NoFM y Alta-Voz, con el apoyo de la Red de Cuidados en México y Yo CUIDO México, presentan Escucha con cuidado. Proyecto de narrativas sonoras y producción comunitaria que ha sido espacio de resonancia para diversas voces y testimonios sobre esta práctica que sostiene la vida emocional y física de todas las personas.
¿Qué implica cuidar en la Ciudad de México?, ¿a qué suena el cuidado?, ¿cómo es el mundo a través de las manos, los ojos, los oídos, los cuerpos de quienes cuidan?, ¿cómo son los espacios en los que se cuida?
La forma en la que actualmente se distribuye socialmente la labor de cuidados en el país, impide que millones de mujeres construyan y disfruten de una vida plena, en igualdad de condiciones, pues al cuidar de otros, no pueden acceder a educación, salud, empleo digno, participación política y contextos libres de violencia.
A lo largo de este 2020, Escucha con cuidado habilitó herramientas de reflexión sobre la voz y escucha en su dimensión personal y social, y las distintas posibilidades de resonancia a través de la exploración narrativa. Este ejercicio sonoro, guiado por Ana Martínez de Buen, Benjamín Morales Moreno, Erika Arroyo Guerrero, Mónica Moreno Bayard y Rafael Rodríguez Victoria, ha dado como resultado una mini serie de podcasts, un tejido polifónico que nos adentra en el cuidado y da testimonio de la importancia que éste tiene para el desarrollo social y económico de esta ciudad.
A través de NoFM, se transmite la primera parte que forma parte del programa Colectivos Culturales Comunitarios y Cultura Comunitaria CDMX. Con la participación de Ana Lilia Valderrama Santibáñez, Cintya Noema Uzeta Sánchez, Diana Lilia Trevilla Espinal, Elisa Gómez Sánchez, Eva Cruz López, Horacio Abundis López, Jana Vasileva, Lucero Cárdenas Quiroz, Magali Noemí Ocampo Talavera, Mayra Chávez, Margarita Sandra Garfias Hernández, María Angelina Silveyra Baquedano, Maria del Pilar Guerrero Escalera, María Guadalupe Castro Zaragoza, Mónica Malinaly Puente Álvarez, Sodelba Alavez Ruíz y Sofía Martínez Vargas.
20 de noviembre de 2020, 12:30 h. A través de nofm-radio.com
La Preparatoria Popular «Mártires de Tlatelolco», ubicada en la colonia Atlampa de la Ciudad de México, se ha forjado una reputación en la capital por el modelo libertario que enarboló en sus inicios. La escuela —también conocida como Prepa Fresno— fue fundada en 1968 como respuesta a la incapacidad de la UNAM para ofrecer educación superior a los miles de aspirantes que año con año eran rechazados de su sistema. Durante décadas el plantel operó como un vínculo entre la docencia y las clases trabajadoras, en abierta oposición a las estructuras hegemónicas que estaban vigentes en esa época.
En 1997, el proyecto libertario promovido desde sus instalaciones se vulneró por el rompimiento de relaciones con la universidad. Ese mismo año, Prepa Fresno tuvo que convertirse en una escuela particular, por lo que se implementaron estrategias para defender los principios de autodeterminación y crítica que la sustentaban. A estos eventos se ha sumado la creciente plusvalía que ha adquirido la zona adyacente, que desde el terremoto de 2017 se ha vuelto un foco de especulación para desarrolladores inmobiliarios e industriales.
Como parte del apoyo que históricamente esta escuela ha dado a estudiantes y activistas que promueven pedagogías alternativas, en 2015 Francisco Villa —dueño del plantel— rentó un salón del tercer piso a Marcos González «Foreman». En ese entonces, el artista concluía su participación en el colectivo Los Hámsters y buscaba un espacio de creación en las inmediaciones de Santa María la Ribera.
Durante algunos años Foreman fue el único ocupante de este piso. Las aulas permanecieron en un estado de abandono hasta 2018, cuando una de ellas se acondicionó para recibir un taller de serigrafía que actualmente es manejado por Aztlán, iniciativa cuyo objetivo es ofrecer fuentes de empleo a migrantes deportados. A mediados de 2019, Francisco «Taka» Fernández estableció su taller en uno de los salones, y fue a partir de su ingreso que se propuso la posibilidad de acondicionar los demás espacios de la planta alta para recibir a más artistas. De esta manera surgió Talleres Fresno 301.
