Por Sandra Sánchez / @phiopsia
Constantemente pienso en el peligro de la estetización de la política. Me refiero al cómodo placebo en que se convierte el arte al denunciar, desde un lugar cómodo, las atrocidades del mundo -la escritura adolece de la misma operación. Es claro que el objeto artístico no sólo es información, sino el continente donde se cruza las formas de representación de lo sensible, la política institucional del arte, los temas actuales y las variaciones del mundo que alejan el sentido de lo obstante del objeto, para traerlo al frente. El problema es que más allá de analizar al arte como fenómeno, intentamos, cada vez más, convertirlo en conocimiento acumulable, el cual es validado mediante los valores culturales que le otorgamos al arte: bello, universal, incluso “crítico”. Es tan absurdo como pensar que visitar una exposición te hace más listo, más culto…
Si bien los objetos no son personas, es ingenuo pensar que el arte no pueda ser juzgado; sin embargo, su propia historia y tradición estética lo sigue considerado como un acto desinteresado e inútil, que no causa placer. Si en su enunciación se juega nuestro imaginario simbólico, social, sensible e incluso identitario, nos haría bien ir repensando las categorías de juicio. Expandirlas, dirían.
No estoy segura de que la politización del arte sea posible sin que deje de funcionar como arte, al menos en el sentido estético moderno; lo que veo más cercano es la enunciación explícita de su función. Creo que esa enunciación es el intento curatorial de generar una trama, un hilo conductor temático, genealógico, cronológico, etc. A partir del discurso de exposición se puede señalar sin culpa el interés, función, paradoja, constelación o dogma desde el cual se está proponiendo el campo semántico de las piezas reunidas. Considero sano este tipo de develamiento, lo pienso amable, pues permite al visitante trazar coordenadas sobre el pensamiento desde el cual se fundamenta lo observado: una serie de pistas.
Project Space: A Chronicle of Interventions que se expone hasta el 13 de julio en la Tate Modern, es un proyecto curatorial que hace manifiesta su intención: exponer tanto informativa como artísticamente la política expansionista y de intervención que ha realizado Estados Unidos en Latinoamérica. La exposición está enmarcada en el programa Project Space, que presenta una serie de colaboraciones entre la Tate y diferentes organismos de arte contemporáneo en el mundo, con la finalidad de plantear co-curadurías cuyos temas sean importantes no sólo para el campo artístico, sino también para el socio-histórico. Los proyectos son presentados tanto en la Tate como en el lugar de donde provino la colaboración.
La museografía envuelve a las piezas con una línea del tiempo “A Chronicle of US Intervention in Central and Latin America”, presentada por primera vez en el MoMA en 1984. La línea del tiempo resume 160 años de historia de las intervenciones realizadas por EUA en América Latina, así como sus móviles y consecuencias. Piezas de Humberto Vélez, Michael Stevenson, Óscar Figueroa, Andreas Siekmann, Regina José Galindo, Naufús Ramirez-Figueroa y José Castrellón se presentan a la par de los hechos históricos que contienen su producción. Vélez presenta The Last Builder, video que se centra en el colonialismo del S. XIX y en la construcción del Canal de Panamá. Siekmann y Figueroa se aproximan a la United Fruit Company, industria que impulsó la producción de plátano para exportación. Galindo trabaja con el archivo de víctimas, consecuencia de la dictadura de Rios Montt en Guatemala. Castrellón muestra una serie fotográfica que registra los cambios culturales sufridos en Panamá, específicamente la asimilación del heavy metal por población indígena.
Las piezas siguen dentro de una institución artística, la Tate Modern; viajarán después a TEOR/éTica, San José. Si bien sus visitantes pueden seguir viendo el ejercicio como un medio de acumulación de información, el intercambio curatorial y el diálogo que abren sobre la construcción de su propia historia, sobrepasa la simple inserción en el mercado del arte. Incluso vista desde lejos, la exposición abre la pregunta sobre la naturalización del expansionismo estadounidense: ya no se necesitan armas, con la asimilación ideológica basta.
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