idea de que el trabajo cultural no debe ser pagado, justificando así las desacreditaciones al Programa Jóvenes Creadores del Fonca, por ejemplo. En segundo lugar, esta decisión abre sospechas sobre los favores políticos acordados, pues si algo sabemos de las élites es que no dan sin recibir algo a cambio.

Esto obliga a preguntar, ¿es Gabriel Orozco el artista oficial del nuevo régimen?, ¿veremos a artistas de kurimanzutto como representantes de México en la Bienal de Venecia? ¿Cómo se beneficiarán las esferas de poder aquí reunidas? ¿Qué pidieron a cambio? ¿De qué forma estos acuerdos perpetúan la acumulación y mala distribución de recursos que tienen en la total incertidumbre al campo artístico y cultural?

El arte sirve para legitimar al poder. El anuncio del proyecto también promete seguridad y tranquilidad para sus futuros visitantes, pues la Guardia Nacional estará presente para «salvaguardar» nuestra recreación. A partir de ello, las élites del arte contemporáneo, mismas que de alguna manera se benefician del derrame económico de la necropolítica militar, legitiman la militarización a la que nos oponemos habitantes, organizaciones civiles y especialistas.

Estas alianzas permiten que la neoliberalización de la cultura se instale a sus anchas para que el gobierno se deslinde de sus obligaciones en el campo cultural, relegando las demandas que hacemos desde la comunidad artística, como aquella que presiona por destinar, a través del Presupuesto de Egresos de la Federación, el 1% del PIB —en lugar del actual 0.2%— al presupuesto de cultura como lo sugiere la UNESCO, organización a la que pertenece México desde 1945 y con la que rectificó su compromiso con la Declaración de México sobre las Políticas Culturales en 1982.

Este aumento permitiría, en principio, mejorar la infraestructura y los programas de apoyo como el Fonca, y posibilitaría además la contratación con prestaciones de ley y adecuadas condiciones laborales de los trabajadores del arte lejos de la actual precariedad para «una mejor calidad de vida», como mencionó cínicamente la Secretaria de Cultura Alejandra Fraustro durante la conferencia de prensa.

Como dato, la mencionada Declaración en su párrafo 18 aclara explícitamente que: «La cultura procede de la comunidad entera y a ella debe regresar. No puede ser privilegio de élites ni en cuanto a su producción ni en cuanto a sus beneficios. La democracia cultural supone la más amplia participación del individuo y la sociedad en el proceso de creación de bienes culturales, en la toma de decisiones que conciernen a la vida cultural y en la difusión y disfrute de la misma».

Que Gabriel Orozco, Homero Fernández e Isaac Masri sean los encargados del Complejo Cultural Chapultepec, estrella monumental de esta administración, confirma nuevamente la urgencia de organizarnos como gremio artístico para ser contrapeso de los intereses de la élite del arte contemporáneo en México. De no hacerlo, seremos parte de una cadena de favores políticos que se legitima a través de nuestro trabajo ejercido condescendientemente y sin cuestionar.

Es urgente exigir que el proyecto sea transparente: evaluar tanto el proyecto como el presupuesto en relación a políticas culturales y necesidades del gremio artístico para que los recursos públicos, antes de destinarse a lógicas nacionalistas grandilocuentes, sean dirigidos a beneficiar una comunidad cultural cada vez más precarizada.

Para ello, exijamos una estructura horizontal de la Secretaría de Cultura y sus instancias a partir de la integración de una comisión que actúe como observatorio ciudadano, aprovechando las existentes estructuras auto-organizadas desde la comunidad cultural como el Movimiento Colectivo por la Cultura y el Arte de México (MOCCAM), a las cuales contingentes artísticos, curatoriales y de gestión podemos sumarnos en vigilancia de nuestros derechos culturales.

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Diego del Valle Ríos (Ciudad de México, 1990) es gestor cultural y escritor independiente. Actualmente se desempeña como Editor en Jefe de la revista Terremoto. Vive y trabaja en la Ciudad de México.

*El contenido publicado es responsabilidad del autor y refleja su punto de vista.