La renta de los antiguos salones de clase a precios accesibles detonó una dinámica solidaria donde, por un lado, la escuela proporciona la infraestructura que permite a los artistas la concreción de procesos creativos, a cambio de que ellos otorguen fondos que posibilitan su mantenimiento. Fresno 301 es un sitio de encuentro, experimentación y convivencia para creadores con enfoques diversos. Es un lugar que opera con independencia al proyecto académico del plantel, por lo que no tiene la intención de imponer un programa cultural entre los miembros de esa comunidad.
Existen distintas percepciones entre los participantes sobre si es pertinente aproximarse a la tradición de resistencia del plantel y cómo hacerlo. Algunos miembros señalan que el carácter legendario de la Preparatoria Popular resulta estimulante a la hora de visualizar la educación desde narrativas diferentes. Pero para otros el proceso de producción no va necesariamente ligado con la reputación que enarbola. De acuerdo con Foreman:
«(…) existe una relación de amistad y respeto, pero no pretendemos colonizar. La intención es únicamente que nos dejen trabajar en la parte de arriba. Sería bueno que se lleguen a dar vinculaciones, pero no es algo inherente».
Para algunos de los integrantes, Fresno 301 fue la primera oportunidad para establecer lugares de trabajo independientes de su casa, en ocasiones tras años de buscar sin éxito entre la inflación que distingue a la ciudad. Por otro lado, tanto la vocación didáctica como la carga histórica que tienen las aulas se han recuperado para ser aplicadas en la producción de nuevos imaginarios plásticos. Desde el interior de su estudio y rodeado por selecciones de tezontle y fibras naturales, Morelos León comentó:
«Me dijeron que estos eran espacios escolares, y pensé que al ser maestro un salón de clases sería adecuado para montar un taller. Me vine para acá [desde Huajuapan de León] con la idea de aportar algo a la historia de resistencia de la prepa; de subsistir a pesar de muchas cosas».
Las dimensiones de las aulas —que en algunos casos resultan similares a las de una nave o bodega— hacen que las obras se desarrollen en gran formato, ya sea que estén colgadas en muros o dispuestas en el suelo. Se trata de lienzos o pliegos de papel donde cada autor recurre a su propio cuerpo para intervenirlos. Los textiles con geometrías orgánicas de Andrea Bores, las exploraciones del inconsciente en los paisajes de Taka, y los pendones con hojas doradas de Raúl Cadena, son algunos de los trabajos resultado de la interacción con el espacio.
Al platicar con Alejandro Palomino sobre el impacto que han tenido los talleres en su propio trabajo, comentó:
«(…) en Fresno he hecho los dibujos más grandes que se me han ocurrido. Este espacio condiciona un montón de posibilidades. Regresar a todo esto, a la mesa de madera, al bastidor, al carbón… para mí ha sido un retorno al período de prueba y error que viví en la escuela».
Al recorrer los talleres, es posible darse cuenta que los artistas han imprimido sus identidades en los interiores. Algunas paredes se han habilitado como extensiones de los vocabularios que aquí han habilitado; otros como anaqueles, aparadores o repositorios. En el caso de quienes operan en una misma aula junto con otros integrantes, se observa que existen afinidades en las maneras individuales para explorar un formato específico.
Los salones concentran diferentes expresiones que van del arte conceptual y el grabado en linóleo, al collage o el videoarte. Sin embargo, uno de los ejes que mayor presencia tienen en el plantel es el de la pintura figurativa.
Desde su ingreso a la preparatoria popular, gran parte de sus miembros se han ocupado en explorar nuevos significados y revitalizar este medio, que hace diez o quince años era considerado obsoleto. Está presente en la serie de manglares inspirados en Manialtepec que Taka desarrolló durante los primeros meses de la cuarentena y en seguimiento a una línea de paisaje que ha trabajado desde hace años; en los rostros de tinta china que Alejandra España ejecutó para darle materialidad a las emociones que experimentó durante el confinamiento; y en las series de dibujo de Anais Vasconcelos a los que se refiere como bocetos de vida.
