Archivo para el mayo, 2021

Un cuervo empolla los ojos de su padre, de Enrique López Llamas

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Por GASTV | Mayo, 2021

Proyecto Caiman presenta Un cuervo empolla los ojos de su padre, primera exposición individual de Enrique López Llamas (Aguascalientes, 1993) en la ciudad de Guadalajara.

Bajo la curaduría de Marco Valtierra, López Llamas reinterpreta la obra de 1891 Hooded Crows (Cuervos encapuchados), del pintor sueco Bruno Liljefors. La atmósfera silvestre de la que se apropia el artista hidrocálido a través de una intervención de sitio específico nos sitúa en un frondoso paisaje de espesa maleza monocromática. Una escenografía construida por gruesas pinceladas que a la distancia forman un ambiente narrativo, mientras que al acercarse a contemplar sus detalles nos abren otros paisajes de carácter indeterminado.

Las propiedades de la pintura: óleo mezclado en antidepresivos, ansiolíticos, antipsicóticos y analgésicos molidos, producen una textura porosa, rocosa y dura. Dicha condición pictórica articula las tensiones entre lo delirante de la representación, quasi alucinación y los estados de ánimo de un sistema nervioso fuera de órbita. Las diez pinturas en bastidor desdoblan, por medio de un lenguaje abstracto, la narración de la gran pintura mural, cuyo cuervo en cualquier momento emprenderá el vuelo.

Proyecto Caiman es un espacio autónomo de arte contemporáneo en Guadalajara con la intención de dar forma y voz a proyectos de artistas nacionales y extranjeros en diferentes niveles de carrera para establecer un diálogo entre sus prácticas y la escena artística local.

Hasta el 25 de junio de 2021. 

Foto: Cortesía del artista.

Archivo | Soberanía en la acera, mientras todo se desvanece, por César Cortés Vega

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Comentarios sobre el libro Todos cocinamos, todas comemos

Mayo, 2021

I

La construcción del espacio

La desolación en contextos citadinos no es un sentimiento inevitablemente nocivo. O matizo: es posible encontrar en su aparente negatividad también cierto fulgor. Caminar, por ejemplo, a la orilla de un eje vial un domingo que comienza a morir —a contraluz de un sol en plena huida—, quizá también pueda acercarnos a sensaciones capaces de superar una tristeza primigenia. Claro; eso depende de la cantidad de heridas que la vida en el entorno urbano nos haya provocado, y de la manera en la que éstas han sido curadas —porque no omito que, por supuesto, hay quienes pueden terminar tirándose de un puente, en semejantes condiciones ambientales—. Sin embargo, saber habitar el despojo implica un proceso de adaptación no necesariamente dócil. Y diciendo esto pienso entonces en la premisa con la que Santiago Robles abre la introducción del libro Todos cocinamos, todas comemos. Proyectos de arte colaborativo en el espacio público, del que quiero hablar acá: la cantidad de anuncios publicitarios que en cualquier ciudad es capaz de percibir un habitante promedio es apabullante. Todos los días y en todas partes se nos imponen sus soflamas, que afectan el sentido de buena parte de nuestra vida cotidiana. Y tales mensajes dicen una sola cosa —si es que nos tomamos el tiempo de interpretarles con atención—: «te estamos robando tu tiempo, material y emocionalmente, en el trabajo que deberás realizar para obtener tales objetos de deseo. Para eso operamos. Para que nos creas a nosotros y olvides la pujanza de tu propia volición. Para que aceptes la servidumbre». Pero digo entonces que, a pesar de esto es posible no ser del todo mesmerizado por aquella pretendida positividad publicitaria y el dolor negativo que le subyace: sus proclamas son tan banales, que siempre dejarán espacio para la sospecha y para que la vida sea en otra parte. Incluso en el mismo lugar en el que aquellas circulan.

Y es que todo esto va sobre la modernidad, de la que de muchos modos se habla en la publicación coordinada por Santiago. El tomo mismo, que desde su cuidadoso diseño —realizado por un equipo de mujeres encabezado por Alejandra Guerrero— mantiene una interesante distancia entre el libro de arte tradicional y una suerte de manual de uso (pastas duras impresas en serigrafía sobre cartón reciclado, un color azul que acompaña al negro y a sus medios tonos en los interiores, y desde el cual evoco un sofisticado prontuario automovilístico), procura la distribución de acontecimientos de sutiles resistencias, como respuesta al problema de lo moderno y sus engendros.

Marshall Berman anota en la introducción del ya clásico libro Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad que la paradoja que define lo moderno es la de la unidad de la desunión. Coexistimos en espacios cuya norma es la ruptura y todos los conflictos emocionales que derivan de ella: «Ser modernos es formar parte de un universo en el que, como dijo Marx, ‘todo lo sólido se desvanece en el aire'».Justamente porque el intento de vinculación en alguno de los infinitos, y a la vez cerrados sistemas citadinos, implica una multiplicidad de códigos y ritos de paso que únicamente funcionan para una esquina, una institución, una fábrica y demás. Fuera de ellas, ese aprendizaje que parecería universal cuando formamos parte de alguno de tales regímenes parcialísimos, no sirve de mucho en otros que están a la vuelta de la esquina. Y luego entonces, aquella sensación de haberlo perdido todo cuando se nos expulsa de dichas administraciones de la filiación —como los del compromiso laboral, familiar o incluso cualquier clase de débito amoroso—. Y ya situados en esa continua merma, parece ser que la única compañía que queda es la del silencio, el extravío y eso: la desolación.

