Mayo, 2021
There is a kind of return of the repressed in neoliberalism reason […] There are the ways that markets and morals twisted as they were submitted to the grammars and spirit of one another— that is, as morality was marketized and markets were moralized.—Wendy Brown, In the Ruins of Neoliberalism, 2019
A diferencia de los dos sexenios anteriores —para no ir más lejos— caracterizados por una desalmada zombificación tecnocrática, la 4T implica una inyección libidinal en cuanto proyecto político esperanzador de «renacimiento» del capitalismo mexicano. Su grandilocuencia a nivel nacional contrasta con el reducido y depresivo marco de oscilaciones del capitalismo latinoamericano de los últimos diez años —del fascistoide Bolsonaro al progresismo de Fernández en Argentina—, siempre ajustado a las necesidades extractivistas de acumulación de capital global. La 4T se distingue por contar con una ideología mínima entendida como sistema de creencias o principios. Se trata de una ideología humanista y liberal que, si nos atenemos a la propaganda oficial de la Cartilla moral (1952) de Alfonso Reyes reeditada por la presidencia en 2018, responde a «la decadencia que hemos padecido por muchos años», para recordar «el sentido de nuestra vida y cuanto podemos hacer para ser mejores».1 Aunque haya quien detecte un núcleo aristotélico-cristiano, como Guillermo Hurtado.2
¿Cómo es posible este tipo de liderazgo moral en una época de supuesto relativismo, posmodernismo, nihilismo, aceleración, etc.? ¿Qué fantasmas de la modernidad criolla rondan las ruinas de la democracia? ¿Qué necesidad tiene la hegemonía 4T de esta dosis de subidón moral?, ¿qué deseos moviliza, qué afectos despierta? ¿Podemos leer la Cartilla moral como síntoma de un nuevo conservadurismo y/o paternalismo «de izquierda»? Estas son algunas preguntas que me hago después de leer el poemario Cartilla (in)moral. Ética para perder el rumbo (2021), lanzado el pasado 8 de marzo por tumbalacasa ediciones. Con textos de Zazil Alaíde Collins, Julia Piastro, Hanlly Ramírez, María Cristina Hall, Ruby Brunton, Lucía Hinojosa Gaxiola, Indira Isel Torres, Tania Carrera e Isaura Leonardo, más que un ataque o una reacción, es una reescritura lúdica de la Cartilla moral de Reyes, como gesto crítico y activista ante la violencia estructural de género dentro y fuera del aparato estatal, puntualmente, ante las actitudes pasivas, torpes y retrógradas de la clase política y la partidocracia mexicana.
No está de más recordar que Torres Bodet comisionó la redacción de la Cartilla moral a Reyes como parte de la Campaña Nacional de Alfabetización lanzada por el gobierno de Ávila Camacho, para contribuir a «cambiar la forma primaria de vida de nuestras clases bajas».3 La Cartilla moral también responde al ambiente posrevolucionario en el que, por decreto de Ávila Camacho, se elimina el carácter socialista de la educación del artículo III constitucional (1946). Efectivamente, en contraposición con el «materialismo dialéctico» de los momentos más álgidos del cardenismo, la Cartilla moral arranca con nociones metafísicas grecolatinas y judeocristianas, tales como el bien, el alma y el espíritu. Después, Reyes habla de los respetos morales «que equivalen a los ‘mandamientos’ de la religión. Son inapelables; no se los puede desoír sin que nos lo reproche la voz de la conciencia, instinto moral que llevamos en nuestro ser mismo. […]Esta vigilancia interior de la conciencia aun nos obliga, estando a solas y sin testigos, a someternos a esa Constitución no escrita y de valor universal que llamamos la moral».4
Podemos ver una aspiración a modernizar al pueblo de México en términos de individuación panóptica y sujeción jurídica, esto es, la moral como resultado de un desplazamiento histórico de la subjetividad: de la confesión de las almas hacia el espacio íntimo de cada persona en cuanto capaz de autoconciencia dirigida a la verdad y la bondad, o en su defecto, falsedad y maldad. Aunque se presenta como un documento laico, observamos que el nacionalismo mexicano, tal cual aquí se plantea, está atravesado por nociones judeocristianas. Aunque Reyes también retoma nociones grecolatinas, su visión de civilización privilegia los primeros. En 1984, poco después de dejar la dirección del Fondo de Cultura Económica, José Luis Martínez le propuso a Jesús Reyes Heroles, entonces Secretario de Educación Pública, que editara una versión de la Cartilla moral de Reyes. Martínez mismo revisó y corrigió esta nueva edición. Entre otros, Martínez eliminó el siguiente pasaje:
«La moral de los pueblos civilizados está toda contenida en el cristianismo. El creyente hereda, pues, con su religión, una moral ya hecha. Pero el bien no sólo es obligatorio para el creyente, sino para todos los hombres en general. El bien no se funda en una recompensa que el religioso espera recibir en el cielo. Se funda también en razones que pertenecen a este mundo».5