Ante la duda sobre por qué en los talleres existe una valoración tan fuerte de la figuración y el óleo, surgieron distintas opiniones. Taka cree que se debe al factor de incertidumbre que yace en la pintura, así como a la posibilidad de proyectar la subjetividad de formas que no permite el hiperrealismo o la fotografía. Por su parte, Foreman considera que en la pintura radican muchas pinturas, y que el proceso de preparación para el soporte y los pigmentos es equiparable al de la alquimia. Al respecto, Gonzalo García pinta bouquets y escenas que citan la novela Al filo del agua (1947), de Agustín Yáñez, para reivindicar el argumento sobre que trabajar con óleo es anacrónico. Para él, la figuración es un vehículo que permite la fabricación de estéticas que complementen la virtualidad:
«Estamos tratando de encontrar silencio en todo este asunto de cómo consumimos imágenes, y la pintura figurativa es una gran oferta para eso. Creo que la gente está más abierta a tener experiencias menos literales con la imagen. Está dispuesta a preguntarse cosas que no están dadas por sentado, además tiene un asunto sobre que es muy sexy con las redes. La figuración cuenta una historia y este asunto de lo digital nos ayuda mucho«.
La crisis sanitaria alteró la dinámica inicial de este conjunto de talleres. Dos de sus miembros eran extranjeros y tuvieron que salir de México tras la oficialización de la pandemia, y varios de los integrantes que recién se habían unido tuvieron que ausentarse durante meses. A lo largo del período más incierto solo Taka y Foreman permanecieron en el plantel. A pesar de este cambio, la soledad permitió la concreción de varios proyectos. En el caso de Foreman:
«El silencio permitió que se amarraran [las obras]. Durante cuatro años estuve solo, entonces te acostumbras a tenerlo. Todo esto desató una crisis y un cuestionamiento sobre qué pasaría si mañana te mueres. Hay que chambear y esperar a que pase algo».
Es importante señalar si este silencio, que difícilmente se obtendrá una vez que la presencia de personas se restablezca, será prescindible entre los usuarios del plantel, o si ello detonará la circulación de los artistas a mediano y largo plazo.
Esta visita a la Preparatoria Popular posibilitó que todos los miembros se reunieran en un mismo lugar por primera vez. Al finalizar las conversaciones los artistas se tomaron una foto grupal, gesto que afianza una organización de trabajo que al apoyarse en la solidaridad, protección y el conocimiento, recuerda a la tradición de los anteriores gremios que existieron en la capital.
Fresno 301 es un espacio con una carga histórica relevante que reúne voces, experiencias y temáticas heterogéneas sin llegar a ser un colectivo, algo que quizá garantice su supervivencia a largo plazo. Un sitio que ofrece las condiciones necesarias para que quienes lo ocupan puedan retomar proyectos que frecuentemente eran suspendidos a falta de espacios más amplios o de liquidez.
Al configurarse como un lugar de experimentación que se mantiene al margen de la presión que el medio artístico ejerce de manera constante para producir obras al mayoreo, los talleres de la Preparatoria Popular se han convertido en un nicho que permite a sus usuarios habilitar directrices más íntimas. Es un sitio cuyos bocetos, apuntes y prototipos favorecen la gestión de imágenes más confesionales, y que posicionan al juego y la contemplación como motores para detonar discursos.
Fresno 301 se integra por Marcos González «Foreman», Francisco «Taka» Fernández, Morelos León Celis, Luis Hampshire, Katia Tirado, Jan Machacek, Noé Vásquez, Alejandra España, Andrea Bores, Antonio Monroy, Alejandro Palomino, Balam Bartolomé, Anais Vasconcelos, Gonzalo García, Raúl Cadena Rosas y Taller de serigrafía Aztlán.
La exposición Casa XII es una experiencia distinta desde que llegamos a la puerta del nuevo espacio de Proyecto Paralelo. Antes de entrar a la galería, tenemos que atravesar un vestíbulo que parece tomado de una película de David Lynch. Una vez en el interior, nos encontramos en un departamento de techos altos, grandes ventanales y pisos de madera, como aquellos que ya no se hacen. La muestra integra proyectos de Ana Bidart (Uruguay, 1985) producidos ex profeso para dar la bienvenida a esta nueva etapa de la galería, tomando como punto de partida la particularidad del espacio en el que se sitúa. Las intervenciones —dispuestas a lo largo de la sala— parten de los cruces entre cuerpo, dibujo y espacio.