Sin embargo, una de las fórmulas posibles para no terminar engullidos por la vorágine de aquel sinsentido —o conjunto de sentidos parciales, que casi es lo mismo— es la reivindicación de aquello que parece sobrar y que no pertenece —aún— a ningún sistema. La malversación del tiempo, el despapaye, o la organicidad sin aparente sentido utilitario. No hay cosa que me parezca más brillante que la enmienda o la tergiversación de la funcionalidad simbólica de algo, para reconsiderar un espacio en el que se pueda estar. Aunque sea por unos instantes, de manera circunstancial o intencionada en algún área central o fronteriza, a través de actos que reciclen la tradicionalidad automática a través de aquello que parece tener poca importancia frente a la vida productivista: la fiesta, el rito o el mito. Si a eso se le llama arte o no, ahí es lo que menos importa. Nos importa luego a los artistas y demás fauna vinculada al campo, porque de cualquier modo el arte —profundamente mediatizado en muchas de sus condiciones— sigue y seguirá siendo un territorio con cierto grado de autonomía en el que las subjetividades poseen su propio valor, incluso ponderado y reconvertido desde el mercado. Y es ahí en donde me parece vital dar cuenta de aquellos intentos para mover sus principios a otros espacios, al menos en periodos parciales de tiempo.

Así es, pues, que en Todos cocinamos, todas comemos, al hablar de varios proyectos impulsados por Santiago Robles más allá de un mero recuento, se produce sentido alrededor de una especie de hoguera para discurrir sobre lo que la colaboración puede llegar a ser en contextos complejos. Lo cual —cabe decir— se hace no para buscar al otro como sujeto de quimeras cambiarias, sino para jugar en un universo de significados que pueda seguir siendo ahí, mediante la reunión para imaginar la reconversión de los valores.

II

La reunión

Cuando Santiago me invitó a participar con un texto en el libro para ensayar un contexto escrito sobre el arte colaborativo, yo estaba justo pensando el problema según una experiencia que me llevó a realizar un proyecto de investigación-acción dentro de la academia llamado Dossier: encuentros colaborativos. Se trataba de formular acciones en las que la realización de obra implicara la necesidad de ponerse de acuerdo con múltiples actores que modificaran propuestas originalmente concebidas de manera individual. Con ello se problematizaba la participación en el orden público, sobre todo cuando eso se lleva a regímenes estratificados e institucionales —lo cual arrojó luego resultados paradójicos que conversaré en otro lado—. Así pues, la provocación de Santiago me vino perfecta, pues de principio se trataba justo de una contribución para su tesis de posgrado, lo cual representaba un hito universitario debido a que un trabajo académico suele requerir, canónicamente, de un principio fincado en la autoría que representa la identidad del postulante. La invitación estaba hecha, de manera subrepticia, para violentar el corpus de la voz autorizada. De inmediato dije que sí.

Al revisar entonces las piezas que irían incluidas en el libro, celebré más el llamamiento. En particular una de ellas llamada Reparadora me entusiasmó aún más. La describo brevemente: reparar los errores en las calles como baches o fisuras con resinas y otros materiales efímeros. Luego, hacer un mapa de los sitios en los que se realizaron las intervenciones. Y por último recabar las réplicas de las reparaciones (es decir, los positivos que llenaron un vacío negativo), para mostrarlas como signos de aquello que trasciende un error meramente circunstancial. Ahí hubo conexión plena, porque yo admiro —como en una especie de mandato monacal—, la idea de los pepenadores y su labor. Y la pieza trabajaba desde una heroicidad concentrada en el reciclaje conceptual que indica, con toda justicia, aquello que se ha roto a gran escala. Porque en Reparadora no se reparaba nada de manera concreta, sino que desde ese juego de palabras se provocaba, evidentemente, un retruécanopara detonar nuevos significados hacia la interpretación de un mal profundo de Estado. En aquellas minucias podía leerse el sistema, como si se interpretaran las líneas de una mano nacional cuyo dueño ha decidido históricamente, además, no hacer caso de tales quiromancias.

Registro del proyecto Reparadora

Desde ahí, coincido con otros autores invitados también a colaborar en el libro. Balam Bartolomé, por ejemplo, parte atinadamente de la concepción de los Tlacuilos —encargados en la sociedad mexica de plasmar, mediante diversas técnicas, las redes genealógicas tensadas entre lo divino y lo mundano—. Con ello dialoga con los proyectos de Santiago, colocándolos como continuidad de una escritura-acontecimiento en el espacio, a través de los rastros legados en cada intervención. Dar cuenta de un tiempo múltiple implica algo más que un mero registro. Se trata de la reinterpretación, desde lo cotidiano, de mitologías localizadas en las infinitas rupturas de lo contemporáneo. Por su parte, Karina Ruiz Ojeda dedica sus reflexiones a detallar las ideas y antecedentes que condujeron a la realización de la pieza Seis comidas compartidas, en la que, a partir de un trueque con habitantes de la Plaza de la Alhóndiga en el Centro Histórico de la Ciudad de México, se crearon zonas particularizadas con la sencillez de un mantel de picnic para compartir la comida e intercambiar relatos y narrativas de la vida en el lugar. Ruiz Ojeda apunta, parafraseando a Claire Bishop, que piezas que buscan sitios externos a la institución son justo lo que aleja al arte colaborativo del arte relacional, en tanto que obras creadas ex profeso para un espacio museístico evitan la confrontación en un territorio no mediado. Esta misma idea, que yo también indico en mi propio texto, aparece en el ensayo de Miguel Torres de la Rosa, quien subraya un término que me parece importantísimo cuando se habla de estos menesteres en nuestro continente: el de comunalidad, nacido del pensamiento indígena y problematizado por el pensador zapoteco Jaime Martínez Luna que lo define como algo que «no tiene una explicación de discurso. Es acción permanente en la construcción de la vida […] un venero de razón, o fuente epistémica».Torres de la Rosa plantea entonces una idea muy interesante al respecto, interpretando piezas como las concebidas por Santiago Robles como ready-mades sociales de «aprendizaje crítico» en donde la obra no se impone, sino que es creada y afectada constantemente por los distintos actores que intervienen y reconstituyen sus necesidades, en función de las de otros.