Reyes Heroles murió al poco tiempo, y con él, el proyecto de reedición en el sexenio de Miguel de la Madrid. No se publicaría sino hasta 1992, por iniciativa del mismo Martínez. En esa época la SEP imprimió 700 mil ejemplares, pero fueron retirados de circulación por presión del sindicato que la consideró anticuada.6 Dejando de lado las aventuras editoriales de la cartilla, quiero destacar cómo, a la luz de este documento, la metafísica dualista y trascendente (el Cielo y la Tierra) se filtra en la constitución del Yo de la ciudadanía (supuestamente laica) mexicana, a la vez que universal en cuanto participa de la cristiandad. De vuelta a la otra cartilla, varios poemas de la Cartilla (in)moral toman algunos de los aspectos más sensibles y figurados de las dicotomías metafísicas que elabora Reyes. Como contrapuntos, aparecen multiplicidades e inframundos; sombras en lugar de luz; errancias en lugar de perfeccionamientos; el desoír de la conciencia; penínsulas en vez de continentes; fragmentos donde antes había totalidades; vínculos horizontales interespecie y no jerárquicos o filiales; disonancia ante la armonía; rizomas, moléculas, raicillas, arrecifes, enclaves minerales y vegetales ahí donde Reyes escribe superioridad del Hombre.
Además de la estructura de conciencia confesional, en Reyes encontramos una curiosa definición de la familia en cuanto «hecho natural», que «como grupo perdurable, es característico de la especie humana». Puesto que «el hombre, al nacer, es ya parte de una familia», y «la familia es una escuela de mutuo perfeccionamiento».7 La naturalización de la formación social heteronormada adquiere connotaciones gregarias: para Reyes, por ejemplo, los coyotes son superiores porque, a diferencia de otras especies, viven «en pareja» a lo largo de su vida y no solo cuando requieren procrear. En la Cartilla (in)moral la poeta Hanlly Ramírez hace eco de estas metáforas de especie gregaria: aparecen «toros hembra» y otras bestias que se desdoblan irónicamente para contemplar la Historia (con mayúsculas). Mientras que María Cristina Hall abstrae aspectos de la prosa de Reyes hasta versificar palabras que resuenan en un cuerpo masivo, más no mamífero sino invertebrado: el coral como estructura del texto.
Esta suerte de comunidad natural (familiar) que observamos en la Cartilla moral de Reyes se da igualmente a la hora de definir la patria, que es «el campo natural donde ejercitamos todos nuestros actos morales en bien de la sociedad y de la especie». Y poco después, se da el salto hacia el sacrificio bélico: «Cuando hay lucha entre las naciones, lo que no pasa de ser una desgracia causada por las imperfecciones humanas, nuestro deber está al lado de la propia patria, por la que tendremos que luchar y aun morir».8 Ante dicha predeterminación gregaria nacionalista, la poeta Zazil Collins parece reelaborar el cuerpo social en términos de desintegración solidaria o acompañamiento en el momento de la entropía. Por su parte, Lucía Hinojosa se decanta por la deriva o el éxodo de la política humanista: una entomología, un cuidado microscópico, lo político como catalización de reacciones químicas (a la vez que afectivas en cuanto interacción corporal) y mutación. Y Julia Piastro devuelve con sentido del humor y en espanglish el noble sentimiento nacional a su hipotético origen material: el olor de unos taquitos al pastor.
De lo internacional a lo individual, la Cartilla moral de Reyes está permeada por una visión pastoral: la obediencia y el recato por nuestro propio bien, la confortable eternización del estado de cosas. El capitalismo y el estado-nacional mexicanos adquieren rostros humanos. Donde dice «recortes al gasto público», usted leerá «austeridad republicana», y cuando se escuche un grito de dolor, indignación o rabia, usted deberá ser tolerante y paciente para no caer en la «provocación»… Todo a su tiempo. Para este proyecto político-teológico, la idea de una Constitución moral es clave porque, como sugiere la filósofa Virginia Aspe, la 4T es una transformación que deja intacta las principales formas estructurales económicas y legales. Aspe también nos recuerda que este gesto de refundación moral es más bien una constante en la historia presidencial mexicana:
«…la anunciada cuarta transformación no lo es en el sentido de las tres previas, pues ésta nunca propuso otra Constitución; se trata de una transformación al interior de la conciencia, mentalidades ciudadanas. […]Congruente con la actual de 1917, podría transitarse hacia un proyecto social sin tener que hacer cambios estructurales. […]La propuesta no es novedosa en México; ahora mismo recuerdo el lema de la campaña presidencial de Miguel de la Madrid: ‘Por una renovación moral de la sociedad'».9
2018, 1992 y 1984: en retrospectiva, los retornos de la Cartilla moral de Reyes trazan un arco del llamado neoliberalismo mexicano que, dejando de lado lo que declaran los ideólogos 4T, coincide plenamente con uno de sus clásicos a nivel mundial. Precisamente en 1984, Frederic Hayek pronunció las siguientes palabras ante la Sociedad Mont Pelerin:
«Hay una herencia moral, que es al mismo tiempo una explicación del dominio de Occidente, y que en esencia consiste en la creencia en la propiedad, la honestidad y la familia, cosas que nunca hemos podido justificar intelectualmente. Debemos volver a un mundo en el que no solo la razón, sino también la moral, en conjunto, gobiernen nuestras vidas, un mundo en el que la verdad de la moral sea simplemente una tradición moral, esa que en la cristiandad occidental ha creado en la civilización moderna».