El título juega con la casa como espacio doméstico y las casas del zodiaco, que son escenarios determinados por los movimientos terrestres que crean marcos de experiencia, desde los cuales nos relacionamos con el mundo exterior y con los otros. Así, la exposición parte de la relación que creamos con nuestros espacios íntimos y se expande hasta aquella que mantenemos con los astros. Esta intención se replica en el ejercicio que Bidart realizó en Yucatán a partir del meteorito que cayó sobre la península, en el cual construyó unas esferas enormes de yeso y utilizando todo su cuerpo dibujó líneas en el piso. De aquí surge también una idea del pizarrón, que se repite en varios momentos de la exposición.
En la planta baja, vemos una serie de obras que toman como punto de partida la condición de casa-habitación de la galería, estableciendo un diálogo con la arquitectura y creando una serie de obras en las cuales se deconstruye y reconstruye, tanto en un sentido material como conceptual.
La serie de las casas-cajas retoma la planta arquitectónica del departamento y la modifica para crear una serie de espacios alternos. Los trozos de yeso que las acompañan —algunos son restos del ejercicio de meteoritos que realizó Bidart en Yucatán— dejan un rastro sobre el fondo de pizarrón, asemejando los pasos de los visitantes por la exposición.
Además de las realidades matéricas del espacio, Bidart retoma sus rasgos simbólicos. Las tazas de té distribuidas en el piso parecen ser la huella de la reunión de un grupo de amigos, recordándonos que nos encontramos habitando un espacio hogareño. El trapo que cuelga sobre un hilo nos remite también al acto cotidiano de lavar y secar la ropa, a las acciones que componen el habitar la casa.
De esta manera, las obras se relacionan también con la práctica del confinamiento, reflexionando la relación que mantenemos con el cuerpo y espacio propios, las negociaciones que se crean cuando lo habitamos y las modificaciones que provocan el uno sobre el otro. El cuerpo y su movimiento en permanente diálogo con el entorno, se redefinen el uno al otro de forma constante. Esto es lo que Bidart vuelve visible con sus obras.
Aunque vivimos en el espacio, pocas veces nos detenemos a reflexionar qué es el espacio o cómo habitamos y circulamos en su interior. Más allá de ser el medio en el cual disponemos los objetos, el espacio es en realidad aquello que posibilita conexiones, interacciones y relaciones entre las cosas y personas. No se trata, tampoco, de una unidad estable, estática e inmutable. Se traduce más bien como una pregunta, una duda, algo que nunca está del todo incorporado y es, por lo tanto, necesario explorarlo.
Un espacio está integrado por fragmentos de otros espacios, en su interior, existe siempre una multiplicidad de espacios, e infinitas maneras de habitarlos. «En resumidas cuentas, los espacios se han multiplicado, fragmentado y diversificado. Los hay de todos los tamaños y especies, para todos los usos y para todas las funciones. Vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse».1 Es justamente esta cualidad de habitar los espacios aquello que los multiplica y mantiene en constante mutación, y es en estas líneas donde se mueven las intervenciones de Ana Bidart en esta exposición.
Al mismo tiempo, las obras crean relaciones con aquellos elementos que rodean el edificio. El plástico que cubre la ventana crea un efecto pecera, alterando el paisaje exterior que podemos contemplar —o lo que pueden ver los oficinistas al voltear a vernos. La taza que se encuentra afuera, en el balcón, rompe el espacio expositivo, tejiendo un puente con el mundo exterior y volviendo visible el paso del tiempo: en algunas horas del día podemos ver cómo se desplaza el sol sobre ella.
Al subir las escaleras, atravesamos las oficinas y salimos a la terraza. Ahí, Bidart retoma el ejercicio realizado en Yucatán para crear una serie de asteroides más pequeños. Para activarlos, el espectador debe tomarlos con la mano o empujarlos con el pie —o con la parte del cuerpo que desee— y así dibujar sobre el piso, que sirve a la vez de pizarrón.