Eso me parece que es, en todo caso, el espacio posible para una micropolítica que piense un porvenir junto —y no contra— los otros. Las mil y una formas de resistencias que requerimos para hacer de esa pericia que hemos engendrado los huérfanos de las ciudades para soportar la desolación y no mandarlo todo al carajo de manera individual, hacia una conformación colectiva: aprender sobre la marcha a contenernos mutuamente en la diferencia, podría ser el primer paso hacia la recuperación de la soberanía que, como indica Georges Bataille, está «más allá de lo necesario que el sufrimiento define»4 en la recuperación del instante en el éxtasis de lo otro y con los otros. Algo así, presume, permitiría la abdicación de una servidumbre voluntaria en la que el deseo no estuviese regido por la carencia y la pérdida de sentido vital.

Fotos: Cortesía Santiago Robles.

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Berman, Marshall (1988). Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad. México: Siglo XXI editores. p. 1.

2 Figura retórica en la que se contraponen ideas y frases para producir contrastes y así enfatizar conceptos y provocar la reflexión.

Martínez Luna, Jaime (2017). Comunalidad…camino que se hace…al andar. México: Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM. p. 1

4 Bataille, Georges, (1996). Lo que entiendo por soberanía. Barcelona-Buenos Aires-México: Ediciones Paidós, I.C.E. de la Universidad Autónoma de Barcelona, p. 65.

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César Cortés Vega es escritor y productor visual. Algunos de sus libros publicados son Periferias y mentiras. Textos sobre arte, banalidad y cultura (ensayo, Fomento a la cultura Ecatepac) o Reven (XX Premio Interamericano de Poesía Navachiste, 2012). Coordina la publicación Cinocéfalo, revista de crítica y literatura. En 2018-2019 desarrolló el proyecto curatorial Dossier, de encuentros colaborativos.

Rebeladoras: Sin miedo nos rebelamos

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Por GASTV | Mayo, 2021

Rebeladoras presenta Sin miedo nos rebelamos, su primera exposición colectiva que integra el trabajo de nueve artistas visuales multidisciplinarias que usan el arte como vía de protesta para manifestar sus voces, experiencias, sentimientos e inquietudes.

La desigualdad de género rige los circuitos de consumo cultural, con una gran desventaja para que las mujeres se desarrollen profesionalmente dentro del ámbito cultural y artístico en México. Bajo este contexto, Rebeladoras surge como una plataforma autogestiva de venta y exposición de arte integrada por una red colaborativa de mujeres artistas, creativas y gestoras culturales. Un proyecto para mujeres creadoras mexicanas en las disciplinas de arte visual, fotografía y editorial.

Para su primera muestra colectiva Sin miedo nos rebelamos participan Mariana Gómez Maqueo, Mariana Behar, Victoria Vera, María José Avilez, Karla Condado, Daria San, Alejandra Kelly, Rafael Tellaeche y María José Kelly.

Rebeladoras es impulsada por la iniciativa C de Cultura, en colaboración con librería Utópicas y Miau ediciones.

Hasta el 02 de junio de 2021 en Jerez 2, Mixcoac.

Foto: No hay miedo (2021), de Victoria Vera | Cortesía Rebeladoras.

Ángela Gurría: escuchar la materia

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Por GASTV | Mayo, 2021

Proyectos Monclova presenta Ángela Gurría: escuchar la materia, primera exposición individual de Gurría pensada como una revisión de su producción escultórica entre los años ochenta y 2000, con piezas en metal y piedra. Obras históricas que evidencian ciertas referencias prehispánicas pero que también muestran un lenguaje abstracto muy característico en su trayectoria.

Ángela Gurría (Ciudad de México, 1929) fue la primera mujer en convertirse en miembro de la Academia de las Artes de México en 1973, alumna de Germán Cueto durante seis años, es una escultora que rompió incontables barreras para hacerse de un lugar en la escena cultural mexicana como una figura muy importante en la tradición escultórica a nivel nacional e internacional.

Gurría es una artista clave para entender el tránsito de la modernidad a lo contemporáneo pues sus piezas son un puente entre ambas épocas: por una parte, la relación con los materiales que utiliza habla de un conocimiento profundo de las posibilidades de cada uno de ellos y, por otro lado, la artista realiza un evidente ejercicio de conceptualización de las obras explorando distintos temas como la naturaleza —una constante en sus proyectos—, la corriente indigenista con carácter arcaizante o ciertos temas históricos y cívicos que aparecen en sus obras. La sensibilidad que Gurría tiene para escuchar las necesidades de la materia —especialmente de la piedra— permite encontrar significados ocultos en cada una de las piezas.

La exposición incluye esculturas icónicas como las diversas interpretaciones de los cactus en su serie Homenaje al Desierto, o ¡Ya basta!, pieza de 1993 que representa a un niño cubierto con la piel de un desollado a la usanza de los rituales sacerdotales mexicas de sacrificio humano.

Hasta el 21 de agosto de 2021.