A la pregunta de cómo es posible un liderazgo moral en una época de libre mercado, desregulación, financiarización, privatización y recortes al gasto público puede responderse comprendiendo el capitalismo mexicano en una cronología amplia de las transformaciones del capitalismo global en el que, como sostiene Wendy Brown en su relectura de Hayek, la dialéctica Mercado-Moral ha ido socavando la capacidad política como desacuerdo, resistencia, antagonismo o contrahegemonía existencial y material.10 Los enclaves posmodernos y multiculturales y de «políticas de identidad» se realizan casi exclusivamente a través del mercado. El objetivo de la ciudadanía neoliberal es la maximización de su valor en el mercado y el emprendimiento individual/familiar de la libertad mediante el consumo cada vez más personalizado. Así, las tradición, idiosincrasia y estilo de vida individuales y familiares son reelaboradas como marcas corporativas, así como protegidas como derechos civiles por los estados nacionales.
La faceta conservadora de los estados nacionales regresa una y otra vez, según las necesidades de manufactura de consenso democrático, perfectamente compatible con las retóricas tanto de derecha como de izquierda. Como otros regímenes progresistas latinoamericanos, la 4T sustituye las metáforas tecnocráticas librecambistas de un Peña Nieto o un Calderón por metáforas liberales y humanistas porque es operativo a la estabilidad de los mercados regionales; en nuestro caso, un mercado caracterizado por la asimetría Norte-Sur, incluyendo el flujo migratorio de mano de obra barata, como aborda la poeta Indira Isel Torres en la Cartilla (in)moral desde una lírica testimonial.
Sin tocar las estructuras de clase y despojo/desposesión, la 4T se apoya en la historia reprimida no solo del neoliberalismo mundial, sino de un proyecto de modernización de más larga duración: la blanquitud cristiana (criolla) en el corazón del capital de abolengo novohispano. Al respecto, pueden resultarnos hilarantes las exigencias de perdón que el presidente mexicano les ha hecho a los reyes católicos de España por la conquista de México, pero en el fondo hay fatalismo y nihilismo —escribe Brown—, como un chiste de humor negro ante la impotencia de una revolución sin revolución. Esto sin dejar de lado el resentimiento que, pasivo agresivo en el caso de AMLO, moviliza y dosifica las «pasiones tristes» contra la mafia en el poder y uno que otro caso de castigo o condonación ejemplar, como única fuerza reactiva social (no emancipatoria).
Sin replicar el impulso agresivo de toda identidad esencialista, la Cartilla (in)moral cierra con una intervención dancística al texto de Reyes, a cargo de Isaura Leonardo. ¿Por qué no templar las estructuras sociales que habitamos como se templa y afina suavemente una guitarra? ¿Desde qué suave trato se escapa al mandato de rigidez? ¿En qué monstruos recogidos, acariciados, envueltos, atenuados en ritmos hemos de convertirnos? El breve poema colectivo concluye con una autoafirmación no esencialista, que leo como un llamado a la autonomía y las alianzas sin fundamentos metafísicos, la constitución no legal ni moral sino de nuevos cuerpo:
todos los reinos
transitan por nuestros sistemas
protegidos en su asociación
toro hembra
en un palacio
cóleras estériles
bestia disolviendo
la escala de realidades
La Cartilla (in)moral está disponible aquí para su descarga libre. También, el equipo de autores y editores recibe donaciones solidarias para realizar la versión impresa de la publicación a través de tumbalacasaediciones@gmail.com o vía Paypal con este mismo correo.
Foto: Meme extraído de redes sociales el día 8M de 2021, en alusión a las bardas en torno a Palacio Nacional implementadas por el Gobierno de CDMX ante la protesta feminista, y por otra parte, al videojuego de estrategia Age of Empires II ambientado en la Edad Media. | Cortesía del autor.