Las intervenciones dejan claro lo efímero del espacio expositivo, que va cambiando con el paso del tiempo y con los visitantes. Dependiendo de a qué hora lleguemos, veremos ciertas obras siendo activadas (o no) por el sol; los rayos de luz que entran por la ventana activan de otro modo las piezas y las líneas dibujadas con los meteoritos en la terraza desaparecen con la lluvia. Además de hacer evidente que nos encontramos fuera del cubo blanco y al interior de un espacio doméstico, nos hace pensar sobre el tiempo que transcurre al interior de la muestra, que es en sí misma un evento efímero. Bidart se adentra así en un ejercicio que explora la relación que mantiene nuestro cuerpo con el paso del tiempo.
En la obra de Ana Bidart el proceso de gestación de la pieza es casi tan importante como el resultado, siempre resaltando la importancia del papel del cuerpo en ambos. El cuerpo es, finalmente, nuestro punto de vista del mundo, el horizonte latente de nuestra experiencia, la piel con la que construimos conocimiento. Los asteroides solo pueden ser activados con el cuerpo de los espectadores, las casas-caja hacen referencia al desplazamiento de los cuerpos en el espacio, en los lienzos se pueden ver las marcas que la artista plasmó con su dedo y las gotas para las cuales utiliza el dripping, técnica que involucra todo el cuerpo.
Percibir un objeto es al mismo tiempo percibir el espacio en el que se encuentra, estos procesos son inseparables y se desarrollan de manera simultánea. Al igual que los espacios, los objetos son habitables, y para capturarlos en su totalidad es necesario recorrerlos con el cuerpo. Es en realidad imposible percibir de forma aislada, las cualidades de los objetos solo aparecen a partir de las relaciones del cuerpo con el espacio y el movimiento.
Nuestro cuerpo, al caminar, transforma el espacio y son esos puntos de inflexión dentro de los cuales se desarrolla Bidart. Así, Casa XII detona reflexiones que se encuentran en ese cruce entre el dibujo, el espacio arquitectónico y el cuerpo. Al mismo tiempo, realiza una auto-reflexión del espacio expositivo. Las marcas que dejamos al navegar la exposición, la relación que mantenemos con obras que solo se activan con nuestros cuerpos o en ciertos momentos del día.
Las salas de exhibición del museo se basan en general en el modelo del cubo blanco, dentro del cual el espectador es tratado casi como un intruso. El cuerpo del visitante parece irrumpir sin permiso en el espacio, convirtiéndolo en un invitado indeseable y, por tanto, eliminado. Los únicos que pueden acceder con tranquilidad al cubo blanco son los ojos. En esta ocasión, el cuerpo es el que tiene el papel protagonista.
Después de muchos meses de encierro, me encontré con Ana Bidart en la puerta de un edificio en la Juárez, para conocer el nuevo espacio de Proyecto Paralelo y hablar de las ideas que rodean sus piezas. Recorrimos la exposición de una manera más cercana a una plática de amigas en una casa, en lugar de una visita guiada en una galería. Tanto la exposición como el lugar en el que nos encontrábamos, activan este tipo de interacciones más cercanas y afectivas, alejadas de los espacios expositivos convencionales. Siguiendo esta intención, este texto fue construido también a partir del diálogo continuo entre nosotras, buscando borrar esas líneas tan definidas entre quién crea y quién mira, quién escribe y quién lee.
Fotos: Proyecto Paralelo.
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1 Georges Perec, Especies de espacios, Editorial Montesinos, España: Barcelona, 2001 p. 25
Galerie Nordenhake reabre sus puertas en un espacio diseñado y remodelado por Frida Escobedo (Ciudad de México, 1979), con la exposición inaugural Today, que reúne el trabajo de la arquitecta mexicana con dos artistas clave para el arte contemporáneo en México y a nivel internacional: Francis Alÿs y On Kawara.
Today toma su nombre de la serie homónima de On Kawara, para explorar las diferentes formas que puede entenderse el tiempo y cómo el pasado puede transformarse desde el presente en el encuentro con el espectador. Asimismo, las tres piezas que integran la exposición exploran los efectos e implicaciones del paso del tiempo en el espacio, ya sea físico, material o imaginario.
La muestra presenta Lo Otro, instalación de Frida Escobedo; Today, pintura de On Kawara; y Sunpath, una de las piezas más icónicas de la producción de Francis Alÿs.