Foto: El vuelo de la mariposa (1993), de Ángela Gurría | Cortesía Proyectos Monclova.

Medio beso. Colaboración y seducción en el trabajo de Isaac Olvera, por Alan Sierra

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Mayo, 2021

En el video Niño en caja (2008), Isaac Olvera y Leo Marz acompañan a un niño de tres años hacia una caja de cartón de más o menos sus mismas dimensiones, le entregan algunos plumones y lo encierran dentro de ella. La pieza podría parecer un juego inocente de no ser porque, después de un conveniente corte de la toma, proceden a golpear y arrojar la caja energéticamente por el espacio de exhibición. Entre jadeos, risas y patadas, uno de los artistas le grita: ¡dibuja! Después de un par de minutos, cuando el cansancio les hace abandonar el objeto de sus esfuerzos y tras otro oportuno corte, el pequeño prisionero empuja las tapas de su contenedor para salir sonriendo, como si hubiera nacido de nuevo y sin ninguna marca de violencia, a recibir el aplauso de la audiencia.

Niño en caja (2008), Metapong. Video filmado en el Museo de las Américas, Denver | Cortesía del artista.

Durante la infancia, la oportunidad de imaginar está determinada por la capacidad para delimitar espacios de libertad creativa. Para ejercer la fantasía sin miedo a que sea interrumpida por enemigos realistas, encerrarse podría parecer la mejor opción. Pero, ¿qué pasa cuando la imaginación se convierte en una exigencia del sistema que demanda sujetos creativos y productivos? O por decirlo de otra manera, ¿qué pasa cuando el arte se convierte en un trabajo? Niño en caja sirve para señalar, con cierto sentido del humor, algunos de los mitos que hermanan la niñez con la práctica artística. A través de una imagen moralmente dudosa, se aborda la tiranía de la industria creativa que exige formas nuevas y dinamizadas, al mismo tiempo que se subraya la tendencia a creer que los artistas son espíritus solitarios que solo necesitan de estudios y materiales para producir.

¿Cuál es el balance necesario entre soledad y compañía para desarrollar una práctica artística? Para Metapong, el dúo artístico integrado por Isaac Olvera y Leo Marz del 2004 al 2009, el espacio común se planteó a través de chats, investigaciones compartidas y juegos que terminaban por configurar las formas finales de su trabajo. Isaac lo dice de la siguiente manera: «trabajábamos juntos y después de cierto rato, nos parecíamos». Esto resulta más evidente en algunas de sus obras como Azúcar en la Vía Láctea (2004), en la que Isaac replicó las fotografías de un viaje de placer hecho por Leo, o en Azucareras (2005), donde fueron duplicando azucareras durante un mes en las cafeterías de cierta cadena conocida en el país, dejando al frasco gemelo como una amable invasión en el cotidiano laboral de meseros y lavaplatos. Para Metapong, la colaboración se resumía en la despersonalización de los actores en el proceso de producción, como si la obra fuera Metapong y las piezas los pretextos para su visibilidad.

Podría parecer que las mecánicas de la producción artística en dueto se dan por terminadas una vez que finaliza el periodo de dicha coautoría. Las retóricas de la pareja han servido para explicar una gran cantidad de colaboraciones en la historia del arte reciente y sin embargo rara vez contemplan el futuro de la separación, las implicaciones del divorcio de un quehacer, la sugerente soledad desviada. Para Isaac Olvera, culminar Metapong significó una oportunidad para reevaluar su mirada y el lugar del narrador en la creación de los distintos proyectos en los que se vio involucrado.

Para 24 títulos, presentada por primera vez en Londres en el 2011 y después en la Ciudad de México en el 2016, Isaac Olvera decidió grabar las protestas por los derechos de salud y educación pública en el Reino Unido. Este ejercicio, que podría ser considerado documental, adquiere una carga performática importante una vez que la audiencia registra los movimientos de cámara. Algunos de los signos que el espectador puede notar son la insistente atención a los detalles del rostro de los muchachos y una ligera caída por el cuerpo de estos sujetos hasta llegar, discretamente, al bulto. Dicha forma de ver representa una contribución a la discusión de las imágenes en movimiento y al papel de la mirada homoerótica en el inventario de representaciones militantes. ¿Acaso la mirada vaga y profana desarticula la seriedad de la protesta? ¿Puede integrarse el movimiento de unos ojos como los míos a un quehacer artístico con consigna? La lista de títulos que acompaña a este trabajo, uno para cada hora del día, ofrece algunas claves para desvanecer las fronteras entre la documentación, la performatividad y la escritura de ficción. Imaginary Gang-Bang a las ocho, Gay Aesthetics for Children a las dos, y Nada personal a las cuatro de la mañana, dan claras señales de dobles intenciones mientras que The Aesthetics of Protest, Mute Camera o El intruso establecen las repercusiones políticas y estéticas del ejercicio.

24 títulos (2013). Componente de videoinstalación.

En otra de sus acciones en México, Helminto (2013), Isaac aprovechó la narración en voz alta para compartir el testimonio ficticio de un bibliotecario —un personaje problemático, con un pie en la escritura y otro en la lectura casi obsesiva de sus entornos— en una escena enrarecida. El banco desde el cual Isaac leía un texto impreso contaba con patas extraordinariamente largas, de tal manera que debía permanecer encorvado, casi pegado al techo. Mientras realizaba la lectura, Isaac rozaba con un cuchillo, atado a una vara, el extremo de una sábana colgada al cielorraso que guardaba una gran cantidad de objetos. El peligro de que las cosas cayeran sobre los oyentes colaboraba a que se produjera una tensión entre la pasividad de los lectores y la ansiosa posibilidad de que se convirtieran en partícipes del performance una vez que se desencadenaran los accidentes. El problema de que lo leído se vuelva realidad o de que la escritura tome control de la vida —un problema tan propio de quienes se involucran en la autoficción— comienza a aparecer en la obra de Isaac de nuevas e inesperadas maneras.

