Arte

¿Cine mexicano para qué?


Por Fernando Mino

Fue como despertar en 1948: “La cinematografía mexicana es la más potente y está a la cabeza de las de Iberoamérica”… pero no, el desplante triunfalista es de finales de 2013, cortesía de Jorge Sánchez, director del Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE), animado por el repunte en la producción (de nueve películas en 1997 a 112 en 2012) y por el espejismo de los 30 millones de espectadores de cine mexicano del año pasado (dos terceras partes de los cuales pagaron por ver cinco taquillazos, con No se aceptan devoluciones y Nosotros los Nobles a la cabeza.) El cine mexicano, según esta narrativa, funciona. Y muy bien.

“Cine mexicano”… concepto desgastado por casi un siglo de uso y abuso —retórica hueca, chantaje lacrimoso, voracidad económica, sexismo, manipulación política— que estorba a muchos cineastas por su referencia a un pasado mistificado e inigualable, y que es asociado por el público masivo con productos vulgares, violentos o aburridos (según el perfil del espectador contenido en el Anuario Estadístico 2012 de IMCINE.) ¿Se puede prescindir del adjetivo? Definitivamente no.

Pero ¿para qué sirve tener un cine “mexicano”? Aventuro algunas opciones: Para gravitar en el limbo como idea inacabada en espera de ser descubierto e inaugurado por la cámara de Carlos Reygadas. Para que evad…, perdón, deduzcan impuestos las grandes empresas a cambio de pagar la realización de comedias dulzonas e inofensivas. Para que José Alfredo Jiménez pudiera componer decenas de canciones, todavía obligadas en las borracheras y material indispensable para los cantantes gruperos consagrados. Para que la imagen kitsch de Jesús Malverde en su narca gloria tenga el bigotito recortado a la Pedro Infante. Para decretarlo a diario, alternativamente, muerto/inexistente/obsoleto/decadente/inútil/multipremiado. Para dar material de proyección a por lo menos dos salas de la Cineteca Nacional. Para lamentar su marginación de la jugosa taquilla de los multiplex mexicanos copados por Hollywood. Para que los “cineastas talentosos” lo usen de plataforma para sacar boleto de migrante a Hollywood. Para darle trabajo a los egresados de las cada vez más numerosas escuelas de cine. Para contar con un correlato de la crisis crónica (económica-política-social) en la que vive el país desde hace cuarenta años.

Finalmente, para ser ineludible lastre —o asumido abolengo— de un cine incipiente, en construcción de un discurso que no acaba de configurarse, pero cuyo proceso ya arroja algunas obras notables. Un cine mexicano en busca de nuevas narrativas.