A partir del 03 de diciembre de 2020.
Foto: Sunpath, de Francis Alÿs | Cortesía Galerie Nordenhake.
Casa del Lago presenta Stickers, un homenaje colaborativo a las creadoras mexicanas, artistas plásticas, visuales e investigadoras, que son parte fundamental de la producción e investigación artística del país.
Stickers contrasta la producción artística con la situación actual de la mujer. Fortalece y evidencia, además, los vínculos y ecos perdidos que la obra de generaciones pasadas tiene dentro del pensamiento y la producción de artistas jóvenes. Sobre todo, es un esfuerzo por sumar voces y continuar la reflexión sobre estos temas.
Con la curaduría de Violeta Horcasitas, los archivos invitados son proyectos surgidos en diferentes momentos y contextos que comparten un interés genuino por conocer y difundir la obra de artistas mexicanas. La muestra presenta el proceso de trabajo de cada uno de estos archivos resaltando sus objetivos, enfoques y plataformas utilizadas para visibilizar su investigación; lo que permite contrastar las diferentes posturas y métodos utilizados.
Posteriormente, se realiza una selección de obra y artistas en conjunto con cada uno de los archivos invitados para reproducir y reinterpretar las piezas y/o retratos en formato de sticker, una de las herramientas más utilizadas en la red de mensajería instantánea (WhatsApp).
Archivos invitados: Obras de Arte Comentadas, MUMA-Museo de mujeres y Entre minas. Con las ilustraciones de María Conejo, Eréndira Derbez, Sofia Weidner, Andonella, Vera Primavera, Flavia Zorrilla Drago, Maldita Carmen, Malacara e Hilda Palafox.
El 03 de octubre a las 18 hrs. nos encontramos la contrabajista Adriana Camacho, la guitarrista Alda Arita y yo, con la baterista Andrea Cravioto, en las puertas de Cuba 60, instalaciones de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, hoy albergue y altar okupa, dedicado a mujeres víctimas de violencia sistemática en México. Arriba conocí a Elizabeth Piña, saxofonista; tanto ella, como Cravioto, son fundadoras del Jam de morras, colectivo que nos invitó a tocar y leer poesía desde los balcones de la oficina de la directora de la CNDH, Rosario Ibarra de Piedra, cuyo calendario quedó detenido en marzo de 2020.
Accedimos con los protocolos que el conocido Bloque Negro estableció para resguardo general: toma de temperatura y gel antibacterial. Lo más visible, además de las compañeras vestidas de negro de pies a cabeza, los niños en andaderas, el clima comunitario y al mismo tiempo sobrio, fueron las pintas en las paredes de todo el edificio, en una de ellas se lee, como si de un poema autoreferencial —y universal— de María Sabina versara: Yo soy música/ Yo soy arte/ Yo soy creatividad/ Yo soy bondad/ Yo soy inteligencia/ Yo soy furia/ Yo soy felicidad/ Yo soy vida, junto al símbolo de anarquía.
Esa noche, también visitaban el espacio Alaíde, cantante y compositora, nieta de la aún desaparecida Alaíde Foppa, quien se encuentra realizando un documental sobre la toma de la CNDH, así como Tania Elis, junto a su papá, la estudiante de la UNAM que desgarradoramente tuvo que pasar semanas en Santiaguito (prisión de la que escribí hace algunos meses en este medio), por tomar un cubículo de la universidad. Además del set de Adriana Camacho, Alda Arita y yo, tocaron Planta un árbol, Aletia Gc y Sofía Hex, para al final generar una jam. Jam significa confluencia, y el free jazz y la poesía son trincheras que apuestan por el gozo de la diversidad.
El free jazz es un manifiesto/expresión anticapitalista, regido por un único principio: la comunión. En las estructuras que hoy conocemos y vivimos, el trabajo en equipo y la empatía son enemigos y palabras inconcebibles (más que para la generación de materia primera a la venta). El jazz y el free jazz como expresiones, al igual que la poesía, que a contra corriente guardan el potencial de la transgresión, por el simple hecho de invitar a la correspondencia. ¿Por qué, además, una jam como la acontecida el 03 de octubre es aún más significativa en la toma de un edificio institucional?