Helminto. Lectura performática, presentación en Gasworks, 2014.
Foto: Rowan Geddis | Cortesía del artista.

Durante sus trayectos por el transporte público de la Ciudad de México, Isaac comenzó a toparse con otro artista peculiar: Edgar Poeta. Este autor y declamador callejero despertó su atención por su elocuencia, valentía escénica y una aparente intención de ser sublime sin interrupción —aspectos que para un artista que utiliza la palabra en voz alta y la literatura deben parecer importantes. Tiempo después de conocerse, conversar y compartir algunos hechos de vida, Isaac y Edgar se perdieron la pista como sucede con muchos otros encuentros fortuitos en la megalópolis. El proyecto ¿Vendrás cuando leas que te busco, Edgar Poeta? (2016) se presentó en el muca-Roma con la intención de recuperar dicho lazo y proponer una premisa importante que cuestiona la supuesta generalidad del público, el beneficio social de las exhibiciones en museos y la particularidad de las obras: ¿es posible una práctica artística que considera como público a una sola persona?

Una serie de epístolas, instaladas en el museo y publicadas en medios impresos de amplia circulación y bajo costo, permitieron que Edgar Poeta se acercara a la institución. El argumento de este proyecto no se reduce solamente a la inversión de los escalones de prestigio que separan el arte actual de la producción cultural vernácula, sino que también distingue los lugares de enunciación que puede tener un lector en la ciudad, su relación con un ecosistema más grande de referencias y la sugerencia de cierta tradición de relaciones afectivas y sensuales entre autores del mismo sexo que no necesariamente se llaman homosexuales.

¿Vendrás cuando leas que te busco, Edgar Poeta? Still de video La sedienta del azar,
cuando Edgar Poeta llega a muca-Roma, 19 de enero de 2017 | Cortesía del artista.

Es precisamente ese coqueteo, una especie de secreto a voces, el que llevó a Isaac a travestirse por primera vez. Natasha (2017-a la fecha) se origina en el interés de Edgar Poeta por un poema dedicado a Natasha Fuentes Lemus —hija fallecida del escritor mexicano Carlos Fuentes— escrito por su última pareja sentimental. Desde una postura ambigua pero integrada a su ética artística, Isaac se puso tacones, un vestido negro y una peluca para personificar la figura de Natasha y reunirse con Edgar Poeta durante la lectura del poema en una relación que diluye los límites de la seducción y la co-creación.

Es importante aclarar, que aunque exista una conciencia plena sobre la performatividad implícita en el proyecto sobre Natasha, el artista ha decidido explicar su metodología como una reanimación. Es decir, durante las acciones, es Isaac quien presta su cuerpo al espíritu de Natasha y es ella la que interactúa con los públicos y las circunstancias a las que Isaac la enfrenta, lo que nos lleva a preguntarnos por las áreas grises de la posesión: ¿cuál es la frontera entre los cuerpos y voces que se representan? o, ¿dónde comienza y termina el trabajo de ficción? Inevitablemente, la cercanía de este proyecto con la comunidad cultural le ha acarreado un tipo de censura que ha comenzado a significar el proyecto. Las estrategias discretas, veladas y subversivas de esta propuesta forman parte de un lenguaje construido colectivamente y ampliamente conocido por la subjetividad cuir. Si es que no existe una difusión transparente de sus acciones es, precisamente, porque un lenguaje complejo basado en la honestidad del deseo todavía no ha sido aceptado por la intelectualidad dominante, el mercado o la propaganda política.

Natasha. Reanimación en Black Language, 2018.
Foto: Jo Ying Peng | Cortesía del artista.

Para su más reciente proyecto Ojos de garganta (2020), alojado en el Museo Experimental El Eco y en una nueva versión exhibida y grabada en Museo Jumex durante los meses de aislamiento, Isaac Olvera recuperó sus más recientes experiencias centradas en personajes narrados en un diario que comparte con una amiga desde el año 2016. Tomando como vehículo para sus relatos las cajetillas de cigarros que ha encontrado en las calles —pintadas de tal manera que solo se asoman las partes del cuerpo advertidas como víctimas del acto de fumar— se ha valido de diferentes estrategias de interacción corporal con el público para permitir que otras presencias, que no se expresan con tanta claridad, pululen en el espacio expositivo y transmitan sus intenciones o las de los relatos azarosos que encuentran. Esta nueva colaboración, que se caracteriza por el uso de las cajetillas como anteojos por Isaac, explora nuevas posibilidades corporales una vez que se enfrenta a la interacción con el público, naturalmente incómodo ante el tacto obligado y determinado de los personajes invocados. Aún así, queda la duda de si quien participa de estas exploraciones corporales indiscretas —y en cierto grado animales— lo hace por el simple consenso con las normas de participación e interpretación que promueven los contextos artísticos, o si es la fascinación por la oportunidad de conversar con una criatura desconocida la que los lleva a aceptar estas pautas.

Ojos de Garganta. Escenario social en Museo Experimental el Eco, 2019. Foto: Gabriela de la Llera | Cortesía del artista.

Ojos de Garganta. Escenario social en Museo Experimental el Eco, 2019. Foto por Gabriela de la Llera | Cortesía del artista.

Las razones por las que Isaac Olvera genera sus proyectos son tan diversas como las historias que hospedan, pero eso no significa que sean arbitrarios sino que cada relato demanda diferentes medios y sujetos para ser contado. Cada pequeña historia nace del proceso de vivir las experiencias, para luego narrarlas y volver a vivir en ellas. En ese sentido, sus obras son potentes y promueven combinaciones que interpelan al conservadurismo de las historias fijas que acaso se quedan cada día más sin lectores.

Foto de portada: Ojos de Garganta. Escenario social en Museo Jumex, 2020. Foto: Abigail Enzaldo y Emilio García | Cortesía del artista.

Archivo | Dos cartillas, una moral retro(neoliberal), por Neil Mauricio Andrade

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Mayo, 2021

There is a kind of return of the repressed in neoliberalism reason […] There are the ways that markets and morals twisted as they were submitted to the grammars and spirit of one another— that is, as morality was marketized and markets were moralized.—Wendy Brown, In the Ruins of Neoliberalism, 2019

A diferencia de los dos sexenios anteriores —para no ir más lejos— caracterizados por una desalmada zombificación tecnocrática, la 4T implica una inyección libidinal en cuanto proyecto político esperanzador de «renacimiento» del capitalismo mexicano. Su grandilocuencia a nivel nacional contrasta con el reducido y depresivo marco de oscilaciones del capitalismo latinoamericano de los últimos diez años —del fascistoide Bolsonaro al progresismo de Fernández en Argentina—, siempre ajustado a las necesidades extractivistas de acumulación de capital global. La 4T se distingue por contar con una ideología mínima entendida como sistema de creencias o principios. Se trata de una ideología humanista y liberal que, si nos atenemos a la propaganda oficial de la Cartilla moral (1952) de Alfonso Reyes reeditada por la presidencia en 2018, responde a «la decadencia que hemos padecido por muchos años», para recordar «el sentido de nuestra vida y cuanto podemos hacer para ser mejores».Aunque haya quien detecte un núcleo aristotélico-cristiano, como Guillermo Hurtado.2

¿Cómo es posible este tipo de liderazgo moral en una época de supuesto relativismo, posmodernismo, nihilismo, aceleración, etc.? ¿Qué fantasmas de la modernidad criolla rondan las ruinas de la democracia? ¿Qué necesidad tiene la hegemonía 4T de esta dosis de subidón moral?, ¿qué deseos moviliza, qué afectos despierta? ¿Podemos leer la Cartilla moral como síntoma de un nuevo conservadurismo y/o paternalismo «de izquierda»? Estas son algunas preguntas que me hago después de leer el poemario Cartilla (in)moral. Ética para perder el rumbo (2021), lanzado el pasado 8 de marzo por tumbalacasa ediciones. Con textos de Zazil Alaíde Collins, Julia Piastro, Hanlly Ramírez, María Cristina Hall, Ruby Brunton, Lucía Hinojosa Gaxiola, Indira Isel Torres, Tania Carrera e Isaura Leonardo, más que un ataque o una reacción, es una reescritura lúdica de la Cartilla moral de Reyes, como gesto crítico y activista ante la violencia estructural de género dentro y fuera del aparato estatal, puntualmente, ante las actitudes pasivas, torpes y retrógradas de la clase política y la partidocracia mexicana.

No está de más recordar que Torres Bodet comisionó la redacción de la Cartilla moral a Reyes como parte de la Campaña Nacional de Alfabetización lanzada por el gobierno de Ávila Camacho, para contribuir a «cambiar la forma primaria de vida de nuestras clases bajas».3 La Cartilla moral también responde al ambiente posrevolucionario en el que, por decreto de Ávila Camacho, se elimina el carácter socialista de la educación del artículo III constitucional (1946). Efectivamente, en contraposición con el «materialismo dialéctico» de los momentos más álgidos del cardenismo, la Cartilla moral arranca con nociones metafísicas grecolatinas y judeocristianas, tales como el bien, el alma y el espíritu. Después, Reyes habla de los respetos morales «que equivalen a los ‘mandamientos’ de la religión. Son inapelables; no se los puede desoír sin que nos lo reproche la voz de la conciencia, instinto moral que llevamos en nuestro ser mismo. […]Esta vigilancia interior de la conciencia aun nos obliga, estando a solas y sin testigos, a someternos a esa Constitución no escrita y de valor universal que llamamos la moral».4

Podemos ver una aspiración a modernizar al pueblo de México en términos de individuación panóptica y sujeción jurídica, esto es, la moral como resultado de un desplazamiento histórico de la subjetividad: de la confesión de las almas hacia el espacio íntimo de cada persona en cuanto capaz de autoconciencia dirigida a la verdad y la bondad, o en su defecto, falsedad y maldad. Aunque se presenta como un documento laico, observamos que el nacionalismo mexicano, tal cual aquí se plantea, está atravesado por nociones judeocristianas. Aunque Reyes también retoma nociones grecolatinas, su visión de civilización privilegia los primeros. En 1984, poco después de dejar la dirección del Fondo de Cultura Económica, José Luis Martínez le propuso a Jesús Reyes Heroles, entonces Secretario de Educación Pública, que editara una versión de la Cartilla moral de Reyes. Martínez mismo revisó y corrigió esta nueva edición. Entre otros, Martínez eliminó el siguiente pasaje:

«La moral de los pueblos civilizados está toda contenida en el cristianismo. El creyente hereda, pues, con su religión, una moral ya hecha. Pero el bien no sólo es obligatorio para el creyente, sino para todos los hombres en general. El bien no se funda en una recompensa que el religioso espera recibir en el cielo. Se funda también en razones que pertenecen a este mundo».5

Reyes Heroles murió al poco tiempo, y con él, el proyecto de reedición en el sexenio de Miguel de la Madrid. No se publicaría sino hasta 1992, por iniciativa del mismo Martínez. En esa época la SEP imprimió 700 mil ejemplares, pero fueron retirados de circulación por presión del sindicato que la consideró anticuada.6 Dejando de lado las aventuras editoriales de la cartilla, quiero destacar cómo, a la luz de este documento, la metafísica dualista y trascendente (el Cielo y la Tierra) se filtra en la constitución del Yo de la ciudadanía (supuestamente laica) mexicana, a la vez que universal en cuanto participa de la cristiandad. De vuelta a la otra cartilla, varios poemas de la Cartilla (in)moral toman algunos de los aspectos más sensibles y figurados de las dicotomías metafísicas que elabora Reyes. Como contrapuntos, aparecen multiplicidades e inframundos; sombras en lugar de luz; errancias en lugar de perfeccionamientos; el desoír de la conciencia; penínsulas en vez de continentes; fragmentos donde antes había totalidades; vínculos horizontales interespecie y no jerárquicos o filiales; disonancia ante la armonía; rizomas, moléculas, raicillas, arrecifes, enclaves minerales y vegetales ahí donde Reyes escribe superioridad del Hombre.

Además de la estructura de conciencia confesional, en Reyes encontramos una curiosa definición de la familia en cuanto «hecho natural», que «como grupo perdurable, es característico de la especie humana». Puesto que «el hombre, al nacer, es ya parte de una familia», y «la familia es una escuela de mutuo perfeccionamiento».7 La naturalización de la formación social heteronormada adquiere connotaciones gregarias: para Reyes, por ejemplo, los coyotes son superiores porque, a diferencia de otras especies, viven «en pareja» a lo largo de su vida y no solo cuando requieren procrear. En la Cartilla (in)moral la poeta Hanlly Ramírez hace eco de estas metáforas de especie gregaria: aparecen «toros hembra» y otras bestias que se desdoblan irónicamente para contemplar la Historia (con mayúsculas). Mientras que María Cristina Hall abstrae aspectos de la prosa de Reyes hasta versificar palabras que resuenan en un cuerpo masivo, más no mamífero sino invertebrado: el coral como estructura del texto.

Esta suerte de comunidad natural (familiar) que observamos en la Cartilla moral de Reyes se da igualmente a la hora de definir la patria, que es «el campo natural donde ejercitamos todos nuestros actos morales en bien de la sociedad y de la especie». Y poco después, se da el salto hacia el sacrificio bélico: «Cuando hay lucha entre las naciones, lo que no pasa de ser una desgracia causada por las imperfecciones humanas, nuestro deber está al lado de la propia patria, por la que tendremos que luchar y aun morir».8 Ante dicha predeterminación gregaria nacionalista, la poeta Zazil Collins parece reelaborar el cuerpo social en términos de desintegración solidaria o acompañamiento en el momento de la entropía. Por su parte, Lucía Hinojosa se decanta por la deriva o el éxodo de la política humanista: una entomología, un cuidado microscópico, lo político como catalización de reacciones químicas (a la vez que afectivas en cuanto interacción corporal) y mutación. Y Julia Piastro devuelve con sentido del humor y en espanglish el noble sentimiento nacional a su hipotético origen material: el olor de unos taquitos al pastor.

De lo internacional a lo individual, la Cartilla moral de Reyes está permeada por una visión pastoral: la obediencia y el recato por nuestro propio bien, la confortable eternización del estado de cosas. El capitalismo y el estado-nacional mexicanos adquieren rostros humanos. Donde dice «recortes al gasto público», usted leerá «austeridad republicana», y cuando se escuche un grito de dolor, indignación o rabia, usted deberá ser tolerante y paciente para no caer en la «provocación»… Todo a su tiempo. Para este proyecto político-teológico, la idea de una Constitución moral es clave porque, como sugiere la filósofa Virginia Aspe, la 4T es una transformación que deja intacta las principales formas estructurales económicas y legales. Aspe también nos recuerda que este gesto de refundación moral es más bien una constante en la historia presidencial mexicana:

«…la anunciada cuarta transformación no lo es en el sentido de las tres previas, pues ésta nunca propuso otra Constitución; se trata de una transformación al interior de la conciencia, mentalidades ciudadanas. […]Congruente con la actual de 1917, podría transitarse hacia un proyecto social sin tener que hacer cambios estructurales. […]La propuesta no es novedosa en México; ahora mismo recuerdo el lema de la campaña presidencial de Miguel de la Madrid: ‘Por una renovación moral de la sociedad'».9

2018, 1992 y 1984: en retrospectiva, los retornos de la Cartilla moral de Reyes trazan un arco del llamado neoliberalismo mexicano que, dejando de lado lo que declaran los ideólogos 4T, coincide plenamente con uno de sus clásicos a nivel mundial. Precisamente en 1984, Frederic Hayek pronunció las siguientes palabras ante la Sociedad Mont Pelerin:

«Hay una herencia moral, que es al mismo tiempo una explicación del dominio de Occidente, y que en esencia consiste en la creencia en la propiedad, la honestidad y la familia, cosas que nunca hemos podido justificar intelectualmente. Debemos volver a un mundo en el que no solo la razón, sino también la moral, en conjunto, gobiernen nuestras vidas, un mundo en el que la verdad de la moral sea simplemente una tradición moral, esa que en la cristiandad occidental ha creado en la civilización moderna».