En un país que ha sido reducido al abandono de la pobreza, a la insolidaridad, y en donde nos han hecho creer que no tenemos poder alguno sobre el sistema hegemónico impuesto, que se recicla de partido en partido, que transita en la elasticidad de la conveniencia, donde se nos quiere relegar a la melancolía, y a esa tristeza que hoy se ve en las calles… cantar y bailar en el espacio público representa un logro, una celebración ciudadana, en principio, pues nos pone en la mira la indignación porque nuestros vecinos no tengan comida, no sepan leer, soporten trabajos precarios, el desprecio de las autoridades, la desaparición de madres, hermanas y amigas, los asesinatos de nuestras mujeres, dejándonos como pregunta central: ¿es tan ingenuo apostar la batalla en nosotras mismas?, ¿o deberíamos vivir con el precepto de que no podemos realizar nuestros sueños? Jamás. Como las líneas dictan en otra de las paredes principales de la okupa: no se debe lucrar con el dolor.
Escribir en los muros es transmitir pliegos petitorios; un graffiti nunca debe ser relegado en la lectura de un movimiento civil, desde la demostración de un orgullo y dignidad de costumbre: «Heroicas e históricas».
¿Qué podemos hacer alguien como tú y como yo? Me preguntaba alguien hace pocos días: apoyar pequeñas acciones que refuercen la autonomía de la sociedad civil, de organizaciones, de individuos. Es una sumatoria: tiempo de hormigas. Que muera el odio, que viva el amorcito.
Este es uno de los poemas que canté/leí junto a Adriana Camacho y Alda Arita, una respuesta a una falogocentrista cartilla moral:
¡Matria! ¡Matria! La ciudadanía jura no infringir el dolor en tus aras, si el tambor con su digno acento nos convoca a transparentar con valor.
¡Para ti la esperanza vigía! ¡Un rehilete para todos de gozo! ¡La alegría para ti por valiente! ¡Y el desahucio para ilotas sin honor!
Tendrán tus ojos el calor de un invierno y nuestras miradas harán posible el encuentro de los seres sintientes, que será lo más justo, lo más pleno, dando tiempo a que se remansen las aguas, para que nos reconozcamos. Así nuestros cuerpos disfrutarán de lo que elijan: ser estrella o arena. Tenemos algo de común con las piedras, sí. El yeso, los huesos, la devoción y la furia en el centro con la que cristalizamos como la valentía, contra quienes nos quieren sin cadencias, sin cielo, los que nos quieren sin dicha, sin palabras, sin el aire. Pues bien: en torno a este círculo de lenguajes nuestros ojos tendrán el calor del invierno para llamarnos Duda, Entrega, Caudal. Un caudal en mitad del desierto que será esa lucecita que nos han dado las hermanas Respiro, Conjuro, Yo soy yo, Yo soy mía; las hermanas Bruja, Innombrables; hermanas Garganta, Claridad, Risa reunida en nuestras miradas: la entropía. Así que cojamos entre las piernas lo que deba sostenerse, con el ahínco, en el acorde y sus veintiún consonantes para ser las Fronteras-rehilete entre la gula del tiempo, la templanza de la cama, la pereza de oradores de la condición humana, la verdad cuando los tótem se derrumban, la paciencia, melodía de mujer, la generosidad al goce y la inhóspita humildad.
Tras meses de peticiones de entrevistas, de plantones frente a Palacio Nacional, de años de búsquedas y exigencias, la toma se realizó sin que las autoridades hayan dado, al día de hoy, atención oportuna. Actualmente, en el edificio, además de familiares de víctimas, hay adolescentes y mujeres sin hogar, que acudieron a pedir asilo tras enterarse de que el edificio se activó como un refugio.
Fotos: Jam de morras.
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Zazil Collins es autora de los libros Junkie de nada (Lenguaraz), No todas las islas (Conaculta-Instituto Sudcaliforniano de Cultura), El corazón, tan cerca de la boca (Mantarraya-Abismos), Sipofene (La tinta del silencio) y Pink (The Ofi Press). Es curadora musical y locutora; coeditora del proyecto bilingüe Músicos en la Ciudad de México/Musicians in Mexico City. Ganó el Premio Poesía en Voz Alta 2017 y el Premio ciudad de La Paz 2011.