A la pregunta de cómo es posible un liderazgo moral en una época de libre mercado, desregulación, financiarización, privatización y recortes al gasto público puede responderse comprendiendo el capitalismo mexicano en una cronología amplia de las transformaciones del capitalismo global en el que, como sostiene Wendy Brown en su relectura de Hayek, la dialéctica Mercado-Moral ha ido socavando la capacidad política como desacuerdo, resistencia, antagonismo o contrahegemonía existencial y material.10 Los enclaves posmodernos y multiculturales y de «políticas de identidad» se realizan casi exclusivamente a través del mercado. El objetivo de la ciudadanía neoliberal es la maximización de su valor en el mercado y el emprendimiento individual/familiar de la libertad mediante el consumo cada vez más personalizado. Así, las tradición, idiosincrasia y estilo de vida individuales y familiares son reelaboradas como marcas corporativas, así como protegidas como derechos civiles por los estados nacionales.

La faceta conservadora de los estados nacionales regresa una y otra vez, según las necesidades de manufactura de consenso democrático, perfectamente compatible con las retóricas tanto de derecha como de izquierda. Como otros regímenes progresistas latinoamericanos, la 4T sustituye las metáforas tecnocráticas librecambistas de un Peña Nieto o un Calderón por metáforas liberales y humanistas porque es operativo a la estabilidad de los mercados regionales; en nuestro caso, un mercado caracterizado por la asimetría Norte-Sur, incluyendo el flujo migratorio de mano de obra barata, como aborda la poeta Indira Isel Torres en la Cartilla (in)moral desde una lírica testimonial.

Sin tocar las estructuras de clase y despojo/desposesión, la 4T se apoya en la historia reprimida no solo del neoliberalismo mundial, sino de un proyecto de modernización de más larga duración: la blanquitud cristiana (criolla) en el corazón del capital de abolengo novohispano. Al respecto, pueden resultarnos hilarantes las exigencias de perdón que el presidente mexicano les ha hecho a los reyes católicos de España por la conquista de México, pero en el fondo hay fatalismo y nihilismo —escribe Brown—, como un chiste de humor negro ante la impotencia de una revolución sin revolución. Esto sin dejar de lado el resentimiento que, pasivo agresivo en el caso de AMLO, moviliza y dosifica las «pasiones tristes» contra la mafia en el poder y uno que otro caso de castigo o condonación ejemplar, como única fuerza reactiva social (no emancipatoria).

Sin replicar el impulso agresivo de toda identidad esencialista, la Cartilla (in)moral cierra con una intervención dancística al texto de Reyes, a cargo de Isaura Leonardo. ¿Por qué no templar las estructuras sociales que habitamos como se templa y afina suavemente una guitarra? ¿Desde qué suave trato se escapa al mandato de rigidez? ¿En qué monstruos recogidos, acariciados, envueltos, atenuados en ritmos hemos de convertirnos? El breve poema colectivo concluye con una autoafirmación no esencialista, que leo como un llamado a la autonomía y las alianzas sin fundamentos metafísicos, la constitución no legal ni moral sino de nuevos cuerpo:

 todos los reinos 

                   transitan por nuestros sistemas

                   protegidos en su asociación

toro hembra

         en un palacio

         cóleras estériles

bestia disolviendo

la escala de realidades

La Cartilla (in)moral está disponible aquí para su descarga libre. También, el equipo de autores y editores recibe donaciones solidarias para realizar la versión impresa de la publicación a través de tumbalacasaediciones@gmail.com o vía Paypal con este mismo correo.

Foto: Meme extraído de redes sociales el día 8M de 2021, en alusión a las bardas en torno a Palacio Nacional implementadas por el Gobierno de CDMX ante la protesta feminista, y por otra parte, al videojuego de estrategia Age of Empires II ambientado en la Edad Media. | Cortesía del autor.

Residencia Art Project

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Por GASTV | Mayo, 2021

Residencia Art Project es una plataforma curatorial y artística que abre como puente entre la producción nacional y el contexto local de Residencia Condos, ubicada en Playa del Carmen en el estado de Quintana Roo, México. El espacio se integra de residencias, open studios, showroom, ediciones múltiples y actividades con el fin de contribuir a la producción nacional de arte contemporáneo, así como de incentivar el coleccionismo de arte en el caribe mexicano.

Con la curaduría de Violeta Horcasitas, Residencia Art Project presenta tres nuevas instalaciones de sitio específico:

Piano Car, de Betsabeé Romero. Intervención de un automóvil de colección en un piano público que reproduce música de pianos bares de La Habana, París, México, Nueva York, Londres, Buenos Aires y Río de Janeiro.

Bosque de estruendos, de Ramiro Ávila. Obra instalada que muestra en tiempo real el crecimiento de una serie de bambús, uno de ellos con crecimiento acelerado. El artista presenta la posibilidad de hacer estallar una serie de pelotas de yoga debido al crecimiento de la planta. Una pieza que remite a la paciencia o la casualidad de estar presentes en el lugar y momento exacto de la acción y presenciar el «estruendo».

Arrecife, de Guadalupe Salgado. Instalación que a través del trabajo textil replica la estética de los arrecifes. Una pieza que hace explícita la necesidad del cuidado marino mientras convive en un espacio que remite a una pecera de dimensiones humanas.

Las piezas están en exhibición permanente en Residencia Condos.

Foto: Arrecife, de Guadalupe Salgado | Residencia Art Project.